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Investigador

Andrés Naves Álvarez, olvidado en el callejero

El reconocimiento que merece el sacerdote y naturalista asturiano

Es cosa tan corriente dar a calles y plazas nombres de quienes no lo merecen como olvidarse de quienes han hecho méritos suficientes, y hasta sobrados, para que sean recordados de esta manera. Y esto es malo, no solo porque iguala a los que valen con los que no, sino también porque regalar honores a los que no los ganaron los devalúa para todos. Uno de los asturianos olvidados en el callejero del concejo de Oviedo -y pido ya disculpas si estoy en un error- es el sabio naturalista Andrés Naves Alvarez, nacido el 22 de julio de 1839 en el lugar de Cortina, perteneciente entonces al concejo de Tudela y desde mediados del siglo XIX al de Oviedo. Destacó en la escuela, aprendió algo de latín con un tío cura e ingresó en el seminario. En 1858 profesó en los agustinos de Valladolid y en 1863 pasó a Filipinas, donde ese mismo año se ordenó de sacerdote. No regresó a España hasta 1900. En los treinta y seis años de estancia en el archipiélago asiático estuvo al frente de varias parroquias (como sus hermanos Camilo y José, más jóvenes que él, también agustinos y fallecidos los dos en Filipinas en 1875; José escribió una gramática ilocana impresa en Manila en 1876) y desarrolló una obra naturalista que le valió el reconocimiento en ámbitos científicos nacionales y extranjeros.

En 1900 desembarcó en Barcelona y emprendió el viaje a Asturias con el propósito de ver a su madre, ya nonagenaria, pero en la parada que hizo en el colegio de Valladolid le llegó la noticia de su muerte. No obstante prosiguió su viaje a Asturias. Sin familia cercana en el lugar natal, Naves pasó, en 1900 o 1901, unos ocho meses en Oviedo, y después volvió a Asturias otros dos veranos, porque le gustaba la temperatura de la región. Durante sus estadías en la ciudad, alojado en casa de unos parientes en la Piñera, salía a pasear y llevaba siempre consigo unos papeles amarillos en los que guardaba las plantas desconocidas que se detenía a recoger por el camino. No puede dejar de conmover que esta información nos haya llegado en una nota manuscrita, del acompañante que lo visitaba casi a diario, en los márgenes de un folleto acerca de su vida y su obra científica. En 1910 el naturalista asturiano murió en Valladolid.

El Padre Naves era asmático. Durante un período de convalecencia en la parroquia de Jaro, probablemente a finales de la década de 1860, conoció al farmacéutico Francisco Fabrice, natural de Sajonia, quien lo inició en el estudio de la botánica, ciencia a la que en adelante, aprovechando el poco tiempo que le dejaban sus deberes parroquiales y a pesar de su mala salud, se dedicaría de manera intensa, aunque no exclusiva, hasta el final de su vida. A lo largo de los años formó grandes y valiosas colecciones de plantas y minerales que viajeros alemanes e ingleses admiraron y quisieron, sin éxito, comprarle. En el curso de la revolución bisaya, en los últimos años del siglo XIX, esas colecciones se perdieron o fueron destruidas. Una parte de la obra de Andrés Naves, que incluye estudios de botánica, zoología y mineralogía, pero también de etnografía y lexicografía filipinas, sigue manuscrita. De la impresa, su contribución más valiosa consistió en la dirección, corrección y ampliación, más la adición de trabajos propios y ajenos, de la tercera edición de la monumental Flora de Filipinas, del agustino P. Blanco, publicada en Manila desde 1877. Esta obra del Padre Naves, que consumió seis años de trabajo y en la que colaboró con pareja dedicación el también agustino asturiano y notable botánico Celestino Fernández Villar, casi de su misma edad y de un pueblo cercano al suyo, no fue en su tiempo desconocida en Asturias, pues en 1889, como recogió la prensa local, otro agustino asturiano, de paso en la región, regaló un ejemplar, en seis tomos, al seminario conciliar. Este ejemplar parece haberse perdido.

En los primeros años del siglo XX Andrés Naves publicó artículos de botánica, escritos en bable, en la revista gijonesa Ixuxú. En uno de esos artículos, enviado desde el colegio de los PP. Agustinos Filipinos de Valladolid - este artículo puede leerse en un número de la edición facsimilar, y entiendo que incompleta, de Ixuxú publicada por la Academia de la Llingua -, se refiere Fray Andrés Naves (que así firma el escrito) a una planta que ha recogido en Roces y en Piñera; no dice si ese lugar de Roces es el de la parroquia de Colloto o el de Gijón, y puede suponerse que Piñera sea el barrio de la calle ovetense de ese nombre en la que vivió unos meses. Es muy probable que éste y otros artículos, con mucha otra información que solo podemos conjeturar, se encuentren en los manuscritos que seguramente guarda el colegio de agustinos de Valladolid.

Para Andrés Naves, que estuvo tanto tiempo en un olvido inexplicable, creo que es de justicia pedirle al ayuntamiento de Oviedo una calle en la ciudad y una placa conmemorativa en su lugar natal de Cortina, y a la Universidad, el estudio y la publicación de su obra manuscrita, si tal cosa no se ha hecho. No se tiene noticia de muchos botánicos asturianos, pero se puede tener la certeza de que, cualquiera que haya sido su número, Andrés Naves fue uno de los más notables.

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