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La mar de Oviedo

Plaga

Me salió al paso por la acera de Magín Berenguer, iba yo en dirección a la Facultad de Biología; del lado norte de esa calle hay un solar donde quisieron construir adosados, la crisis frustró la iniciativa, quedó el proyecto en matorral y hoy es huerta donde xorrecen berzas como palmeras; se ven desde Lugo. Caminaba pues por Magín y se me atravesó un animal de seis patas endiabladas, inquietas antenas, cabeza oval de charol, cuerpo alargado y pardo, con manchas grises, y cola de flecos cual pincel. Aterrorizados ambos, el quiso huir y yo opté por la heroicidad de capturarlo; tendría una envergadura, contando por lo bajo, de trece milímetros, lo alcancé, lo reduje con el índice y el pulgar y, espatuxando entre mis dedos, lo llevé a Biológicas. Allí lo atravesaron con un alfiler; era un lepidóptero desorientado, de hábitos nocturnos; una Tecia solanivora, me dijeron, vulgo polilla guatemalteca.

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