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Con sabor a guindas

Con qué me quedaría

Posibles peticiones a la vida

Esta referencia se hace patente cuando a un entrevistado se le pregunta ¿qué se llevaría a una isla desierta? Y para reducirle su ambición se le deja elegir tan sólo dos cosas. Poca cuantía, me digo, para tan larga estancia.

No hace mucho tiempo me ocurrió en una entrevista que me hicieron. En aquella ocasión la joven periodista quería más de dos respuestas. A mis años, le dije, mis peticiones serían muchas. Cuente, cuente, tenemos tiempo.

Verá, me quedaría con mis recuerdos, con mis abrazos al viento de marchas y regresos, que fueron motivo de alegrías y tristezas.

Me quedaría, también, con las huellas que me dejaron el amor y la amistad. Con el sabor de la sobremesa de un grato almuerzo. Con la brisa ligera que acuña la paz interna. No puedo olvidarme de esa oración que alivia y tranquiliza el espíritu. Tampoco de la puesta de un sol que baña de color los sentimientos. Todo son pruebas de que la meditación es una fiel acompañante.

Cuando de trabajo se trata, yo me quedaría con los distintos colores de frutos que ofrecen mis destilerías, al ritmo de la ebullición de mis alambiques. Qué decir del silencio que son portadoras mis cubas de roble, esa vivienda donde se añeja y duerme la calidad de mis aguardientes.

Es gratificante quedarse con todo lo que nos ofrece la Naturaleza cuando salimos a contemplarla: sus verdes múltiples, sus valles, sus montes, sus cielos grises o azules y en especial me quedaría con el horizonte inmenso de mi mar querida que me saluda desde la estela blanca de un barco que quiere abrazarla para un viaje de ilusiones y esperanzas. No me olvidaré del eco de una música lejana, ni del sonido de las campanas de mi cercana iglesia. Después me dejaría llevar por los vuelos ilusionados de un futuro generoso.

Siempre recordaré, imposible de olvidar, el beso en la frente de mi madre que esperaba paciente mi regreso. Qué hermosa también la unidad familiar. Qué grata la sonrisa de los niños, hijos, sobrinos o nietos, que miran presente y futuro con alegría. Cuántas cosas nos pueden dar la felicidad.

Sabido es que pasa todo en la vida tan deprisa y como metáfora siempre me llamó la atención ese multicolor paso de una carrera ciclista que nos demuestra la rapidez de un instante. Cuán presto se acaban las cosas, por eso hagamos por disfrutarlas.

La periodista sin interrumpirme, añade, siga, siga, veremos hasta dónde. Sonreímos y no me atrevo a decirle que me quedaría, sin duda, con su belleza.

En un alarde de buenos deseos le digo que me gustaría que el motor de la vida sea mi propia dignidad y dedicársela a la gente que uno quiere. Me parece que es la mejor verdad desnuda que el mundo necesita como única esperanza y rentabilidad.

En definitiva, querido lector, me quedaría con el amor como alimento de una fe en la que pueda creer con firmeza e ilusión para la paz de cuerpo y alma.

Pienso si todas estas peticiones sinceras, que todos añoramos, pudieran ser firmes y orientarnos con la ayuda de esa brújula que marque el camino de nuestra felicidad.

Mi amiga se va con mis palabras para ordenarlas y yo me quedo con la sosegada calma que habita en mi hogar. Cuando me quedo solo me voy a las teclas de mi olivetti para contarle mis sueños. Me acompaña un viento en las afueras. El tic-tac de un reloj cansado. Una luna que alcanzo con mis manos y el crujir de las viejas tablas de mi desván. Me levanto, voy vengo. Abro y cierro la ventana. Apuro mi café con mi licor de guindas. Mis párpados juegan al sueño. Mi olivetti me mira de reojo, me invita al descanso. Dejo mis cuartillas en reposo y, en silencio, para no despertar al sentimiento, hago mutis por el foro y me acuesto. Antes de dormirme Raimon Panikkar, ese estudioso de la espiritualidad, me regala esta frase: "La sabiduría es no confundir lo urgente con lo importante". Buenas noches y apago la luz.

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