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Con sabor a guindas

La Luna, amiga del Sol y de la Tierra

La visita hace días del satélite, grande y brillante

Las cosas están cambiando en tal cuantía que hasta la Luna que nos observa a miles de kilómetros, unos 385.000, está interesada en resolverlas. Se encuentra preocupada por todo lo que ocurre en este mundo terrestre, que no es poco, y hace unos días para dar fe de su interés se acercó a la tierra, más de lo previsto, en la salida de sus andanzas para ofrecernos consejos.

Para dar más seguridad a sus cercanos paseos terrenales abrió sus ojos y los hizo un 14% más grandes y para hacerse ver con gran intensidad amplió su brillo un 30% para no perdernos en el tráfico intenso de la vida.

Este planeta, satélite de la Tierra, no para. Le gusta correr alrededor de ella, sobre la cual gira y la ilumina durante la noche. Yo, cuando me asomo a contemplarla me trae mil recuerdos. Es como un armario de luna, redondo y transparente, que alberga un espejo sagrado y único. Me parece una cuchilla de frágil cristal que se hace menguante y creciente según su ánimo y día. Vehículo que en sus 29 días en dar la vuelta a la Tierra desde su ventanilla mira al mundo con su cara fiel sin darnos la espalda.

Ella, como la hermana menor de la Tierra, es 50 veces más pequeña, nos muestra su vida llena de valles, montañas y volcanes aunque se queja de no tener atmósfera. Se enfadó un poco cuando en la década de los cincuenta el cohete cósmico Lunik llegó a besarla o cuando a finales de los sesenta el "Apolo XI" con Armstrong y Aldrin en su nave espacial desembarcaron en sus dominios.

Cuando hace una semana la vimos mirándose en el espejo de mar y tierra tenía un tono elegante y rojizo, como cuando su amigo el Sol se nos despide en el inmenso horizonte que los seduce. Ellos, en su amistad, mar, Luna y Sol, en su atracción, producen las mareas.

La leyenda también forma parte de su vida. Se dice que se hace luna de miel en los viajes de matrimonio y escaparate donde se mira el amor. También se hace local al advertirnos que mucho cuidado con estar a la luna de Valencias, al decir del refrán.

Hablar con la Luna es un descanso, no sé si ustedes lo habían hecho alguna vez. Yo pienso que desde que el ser humano pisó su suelo para descubrir sus secretos, y dejar sus huellas sobre su movida Tierra, ha perdido un poco el misterio de su diario vivir. Por ello ha querido devolver su visita haciendo su figura más grande y brillante y demostrarnos con su presencia que sigue viva y capaz de albergar todas aquellas promesas que la ciencia humana quiera reservarle para alcanzar esa felicidad compartida.

Me dice que no renuncia a nada y que quiere comprometerse con el recuerdo para que cuando el amor eleve sus ojos al cielo, encuentren ambos, Tierra y Luna, esa paz tan necesaria que tanto nos cuesta conquistar.

Me confiesa que esta confusa y extrañada de como se olvida la gente tan pronto de las cosas. De cómo la memoria de lo prometido se hace sueño y no realidad. Yo, añade, que he dado tantos consejos de amor en esas primeras relaciones que tan pronto han acabado en separaciones y divorcios.

Aquel amor eterno que se juró en su presencia quedó diluido como azucarillo en agua templada para llegar a la desilusión. Ante tan numerosos fracasos que al día de hoy nos visitan.

Me pregunto que quizás todo este mundo de desilusiones fue la causa de este precipitado regreso haciéndose ver con su mando, lleno de amistad y afecto, que cuando a la vida se le pone un sello de amor compartido debe de ofrecérsele paciencia y entendimiento para prolongar aquella inicial felicidad de la que ella fue testigo.

Por lo que veo, además de grande y brillante, nos vuelve más romántica.

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