Imagínese al orangután Louie, rey de los Bander-Log, y a un individuo humano que, al despertar, se encuentran encerrados. Cada día, después de sonar una campanilla, se les suministran alimentos a través de una ventanilla. ¿Qué percepción se formará cada uno de su realidad?

En la memoria del rey Louie quedará grabada la secuencia de estímulos, la sucesión de fenómenos campanilla-comida. Es un hecho que la inteligencia del orangután no alcanza a delimitar el plano correspondiente al estímulo que, en cuanto realidad estimulante, despierta en su memoria la asociación de la secuencia de hechos y activa sus mecanismos de defensa o reacción y, por otro lado, el plano propio de "la realidad formalmente dicha", de donde emerge el estímulo, como el algo que estimula. Los procesos psíquicos de construcción de la percepción del animal tienen lugar sin éste postular por qué los hechos percibidos acontecen, sin postular una causa que dé explicación de ello. En su memoria ha quedado tan solo grabada una sucesión de cambios, de forma que le permite al animal, cuando aparece el fenómeno que antecede en la cadena de sucesión, mantenerse a la espera de la ocurrencia del subsecuente; y ello es, de este modo, sin que en su inteligencia tenga lugar la representación causal entre ambos acontecimientos. Ciertamente, esta asociación secuencial es suficiente para que el animal ejerza un control sobre los cambios que tienen lugar en su medio. El hecho es que el animal es preso del acontecer, sin saber por qué reacciona del modo en que lo hace.

Para que tenga lugar la aprehensión de la realidad, de aquello que "es de suyo", como lo diferente del fenómeno o estímulo, se requiere que el aparato psíquico esté dotado para "la indagación causal". La facultad para preguntar "por qué" algo acontece -facultad que sí ejercita el individuo humano desde temprana edad- es un hecho que no forma parte del aparato psíquico del animal. Así, el orangután salivará como respuesta refleja al sonido de la campanita; pero el animal nunca conocerá la relación causa-efecto desencadenante de su reacción fisiológica. Inmerso en su medio, la intelección del animal no alcanza más allá de la memorizada asociación de fenómenos, de la memorizada secuenciación de los hechos; nunca, en cambio, la intelección acerca de la razón por la que los hechos se presentan así y no de otro modo. En la medida en que se halla confinado a su medio, sin comprender qué es lo que le acontece, sin realizar un análisis comparativo con otras situaciones similares y poder valorar la posibilidad de intervenir mediante modificación planificada, el animal no disfruta de "autonomía funcional", siendo su repertorio de respuesta rígido, el propio de la especie y heredado genéticamente. La intelección del animal no va más allá de la identificación de aquello que es de su interés vital y, consiguientemente, de lo que motivará su conducta. En otros términos, su intelección abarca sólo aquello que es útil para la supervivencia.

El hombre, en cambio, es el único animal cuya facultad intelectiva le permite hacer la distinción de planos entre lo que formalmente es estímulo, de lo que es "de suyo" o aquello de lo que emerge el estímulo. A diferencia de su compañero de celda, representarse lo que le rodea y acontece como mera presencia y sucesión de cambios, sin un allende causal, le supone a su psiquismo un ejercicio intelectual que -por así decir- violenta su natural modo de proceder inclinado "a postular por qué ocurren" los cambios. Sujetarse a un modelo fenomenista, de mera constatación de hechos, en una relación de sucesión, al individuo humano le representa un ejercicio mental de rigor académico que le exige un entrenamiento intelectual para sobreponerse a su natural inclinación psíquica de explicación causal.

El individuo humano se halla arrojado a este mundo como su compañero, el orangután de los Bander-Log, prisioneros ambos en él como si de una celda se tratase y en la que sólo pueden ser lo que son, hasta el extremo de que, fuera del mundo, no sería el rey Louie, el orangután, ni Adán, el hombre. Y, sin embargo, el modo de estar de uno y del otro no es intercambiable; sencillamente, porque el grado de pertenencia al ser, que separa a ambos, es abismal e insalvable. El modo de ser -orangután, el de Louie, humano, el de Adán- lleva consigo modos diferentes de percibir la sucesión de cambio de la que ambos son testigos: arrastrada por el río del devenir, en el caso de Louie; en angustiada lucha contracorriente por alcanzar la orilla del ser, Adán. El preso humano, en no pocas ocasiones, se preguntará la razón de haber sido arrojado al mundo, el modo de vida y el grado de satisfacción alcanzado, así como la razón acerca de otros asuntos de esta índole. A diferencia de su compañero de celda -el animal arrastrado por la corriente del devenir-, la conducta del humano se hace inteligible para un espectador, si éste llega a conocer las respuestas que el preso en el mundo ha dado a cada "por qué" por él mismo formulado; en este caso, el espectador comprobará que, en razón de la comprensión de su realidad y de la valoración acerca de modificar sus circunstancias, Adán actuará en una dirección u otra.

Es este preguntar por "la causa" la gran diferencia cualitativa entre el modo de percibir del animal y el modo propio de mirar del hombre. Esta forma de estar en el mundo pone de manifiesto la capacidad del hombre de atender a lo presente, incluso de atender asuntos de ningún interés práctico. Esta forma de investigar le permite considerar lo presente ante él en cuanto objeto, en cuanto realidad en sí. Es precisamente esta disposición metafísica de su compañero, lo que escapa a la mirada del rey de los Bander-Log.