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Médico oncólogo

Muerte digna y derecho a decidir

La experiencia médica ante enfermos terminales y las soluciones que reclaman ciertos colectivos

Hace un año apareció en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA la siguiente noticia: "Durante mi vida profesional nadie me ha pedido la eutanasia". Esta frase fue pronunciada por una doctora encargada de una unidad que atiende a muchos enfermos graves. Este testimonio no me pasó desapercibido, porque coincide con lo que he vivido durante mi experiencia profesional: solo en dos ocasiones me han pedido la eutanasia. En un caso fue un enfermo que ingresó en el Hospital General de Asturias con un tumor avanzado. Ante tal propuesta, la enfermera reaccionó con cariño y simpatía diciendo: "Pero hombre José ...". Por mi parte, le expliqué los pasos que había que dar en el diagnóstico y en el tratamiento. Al ver que no estorbaba , y que se le trataba con afecto, nunca más habló de eutanasia. En cuanto al otro caso, se trataba de un enfermo que estaba prácticamente agónico, pero no tenía dolores, ni agitación, ni aparente sufrimiento. Quien solicitó la eutanasia fue su hermana, que no aguantaba ver a su hermano morir. Me di cuenta que quien necesitaba atención era ella: la hermana. Procuré atenderla y tranquilizarla haciéndole ver que, aparentemente, su hermano no estaba sufriendo.

Podríamos decir que esta es la experiencia de la mayoría de los profesionales de la sanidad. Lo que el enfermo espera de los médicos, aparte de curar, es evitar el sufrimiento. Cuando tanto las familias, como el propio enfermo, han llegado a la convicción de que no se puede hacer nada más, surge la petición: ¡que no sufra!; y eso es lo que intenta tanto el médico como el resto del personal que le atiende.

Pero si esta es la realidad y la experiencia de los médicos y de las enfermeras, ¿por qué surgen personas que pretenden introducir dentro de la práctica médica la eutanasia? Sus argumentos se resumen en dos eslóganes: muerte digna y derecho a decidir.

Sobre la muerte digna quisiera comentar la siguiente anécdota: hace una semana tuve la ocasión de compartir una mesa redonda con Ramón Sánchez-Ocaña, en Oviedo. Le enseñé un articulo escrito por él en marzo de 1987 que decía lo siguiente: "Da la impresión de que la gente teme un encarnizamiento sanitario. Como si al final de la vida hubiera un grupo de gentes que, bisturí en mano, estuvieran dispuestos a "indignizar" nuestro acto final (...) ¿Qué se pretende con esta campaña? Parece que lo que se está pidiendo es que cuando llegue el momento de una situación irreversible no se prolongue la vida con los medios de que hoy se dispone. Ya. ¿Y para esto hace falta, de verdad, reformar códigos, hacer asociaciones, estar en la palestra pública...? Insisto en que apelar a la dignidad de morir para enmascarar otros conceptos, aunque sean promovidos por intelectuales, me parece una falacia".

Tras esta reflexión del periodista ovetense, se llega a la conclusión de que etiquetar a la eutanasia como muerte digna es una falacia. En el conocido caso de Andrea la falacia consistió en utilizar insistentemente, en los medios de comunicación, el término muerte digna en vez de explicar o reflexionar sobre el verdadero problema que se planteaba: la valoración y toma de decisiones en el límite del esfuerzo del tratamiento de soporte. Mañana habrá una conferencia en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, a las 19.30 horas, en la que se hablará con más extensión de la muerte digna.

Con el sintagma "derecho a decidir" se reclama que cada uno sea amo de su cuerpo y de su vida, y que nadie le diga a uno lo que tiene que hacer. Ese afán de libertad no es lo que la sociedad reclama. Lo que la sociedad reclama es evitar la crisis financiera, la de la familia, la avaricia de algún político, etcétera. Todas esas crisis tienen como origen, no una falta de libertad, sino una falta de referencia moral (las normas): no comportarse cada uno honradamente en su trabajo. Las tendencias ideológicas que reclaman el derecho a decidir para justificar la eutanasia no consideran las normas como referencia en las decisiones humanas, sino la libertad; de tal manera que el realizar un acto en libertad, argumentan ellos, apelando a la libertad como última instancia normativa, hace que el acto sea correcto éticamente.

En la atención a enfermos graves, lo que demandan los enfermos y sus familiares no es la práctica de la eutanasia, sino saber, en conciencia, si hay algo más que hacer. Esa es mi experiencia en la práctica oncológica. Hace un año se denegó, en algún hospital de la provincia, la dispensación de acetato de abiraterona para enfermos con cáncer de próstata; ahora, su uso está autorizado. Eso sí que exasperó a los enfermos y a sus familiares. Esa es la realidad asistencial, y no el enredo filosófico sobre la dignidad y la libertad en el que nos quieren meter los promotores de la eutanasia.

Decía Pellegrino, autor de muchos trabajos sobre ética, que los médicos tienen que defender los limites éticos de sus actuaciones profesionales, para que la leyes se fundamenten en la ética médica; pues si no los defienden, serán los políticos, y por lo tanto los grupos ideológicos que los sustentan, los que nos impondrán con sus leyes, su ideas, que son opuestas a la deontología médica.

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