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Profesor

Semblanzas riosellanas: Don Cándido

Un médico excepcional, tanto en su vertiente humana como en la profesional

Sin ánimo de socavar el mérito de otros profesionales de la medicina que han ejercido y ejercen muy dignamente en el concejo de Ribadesella, nos disponemos a presentar aquí a un médico excepcional tanto en su vertiente humana como en la profesional.

Abnegación y sacrificio podrían ser algunos de los adjetivos para definir a este insigne personaje que, pudiendo aspirar a puestos más ambiciosos, decidió quedarse en esta villa y dedicar su vida a sus pacientes.

Cándido Díaz Pereiro, "Don Cándido" como se lo conocía en la villa, nace en Santiago de Compostela el 26 de abril de 1878. Es el primogénito de una familia de dieciséis hermanos, de los que ocho fallecerán a edad muy temprana.

Excepcional estudiante, tras su educación secundaria accede a estudios superiores en la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago, en la que obtiene veintidós sobresalientes y siete matrículas de honor hasta alcanzar el título de Licenciado en Medicina y Cirugía. Posteriormente, obtiene el grado de Doctor en la Universidad Central de Madrid (hoy Universidad Complutense) por su tesis sobre el "Tratamiento de las uretritis blenorrágicas en el hombre". Tras una larga estancia en Londres donde se especializa en Obstetricia y Ginecología, obtiene una beca para ampliar estudios en París, donde también se especializa en Traumatología.

El 20 de enero de 1902 se traslada a Ribadesella para una sustitución temporal del médico titular. Veamos cómo evocaba su llegada a la villa: Pasó tiempo y tiempo y aquella maleta continuaba aparcada en un rincón de la habitación esperando el inminente viaje de vuelta. Se sucedieron muchos días, tal vez varios meses, desde el regreso de don Laureano García, médico titular de Ribadesella a quien había venido a sustituir durante unas vacaciones. Fueron largas jornadas de duda hasta que, súbitamente, una luz cruzó mi pensamiento y supe que Ribadesella sería mi tierra, su mar sería mi mar y sus gentes serían mis gentes. En aquel instante tomé la decisión, me levanté bruscamente y deshice la maleta guardándola acto seguido en el último rincón del armario.

Al saber de esta decisión, sus profesores y colegas le insisten en que un médico con ese expediente académico no debe ejercer en un pequeño pueblo. Pero todos los llamamientos son inútiles, la decisión está tomada y Don Cándido cultivará su profesión de médico rural durante más de cincuenta años.

Si bien durante su vida obtiene dos cátedras de medicina en la Universidad de Santiago, lo cierto es que renuncia a ellas para ejercer la medicina en Ribadesella. Se instala en el primer piso de la calle Infante número 13, en cuyo bajo tiene su clínica (donde posteriormente se ubicaría la Peluquería Emilio). El 20 de enero de 1906 contrae matrimonio con Luisa Caso de la Villa, hija del por entonces Alcalde de Ribadesella, Manuel Caso, y de Teresa Villa; del matrimonio nacen dos hijos, Juan y María Teresa.

Don Cándido llega a gozar de gran prestigio en Ribadesella, siempre dispuesto a cumplir con sus obligaciones utilizando todos los medios de locomoción a su alcance para realizar sus visitas en la villa o en la aldea más apartada.

En la época en que aún no existían servicios médicos públicos, nunca le preocupó que los enfermos no tuviesen dinero para pagar la consulta. La salud de sus pacientes era lo más importante para él, y era frecuente que invitase a comer en su casa a alguno de ellos sin importarle su posición social, siempre y cuando supiesen comportarse con dignidad y educación.

Por conflictos familiares, tras homologar sus títulos académicos en diversos países americanos, en 1911 obtiene una plaza por oposición en la Real Armada Inglesa. Emigra al continente americano, y deja como sustituto a su hermano Andrés, médico también de excelente expediente académico.

Tras una estancia de dos años y medio, la añoranza de sus hijos le hacer regresar a Ribadesella. Un periódico local de la localidad de Machagay (Argentina) se hacía eco de su marcha: "Su actuación en Machagay no fue larga, pero sí lo suficiente para que hayamos podido apreciar en toda su valía las condiciones que hacían del Dr. Díaz Pereiro un espíritu selecto. En lo profesional tuvo nuestro pueblo al médico capaz de salvar con éxito las circunstancias más graves donde fuera necesaria su intervención (?) le deseamos feliz retorno a su patria a este médico altruista cuyo nombre quedará ligado para siempre a nuestro cariñoso recuerdo".

Una vez en Ribadesella, ejercerá la medicina de manera continua hasta su jubilación. Durante su vida profesional desempeña los cargos de Inspector Municipal de Sanidad, Médico de la Marina Civil, Médico de la Marina del Puerto, Director de la Casa de Socorro y Médico del Seguro Obligatorio de Enfermedad desde su fundación en 1942 (sustituido en 1963 por la Seguridad Social).

En una ocasión, tras haber perdido a su hijo Juan fusilado durante la Guerra Civil, supo que había una persona enferma en el pueblo cuya familia, de ideología contraria a la del hijo difunto, no se atrevía a llamarlo por razones políticas. Cuando se enteró, no perdió un minuto en ir a atender al enfermo recriminando a los familiares por no haberlo avisado.

Era Don Cándido persona de extensa cultura. Conocía el francés, hablaba correctamente el inglés y poseía un buen conocimiento del latín. Asimismo, leía Literatura, Historia y Arte, amén de asistir a congresos y leer revistas especializadas españolas, francesas e inglesas para mantenerse al día de los avances científicos en el ámbito de la medicina. Llegaría a poseer una notable biblioteca de autores españoles y extranjeros que finalmente pasaría a manos de sus familiares.

El día 4 de octubre de 1952 se jubila de sus cargos públicos con 74 años, aunque seguirá ejerciendo la medicina privada hasta que enferma de diabetes y, posteriormente, sufre una hemiplejia.

Tras tan dilatado tiempo viviendo en esta villa, no deja de haber anécdotas como la que, según narra en Internet Jesús Fernández Malvárez, Don Cándido contaba a su padre:

En la esquina situada frente al consultorio había una fuente pública. Un diecinueve de marzo del año veintitantos del pasado siglo bajaban varios amigos de celebrar San José en Sebreñu, donde había corrido la sidra en abundancia. Había anochecido y probablemente pasaba de la media noche, pero a pesar de ello los mozos se animaban entonando diversos cánticos de tono alto en cuanto al volumen y subido en cuanto al contenido.

Llegados a la esquina de la Calle del Infante, a alguno se le ocurrió ponerse a orinar y fue acompañado en tal menester por los demás del grupo. A uno de ellos le apeteció también saciar la sed y para ello abrió el grifo de la fuente. Cumplidas las necesidades, la pandilla continuó el camino hacia la Plaza de María Cristina... Todos menos uno.

Al cabo de un rato se empezaron a oír en la Calle del Infante unos gritos solicitando auxilio. Don Cándido, alertado por las peticiones de socorro se acercó a la galería, se asomó, se hizo cargo de la situación, se echó un gabán por encima y bajó a la calle.

Allí se acercó al mozo, que seguía gritando "¡socorro, socorro!"; cerró el grifo de la fuente y oyó como el mozo exclamaba:

-¡Ay, menos mal! ¡Creí que me desmexaba!

Gustaba nuestro médico de contar que, durante la terrible epidemia de gripe acaecida en 1918, la cual causó gran cantidad de muertes en todo el concejo, él la curó "con agua y jabón". Así es que por un tiempo realizaría una campaña profiláctica basada esencialmente en la limpieza como método para evitar la propagación de la enfermedad.

Finalmente, fallece el 27 de julio de 1961 y su cuerpo es conducido a hombros de la Guardia Civil al cementerio municipal para su inhumación. Cándido Díaz Pereiro figura en el Cuadro de Honor de los Médicos Españoles.

Agradecemos a María Teresa y Juan Sánchez Díaz-París su inestimable colaboración en la elaboración de este artículo.

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