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Aquel invierno en el que no llovió

Las consideraciones sobre el cambio climático, tan parecidas a las actuales, hechas por el doctor Casal a finales del siglo XIX

Yo quiero a España, a toda España, es la tierra de mis padres y lo que es de ellos es mío. Creo que nadie me gane en amor a España. Aquí, en Asturias, muchas veces lo que más me agrada son los grises. Voy a Alicante, y el cielo es siempre de un azul purísimo y elevado. No llueve apenas y el aire vibra en su sequedad; el paisaje es gris; la tierra es gris; las montañas son grises y esos grises se desenvuelven suavísimamente.

El azul del cielo, sobre las cosas y sobre el paisaje, hace resaltar la tenuidad de lo gris y es cuando el paisaje surge en todo su valor profundo y una dulzura inefable impregna las cosas. En uno de estos contados días grises visité el santuario de la Santa Fe. Muchos devotos acudían y el placer estético era profundo. Gocé del espacio silencioso. El día gris era maravilloso y en el aire trinaba invisible una alondra. En Asturias llueve mucho, así el color verdoso es precioso, de varias calidades y los paisajistas inscriben una actividad beneficiada por la nitidez y por la claridad conceptual, regido por esa evaporación de la realidad en los pintores lúcidos.

En la obra del doctor Gaspar Casal titulada "Historia Natural y Médica de Asturias", de 1900 reimpresa y anotada por los doctores Álvarez-Buylla y González-Alegre y Sarandeses y Álvarez, señala Casal que la atmósfera es variable y "así en el espacio breve de un día suelen acontecer tres o cuatro diferencias. No lloviendo cada ocho o diez días en primavera faltarían los frutos para los hombres y los pastos para el ganado". Prosigue diciendo que "el clima meteorológico ha sufrido oscilaciones, según manifiestan Buylla y Sarandeses, hasta el punto que en el invierno de los años 1898-99, no ha llovido apenas; aparecen los campos agostados y hasta se hace difícil abrevar el ganado en algunos puntos". No cabe duda que desde los tiempos de Casal ha variado mucho el clima en Asturias. Estamos en el Campón, cerca de la avenida del Cristo de las Cadenas, y en la contemplación del paisaje, se conforta y reposa el espíritu al observar la cordillera majestuosa del Aramo, la preciosa Mostayal y la Magdalena, donde en una capillita estuvieron guardados los símbolos de nuestra región durante casi siete siglos durante la dominación musulmana. Ese bello paisaje nos ofrece una maravillosa exposición de paz y tranquilidad. Esta impregnado de una nota de grave serenidad con unidad majestuosa a la vez dulce, potente y bravía.

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