Ignacio López de Aspe. Oviedo

Cuando el alma de una persona se separa de su sustentáculo para reunirse con sus seres queridos y rendir cuentas ante el altísimo, deja tras de sí una larga silueta de dolor y un gran hueco en nuestro corazón.

Tal fatídico día nos llega a todos por igual y supone la culminación de nuestra existencia. Depende de cada uno aprovechar ese valioso periodo que nos ha sido concedido en intentar lograr nuestros objetivos vitales. Emilia de Aspe Luzzatti, coruñesa afincada en Oviedo desde que su padre, el teniente general Nicasio de Aspe, asumiera la gobernación militar de la región en la posguerra, pasó por este mundo rebosando bondad, generosidad, benevolencia, sensibilidad, ternura, afabilidad, cariño y haciendo gala de su más que sobresaliente educación. Formó una excelente y extensa familia junto al que fue su esposo, el empresario Juan Serrano, la cual modeló con su gran humanidad y espíritu cristiano. La pérdida de su esposo y de sus dos hermanas, María del Carmen y Mariquiña, fue para ella una dolorosa pérdida que no logró superar y de la que no pudo reponerse.

Su ausencia nos va a resultar muy difícil de sobrellevar, no obstante, como cristianos que somos, creemos que existe algo más allá de la muerte, y debemos pensar que al fin ha hallado lo que todos tanto perseguimos, la paz eterna, y así disfrutar de ella junto a sus padres, a los que últimamente tanto recordaba y añoraba.

Hasta siempre, tía, tu recuerdo nunca nos dejará, permanecerá siempre intacto junto a tu legado.

Con esta frase quiero despedirme y dar un fuerte abrazo a todos sus hijos, nietos, a su hermana María Teresa (mi abuela), sobrinos, y demás familia: La muerte deja un dolor que nadie puede curar, el amor deja recuerdos que nadie puede borrar.