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Concejal de Urbanismo

La gentrificación como proceso

Una reflexión de la situación en la que se encuentra el casco histórico carbayón

El sábado leí atónito un artículo de este periódico en el cual se definió un proceso de transformación urbanística, la gentrificación, como una "teoría de moda". Los procesos son un conjunto de actividades, hechos o acciones correlacionadas y con una cronología. Suceden y están probados, por lo que no se puede dudar de ellos, frente a las teorías que son establecidas mediante hipótesis y deducciones, por lo que no toman la condición de ciertos hasta que no son probados.

Clarificada la diferencia entre proceso y teoría, y leyendo hoy (por ayer) un amplio y apasionante reportaje en ese mismo medio de comunicación que describe el proceso de transformación social del barrio viejo o Antiguo, habría que ampliar que no es un hecho exclusivo de nuestra ciudad sino global. Podemos encontrar conocidos ejemplos en barrios y en casi todas los cascos históricos de las ciudades del mundo (quedándonos a nivel nacional, La Latina de Madrid, El Cabañal de Valencia, Las Ramblas de Barcelona?). Sería bueno explicar en qué consiste el mismo y qué etapas tiene.

La primera fase en un proceso de gentrificación es el abandono, degradación y eliminación de los servicios básicos del barrio, véanse centros educacionales, mercados, espacios públicos, llevando a la ruina el tejido residencial y apareciendo y consolidándose actividades molestas.

Una vez que el barrio se degrada los residentes y actividades tradicionales comienzan a desplazarse, permitiendo la compra a bajo precio de las edificaciones por empresas inmobiliarias. Después se procede a una paulatina renovación y especulación que introduce nuevos residentes de mayores rentas. Dicha intervención suele ir acompañada de la introducción de equipamientos, servicios y otras intervenciones que con el objetivo de mejorar la imagen del barrio potencian el aumento de valor del mismo. Produciéndose en los entornos históricos una importante pérdida de elementos patrimoniales y convirtiéndolo en una simple reproducción del original y en el mejor de los casos manteniendo una fachada a modo de decorado. El barrio se convierte en un referente, abandonando la imagen degradada y trasladando las actividades molestas a otras áreas de la ciudad de menores rentas, dejando tras de sí un nuevo barrio con nuevos usos, habitantes y edificios.

No es difícil visualizar este proceso en Oviedo, solo hay que pasearse por la calle Mon o Ildefonso Martínez un día de entre semana y veremos el grado de abandono y deterioro urbano. A nivel de planta baja persianas de bares cerrados a la espera de la noche y, con suerte, algún turista despistado. Un poco más arriba casas vacías, ventanas rotas y más persianas bajadas. ¿Qué ha sido del Colegio Hispania, el Mercado del Pescado o importantes zonas del entorno de la Catedral convertidas ahora en nuevas zonas residenciales y de oficinas, la ampliación del Museo de Bellas Artes, o el Mercado de El Fontán que merecería toda una tribuna aparte? Los enormes carteles de "se vende edificio" o las parcelas abandonadas -véase, entre muchas, el martillo de Santa Ana- inundan el barrio dejando clara muestra de un proceso especulativo truncado por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El barrio lleva años cambiado, no hay duda, se ha estado gentrificando y paulatinamente se está convirtiendo en un barrio sin habitantes propios y un polígono temático de ocio.

Resisten ya pocos vecinos y vecinas originarios en el barrio, pero no es difícil toparse con algún expulsado que recuerde y añore cómo era. Era un barrio popular, con su identidad, vivo y diverso. Quizás Fina, rodeada y asediada por edificios vacíos y discotecas, con su tiendina de comestibles de la calle Mon, ejemplifique y pueda hablarnos de todos y todas las que ya no están para que entendamos mejor que es la gentrificación. A pocos metros estaba Ultramarinos Taquio y Casa Manolín, el zapatero que tenía enfrente y la otra más abajo de zapatillas, la tienda de antigüedades de la Casa Esperanzona y, como no, Casa Nicanor, delicia de los niños y niñas del barrio con sus figurinas y petardos. Pero eso es solo lo visible en planta baja, un poco más arriba, las fachadas esconden ruinas y pisos vacíos y abandonados donde antes vivían las personas que conformaban un tejido social, sin el cual no puede existir un barrio.

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