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La ventana

El comercio local, mal

La desaparición de las tiendas en los pueblos

De un tiempo a esta parte se va extendiendo por las distintas poblaciones del Occidente una preocupación, cada vez más palpable, al ver cómo locales comerciales de distintas ramas van cerrando, y se presume que la mayoría de ellos no volverán a abrir sus puertas. Esto no es un suceso novedoso, empezó hace ya años y se va acrecentando poco a poco hasta hacerse de un calibre indomable, llegando a engendrar en su seno un fenómeno social que trastorna la vida de pueblos y villas.

Hace años, y no son tantos, en cada pueblo había al menos una tienda y un bar, o un mixto, donde los vecinos encontraban todo lo que precisaban para su día a día. Los bares eran además centros sociales donde al acabar la jornada todos se reunían para compartir sus alegrías y sus pesares. Ese mundo rural ha desaparecido.

La actividad comercial de proximidad ha cambiado de forma drástica. En villas y ciudades aterrizaron afamadas marcas que con la fuerza de sus cantos publicitarios atrajeron a sus vientres a consumidores de toda condición. La mayoría de todo cuanto adquirimos para nuestros hogares procede de esas grandes empresas que año tras año engordan sus millonarios dividendos. Los vetustos negocios que poblaban nuestras calles terminaron por cerrar y los que intentan una nueva singladura les cueste un potosí asomar un poco la cabeza. Es una competencia desigual y la subsistencia, aunque heroica durante algún tiempo, llega a ser insoportable.

Todos hemos caído en esa perversa red. Ahora nos lamentamos de la situación. Todos, o la mayoría, hemos abandonado nuestra carnicería de toda la vida por una oferta de 50 céntimos, sin mirar la procedencia del producto que nos venden. Todos hemos cambiado la ración diaria de un pan artesano por unos panes muy baratos que se conforman principalmente de aire. Han desaparecido las tradicionales tertulias de las peluquerías y acudimos a salones deshumanizados a kilómetros de distancia. Nuestra nevera se nutre de pescados de otras latitudes. Hemos contribuido a que en toda la comarca no haya ya ni un solo cine y acudimos como corderos a ver el último estreno que nos anuncian allá donde hay además oferta suficiente para pasar todo el día festivo. Ya está aquí la compra on line.

Reconvertir la situación se antoja tarea imposible. Pero se puede intentar.

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