Vamos a Otur, a comer el primer bonito del año en Casa Consuelo, planchado por Alvarín, que ha heredado las manos mágicas de su padre, Álvaro, para estos menesteres. El primer bonito todavía no está en sazón, pero hábilmente trabajado a la plancha, resulta excelente. Es un bocado de mucha categoría, aunque no sea de los más finos. Es un cruce entre carne y pescado: un pescado sólido y de mucha consistencia y que mantiene su condición de fruto del mar. No recomiendo tomarlo solo, sino con algunas salsas, siendo inmejorable la de tomate natural, gracias a la cual no se queda duro, que es uno de los peligros de este pescado.

La salsa está magníficamente preparada y no interfiere en el sabor del pescado, pues se trata de una salsa suave, a diferencia de las químicas e industriales, demasiado consistentes. Una buena raja de bonito con una salsa de procedencia industrial casi parece un cardenal orondo cubierto con un poderoso manto rojo -y hay salsas que resultan sobre el plato demasiado coloradas y espesas, que no pierden por muy bueno que sea el bonito su sabor a bote- la salsa de Casa Consuelo es ligera y suave, lo cual declara su procedencia huertana. De este modo, la huerta y el mar combinan perfectamente, conservando su lejano sabor a tierra y el sabor a mar de la pieza principal, que es, como debe suponerse, el bonito.

En una mesa al lado de un ventanal comen tres señores. Uno de ellos se levanta para saludarme: es lector de LA NUEVA ESPAÑA y lector de mis artículos. El que se sienta en el centro es gordo, con bigote y un poco calvo. El lector se dirige a los otros dos para presentarme.

El individuo de bigote es de la parte occidental del concejo de Cudillero y en la actual un importante empresario en Paraguay, que, en un alarde de nostalgia y de reivindicación de la patria chica, ha bautizado con nombres de Cudillero a la mayoría de sus empresas.

Villa Arcallana es el nombre de una de ellas. Me pregunta si conozco Arcallana, le contestó que, en efecto, estuve muchas veces en Arcallana en las correrías antiguas con Mariano Colubi y Pepe el de Cangas.

Tiene setenta y un años, como yo, e hizo la mili en el cuartel del Milán. No nos conocimos allí, pero tuvimos los mismos oficiales, algunos de excelente recuerdo como los tenientes Enedino y Herrera, en la actualidad ambos coroneles, y otros de recuerdo malo o muy malo. De todo hubo en las viñas del Señor.

Me dice su nombre: Belarmino Fernández Lorences, pero añade que su nombre literario es Evaristo, un nombre muy asturiano. Me intriga lo del nombre literario y le apuntó que el suyo propio no lo es menos, ya que, además de ser bastante corriente en las zonas rurales, es el nombre de uno de los grandes personajes de las letras escritas por un asturiano, el zapatero filosófico de la novela de Ramón Pérez de Ayala "Belarmino y Apolonio", que había inventado un lenguaje y una terminología que no era inferior a la del famoso filósofo Kant, profesor en la prestigiosa Universidad de Koenisberga, el cual, encontrándose de paso en Pilares, pronunció una conferencia en la que incluye un léxico semejante al suyo, por lo que Belarmino queda asombrado de que su sistema filosófico llegase hasta el famoso filósofo alemán.

Belarmino, alma cándida y en nada recelosa, deduce que su pensamiento y sus términos habían llegado hasta uno de los mayores filósofos del mundo, lo que no le sorprende y enfurece por lo que pudiera tener de plagio, sino que le sorprende que las elucubraciones de un zapatero remendón de la Rúa hubieran llegado a conocimiento de un sesudo profesor de una ilustre universidad alemana, que siempre que abría la boca era para disertar en una sala llena de señoras encopetadas y con abrigos de visón: algo así como el mismísimo José Ortega y Gasset, a quien no se cita en la novela.

Suponiendo que "Evaristo" era un seudónimo, Belarmino Fernández me aclara que su nombre literario era algo más importante: era el nombre con el que aparece en una novela escrita por una personalidad política y literaria, grande amigo suyo, en la que cumple funciones de coprotagonista y narrador, y en muchas páginas de filósofo.

No todos los días se encuentra uno a un personaje de novela comiendo en un restaurante, por lo que mostré interés por esa novela, Belarmino pidió a uno de sus acompañantes que la fuera a buscar a su automóvil y me hizo entrega de un ejemplar de "A la sombra de su destino", en el que el personaje que se llama Evaristo es él, Belarmino Fernández.

Su autor es una alta personalidad de Paraguay, expresidente del Congreso paraguayo, senador de la república y en la actualidad, candidato a la presidencia. No duda Belarmino de que será el próximo presidente de Paraguay. De formación alemana, escribió varios tratados de derecho y política en alemán, y otros en español como "Gobernabilidad democrática", "La reforma institucional del Estado y la calidad de la política", y, en 2013, hizo su primer intento como novelista con "La pasión de Lucrecia". Su segunda novela, "A la sombra de un destino" debe su título a un pensamiento de Belarmino Fernández, el cual es el interlocutor de Michael Wertheim, joven intelectual de mucha influencia teutónica, que vive en Paraguay por motivos propios de las convulsiones del siglo XX.

Evaristo es su confidente y amigo. La novela, parte de la cual procede de los diarios del amigo alemán, es una miscelánea sobre los asuntos más diversos, algunos puramente intelectuales, otros narrativos. En estos breves textos, Evaristo muestra su sentido común y una manera muy precisa de razonar.

Según Berlamino, el hombre es el autor de su destino, y de esta manera, el asturiano del concejo de Cudillero da, con su destino logrado, sombre el intelectual de formación académica alemana. Es, sin duda, un hombre que se hizo a sí mismo, que no es un rey Midas pero que ha ganado lo suficiente en esta vida como para considerarse un hombre satisfecho. No es poca cosa encontrar a un hombre a estas alturas que sea personaje de novela y que la novela de su vida le haya salido bien.

Y que tenga buen sentido, que es lo que le falta a la mayoría de los humanos, sean de la especie de Midas o de la de los perdedores, los cuales no saben otra cosa que justificar su fracaso quejándose. Se nota que Belarmino ha disfrutado con la comida y con ser personaje de novela; también disfrutará si su amigo gana en los comicios a la presidencia de la república de Paraguay. Es un hombre cordial, de buen humor, de los que siguen la filosofía de Arturo Cortina: mirarse todas las mañanas al espejo y reírse a carcajadas, lo que es muy saludable. Y da igual que al reírse ante el espejo, se ría uno de sí mismo. A fin de cuentas, la risa es muy saludable y no merece la pena ponerse gafas negras y preocuparse. Además, Belarmino recuerda constantemente su tierra, a la que ama y no olvida.

Es muy importante tener en cuenta la tierra natal y no olvidemos recorriendo las alturas de Leitariegos, que vale más ser vaca en aquellos verdes y elevados valles que notario en Madrid.

Belarmino es de esta estirpe. Cuando hace recuento de sus negocios y de sus inversiones, recorre la geografía de la zona occidental del concejo de Cudillero. Si Asturias tuvo emigrantes que triunfaron se debe a que partieron de sus quintanas con este sentido de la vida. Miraron hacia atrás con nostalgia pero no se detuvieron: ante ellos se abrían horizontes luminosos.