Que en una localidad costera se abra al público una pescadería no debería ser una noticia destacada. Lo que es noticiable es comprobar que ahí, donde hay una flota pesquera notable y una lonja de las más activas de Asturias, no se disponga de una plaza de abastos. Que una insignificante obra que podría durar a lo sumo un par de semanas haya obligado a permanecer cerrada la plaza durante tres años resulta sorprendente e inconcebible. También resulta indignante que entre los responsables de semejante desaguisado nadie sienta el mínimo rubor, ni se hayan pedido disculpas por la manifiesta inoperancia demostrada. Tampoco creo que nadie haya sentido la tentación de dimitir, que sería una salida acorde con tamaño disparate.

Dado que agua pasada no mueve molino, no queda otra que mirar adelante. Hay que alegrarse de ver la pescadería abierta, como nos hemos de alegrar ante cualquier iniciativa nueva y lamentar, con profundo dolor y rabia, las puertas que se cierran para nunca volver a abrir. En el Occidente estamos demasiado acostumbrados a ver oportunidades que se nos van y a convivir con un conformismo pasivo que nos hace cada vez más insignificantes.

Quien abre un pequeño negocio nuevo en esta zona merece un aplauso. Pero merece algo más. Todos podemos contribuir a que esa iniciativa no sea una experiencia con tiempo de caducidad. Tener al alcance de la mano unos pescados frescos, extraídos por nuestros propios vecinos, no debería ser nunca objeto de comparación con otros foráneos, aunque haya alguna diferencia de precios.

Cualquier negocio que se emprenda es una persona, o acaso una familia, que no se va, es cortar la hemorragia de esa diáspora que nos está llevando a un territorio de viejos. Una vez abierta la plaza no basta con que permanezca abierta, hay que llenar sus puestos, hay que ofrecer productos de la zona a quienes nos visitan, hay que consumir lo que tiene su origen al lado de nuestras casas. Este año no tenemos patatas de la zona, pero a cambio podemos disfrutar de un sinfín de productos singulares.

Esta puede ser la senda que nos enderece el rumbo. No más pasos atrás; poco a poco, hay que sacar la cabeza entre la espesura. Las administraciones que se olviden de la palabrería hueca, y los ciudadanos huyamos del consumismo engañoso de las grandes superficies.