Terminada la farsa del proceso nocturno, Jesús es denunciado ante el Sanedrín. Algunos habían recurrido a las mayores violencias. No se habían limitado a escarnecerle, sino que le habían golpeado salvajemente antes de entregarle a los guardias del Templo. Aún faltaban algunas horas para que se reuniese el Sanedrín.

Los esbirros y los criados piensan divertirse un poco a costa de ese "alucinado" que habla de trasladarse entre nubes, aliado del Todopoderoso. La abyecta turba maltrata a Jesús, le golpea una y otra vez, le escupe en la cara, le venda los ojos. Y a cada nuevo bofetón le preguntan entre carcajadas: "¿Quien te ha golpeado?". Jesús permanece callado. En el rostro lívido hay señales de los sufrimientos. Ha sudado sangre, ha sentido el dolor de la traición de Judas y de las negaciones de Pedro y ante sus ojos se despliega el horrible fin que le espera. Jesús se muestra como ausente. Deja su cuerpo en manos de quienes le atormentan y está preparado para que se cumpla la voluntad divina. La divinidad de Cristo observa y espera.

Reprime los invisibles rayos que podrían fulminar a esos canallas en un instante. Se convierte en modelo para los futuros condenados a muerte: nadie tiene derecho a quitarse la vida, porque solo el dador de vida puede arrebatarla a quien se la ha dado. La justicia humana parece regocijarse en el castigo, en ocasiones, suprema injusticia contra el Eterno. A veces se ensaña con quienes, después de castigados por la Ley, resultan inocentes. Una sola duda sincera acerca de la inocencia debería bastar para frenar el mecanismo de la justicia humana. Y nada digamos de las sentencias injustas que dejan al reo sin el dinero que obtuvo honradamente.

La sociedad no se decide a aceptar la idea de que en cada condenado, culpable o inocente, hay un crucificado, un pobre Cristo que sufre con él, y le enseña a regenerarse y a estar en "él." El Nazareno no quiere sufrir sino para cargar sobre si los males del mundo. Gran misterio que no tiene en cuenta una determinada religión sino cualquier ser humano. Al llegar el día, dice explícitamente Mateo, "celebraron consejo todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo contra Jesús para darle muerte". Tiene que morir, cualquiera que sea la causa urdida para acusarle. Se trata de montar una nueva farsa, como la del proceso nocturno y provocar una fingida indignación. Al amanecer, el Nazareno es sacado de su celda y conducido a presencia de la asamblea. A primera hora de la mañana se repite ante el Gran Consejo la farsa del proceso nocturno. Ahora el procurador ratifica la sentencia y confirma la ejecución. Pero no se podía arrancar tal pena al romano por una acusación de tipo religioso. Y escribas y fariseos denuncian a Jesús porque subvierte al pueblo, le instiga a no pagar el tributo al César y se proclama a si mismo rey de Israel.

Pilato revela su naturaleza escéptica, evidentemente ese hombre es un pobrecillo y entonces le pregunta la verdad. ¿Qué es la verdad? Es una pregunta de todos los días. Ni remotamente imagina que la verdad esta ante el. Pilato queda deslumbrado pero cierra los ojos para no ver a la verdad que esta ante él. Oye la voz pero no la escucha. Pero ¿existe la verdad, una verdad permanente, idéntica a sí misma, continua, segura, perfecta? No es el mundo que cambia constantemente ¿Puede existir una verdad real en este mundo? ¿No dice el propia acusado que su reino no es de este mundo? Luego, hay que buscar la verdad en otro sitio. ¿Dónde y cómo? Pilato, desconcertado, se ríe de sí mismo, del mundo y de "ese infeliz defensor" de una verdad ultraterrestre por la que se deja torturar de ese modo.