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Psicóloga y logopeda

Ricardo III, Hitler y Marx

Las claves de la capacidad humana para hacer tanto el mayor bien como el mal más abominable

A los tres hombres mencionados en el título les ha sido asignada la cuna de la derrota: el alma de cada uno de ellos ha estado atormentada por un marcado sentimiento de inferioridad, sentimiento que se presenta asociado al miedo a la soledad, a no ser aceptado y querido. Para entender aquello que atormentó el alma de estos niños se ha de suspender el juicio moral. Desde la consideración moral, se valora la deriva de un alma y los puntos obscuros por ella frecuentados. En clínica, en cambio, se prepara al individuo en ahondar lo insondable de su alma, allí donde mirar de frente el rostro del sufrimiento; no si la conducta es ética o deja de serlo, sino más bien por qué sufre y por qué este su sufrimiento.

Desde una consideración antropológica, cada hombre puede ser capaz de lo más sublime como, también, de lo más abyecto y abominable. Así, en la literatura religiosa, ya en el Génesis, se lee: "Viendo Yavé cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día? pues está llena la tierra de violencia a causa de los hombres". En el ámbito propio de la literatura, Goethe habla de la presencia en cada hombre de un santo y un criminal, y R.L. Stevenson de "Doctor Jekyll y Mr. Hyde". Para la ciencia de la condición humana, "ser humano y bestia no son términos excluyentes"; hay -como Freud señala- la presencia de dos tendencias en todo individuo, Eros y Thanatos.

La praxis y la literatura clínicas ponen de manifiesto que el individuo "se halla bajo la compulsión de tener que vengar, decenios más tarde, humillaciones narcisistas padecidas a una edad muy temprana". Este es el caso de Ricardo III (1452-1485), Duque de Gloucester. "Ricardo era perverso, colérico, envidioso?". Era, pues, el alma del joven duque el reflejo de su cara.

Cuando llega la "hora de la media noche mortal", el Rey Ricardo accede oír su conciencia: "¡No hay criatura humana que me ame! ¡Y si muero, ningún alma tendrá piedad de mí! ¿Y por qué había de tenerla? ¡Si yo mismo no he tenido piedad de mí!". Para entender este estado de clarividencia en el momento de la agonía, antes, habría que preguntar: ¿Por qué esa metamorfosis de hombre en "ventruda araña, deforme lagarto? ponzoñoso reptil jorobado"? ¿Por qué el santo ha cedido ante el criminal? ¿Y por qué Jekyll ante Hyde?

Ya a temprana edad es sabedor, por labios de su madre, que no ha sido el niño deseado por sus padres: "¡Tú nacimiento ha sido para mí una carga abrumadora? oprobio de mi vientre y engendro aborrecido de los riñones de tu padre!". "Cuando el sol traspone y espera la noche", y ya amamantado en la angustia por separación, al joven Gloucester le sorprende la horrorosa pesadilla infantil de "caído de espaldas en el abismo insondable del más oscuro olvido y la más profunda indiferencia". He ahí la razón que haga "glosa sobre su propia deformidad", que sea "sutil, falso y traicionero" y dado a alimentar el odio en su propio corazón. Cada mañana, la inferioridad hiende más si cabe su afilada daga en la herida de la desesperanza. De ahí el vehemente deseo de desear la muerte a quien es persona "virtuosa y bella, graciosa y llena de majestad" y, de su alma de buitre y milano, el "urdir complots" para enjaular el águila.

A quien, como Ricardo III, no se ha sentido amado ni ha recibido trato alguno amable, le es difícil, si no imposible, "aprender una palabra dulce de afecto". El "Gigante egoísta" confía en la mano infantil extendida y espera que sea "precoz la primavera" ("¡Los humanos viven de esperanzas!"); en cambio, el joven duque ha perdido la fe en "el más puro amor y la devoción más inmaculada".

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