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Crítica

Viernes de ópera para descubrir voces

La Ópera de Oviedo echó ayer el telón de su segundo título de la temporada, un "Nabucco" que ya forma parte de la historia del teatro Campoamor, en una nueva coproducción que rompió barreras con récords de venta de entradas para la difusión de la ópera, también ampliando las retransmisiones en directo, desde Oviedo, Cangas del Narcea y Llanes. La fórmula escénica de Emilio Sagi, elegante y limpia, combinada con la vibrante versión musical de Gianluca Marcianò, al frente de Oviedo Filarmonía, fue clave del éxito de un título, por otro lado, más lírico que teatral. Y no menos el efecto llamada del Coro de la Ópera de Oviedo, que casi puede decirse que se convirtió, en todas las funciones, en el protagonista de este "Nabucco".

"Nabucco" fue además la primera ópera del cartel ovetense en incluir la sesión del "Viernes de ópera", que también traerá "La Bohème", con una quinta función a cargo de un segundo reparto, que siempre guarda sorpresas más que interesantes. En el caso de "Nabucco" fue la soprano Maribel Ortega la que se llevó mayores aplausos, bravos incluidos. Ortega fue una Abigaille de armas tomar, que se impuso desde el primer compás, inmensa sobre el escenario, para defender una partitura casi circense, caballo de batalla de grandes artistas.

A Maribel Ortega la pudimos ver ya en la segunda función de la ópera, por indisposición de Ekaterina Metlova. Entonces ya sobresalió, a pesar de una parte del público reacia al cambio, cuya respuesta, al final de la función, costó comprender. Eso sí, la Maribel Ortega del viernes se creció. La soprano lució esa voz elástica, que se agita, mientras se proyecta plena y dramática, con grandes momentos, como el dúo con Nabucco en el que saltaron chispas. No en vano, Damiano Salerno, en el papel del rey de Babilonia, fue otra gran sorpresa de la velada.

El barítono, preso tras el telón de barrotes de oro diseñado por Sagi, se rinde en un escenario rojizo, donde la pasión y la ambición se vuelven muy peligrosas. Y es que Salerno defendió un rol que roza límites, no siempre fácil para su lucimiento, dentro de una intensidad dramática constante, pero en evolución. Así lo supo transmitir el barítono, con gran fuerza vocal, mientras atravesaba las aristas del rey protagonista, como en esas arias de la vergüenza y del perdón, además del momento estelar, "¡Dios de Judá!".

La soprano mallorquina María Luisa Corbacho encarnó a Fenena, hija de Nabucco, con su fuerza expresiva y potencia de emisión, sin duda fue hipnótica en "Oh, dischiuso è il firmamento". A Ernesto Morillo hacía años que no le veíamos en Oviedo, y quizá como Zaccaria tuvo una actuación menos regular, pero hay que señalar también la dificultad de este papel, por su fuerza y amplitud. Así, el público premió la oración de Zaccaria del segundo acto, con esa atmósfera íntima acompañado de los chelos. Aunque Morillo conquistó sobre todo en el final del tercer acto, con el coro de judíos, por sus modulaciones dinámicas y expresivas, con mucho gusto.

Por otro lado, el tenor Enrique Ferrer es una voz habitual en nuestro teatro, y como Ismaele mostró potencia vocal en un rol que no es demasiado agradecido, casi siempre en tensión, sobre todo en la primera mitad de la ópera, con mayor presencia. En la función del viernes hubo bravos sonoros también para el Coro de la Ópera de Oviedo, con repetición incluida del "Va pensiero". Pero su éxito no se limitó sólo a esta página, pues sobrecogió desde el primer coro, con una intensidad de tintes oscuros.

En el escenario repetía además el bajo Miguel Ángel Zapater (Gran Sacerdote de Jerusalén), el tenor Jorge Rodríguez-Norton (el soldado Abdallo), también asturiano, y la soprano Sara Rossini (Anna, hermana de Zaccaria), todos más que adecuados a sus respectivos roles, para redondear este "Nabucco". En la segunda quincena de noviembre tendremos más ópera, con uno de los títulos más esperados, "Las bodas de Fígaro" de Mozart.

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