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Crítica / Música

Insigne maestra

Un 18 de octubre de 1945, en el contexto de una posguerra en la que la ciudad de Oviedo aún reconstruía sus edificios de los estragos del enfrentamiento fratricida, una niña de apenas doce años se subía por primera vez al escenario del Teatro Filarmónica. Por aquel entonces, en una sociedad ávida de distracciones que hicieran olvidar el pasado más reciente, entreteniendo a la vez el hambre del cuerpo y del alma, la frescura y talento de aquella pequeña artista no pasó inadvertida para un público que llenaba las butacas del teatro.

Setenta años más tarde, Purita de la Riva ha vuelto a la Sociedad Filarmónica para recibir el merecido homenaje y agradecimiento de una institución que debe en buena medida su existencia, a todo lo que Purita de la Riva significa para la música en Asturias: talento, constancia, inteligencia, humildad y maestría. Maestría en la que ha combinado a partes iguales un virtuosismo innato, afianzado con estudio, esfuerzo y tesón, junto a una vocación pedagógica por trasmitir todo aquello que había recibido de su maestro, Anselmo González del Valle, que enlazando a su vez con Víctor Sáenz, han venido a constituir lo que muchos han llamado "la escuela de piano asturiana".

Arropando al piano y como parte del acrónimo "Trío Clapiachelo", el clarinete de A. Veintimilla y el chelo de V. Sarkissov, en un programa intenso y sin concesiones al entretenimiento superfluo. El "Trío nº1 en re menor" de F. Mendelssohn en sus cuatro movimientos fue una muestra de gran objetividad interpretativa dejando al piano el protagonismo que la partitura parece otorgarle en un aparente juego de "piano acompañado". El "Trío para piano, oboe y fagot" de F. Poulenc, en su arreglo para clarinete y chelo, y dedicado originalmente a M. de Falla, ofreció, como final de la primera parte, el irónico lirismo del músico francés cuyo sentido de lo proporcional otorga de nuevo cierta primacía al piano sin que ello contribuya a deslucir a los otros instrumentos.

En la segunda parte, Purita de la Riva interpretó el "Nocturno nº 20" de F. Chopin, la "Danza española nº 1 de La Vida breve" de M. de Falla, el "Allegro de concierto" de E. Granados y la "Rapsodia española" de A. G. del Valle, en la que la pianista ovetense pareció hacer una declaración de intenciones, en la que las bellas melodías asturianas se funden con los ritmos andaluces y las jotas aragonesas sobre el recurrente material temático de la "Marcha Real" hoy "Himno Nacional". Como colofón, dos propinas dedicadas a su maestro A. G. del Valle.

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