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Crítica / teatro

Lección crepuscular

"¿Puede haber belleza en la vejez y la muerte?". Con esta reflexión finaliza la pieza de Eric Coble, una reivindicación de la dignidad y la independencia en la vejez, que conquistó el favor de un público maduro identificado con la protagonista. La obra está planteada como vehículo de lucimiento para los dos intérpretes, en especial para Lola Herrera, que a sus 81 años hace gala de conservar en plenitud sus facultades artísticas y nos seduce una vez más con este personaje de una pintora rebelde, mordaz y terca, que además de tener que asumir que ha de aprender a envejecer se ve obligada a enfrentarse a sus interesados hijos, que la quieren desahuciar y llevar a una residencia. Atrincherada en casa y rodeada de cócteles molotov fabricados con líquido revelador de fotos, recibe la visita sorpresa del hijo pródigo, artista fracasado que lleva 20 años fuera de casa y cuya homosexualidad no fue aceptada por el padre. A pesar de llegar comisionado por los hermanos para convencer a la anciana, a lo largo de la función el hijo rebelde se va pasando a la causa de la madre y tras un clímax, argumentalmente un poco forzado, decide aliarse con ella.

La escenografía es convencional y está presidida por un confortable sofá de terciopelo rojo y una cristalera desde la que asoma la silueta de un árbol centenario, deshojado, trasunto de la protagonista, aunque nos choca que al abrir el balcón lo contemplemos en silueta y no en una clave realista en sintonía con el conjunto.

La dirección de Magüi Mira se centra en los protagonistas, en el duelo interpretativo del que ambos salen muy bien parados, y en el que destilan mucha química, como ya demostraron en "Seis clases de baile en seis semanas", su anterior éxito como pareja con el que recorrieron los escenarios de España hace casi una década. Es una pena que el uso de micros aporte cierta artificiosidad innecesaria a una interpretación veraz y sincera, con una dicción y proyección impecables, salvo por algún "sima" en lugar de "cima", que no sabemos si es debido a la traducción o la pronunciación. Los subrayados musicales en los momentos álgidos refuerzan el carácter melodramático, quizá de forma redundante, aunque muy del agrado del público.

El texto de Eric Coble, sin ser gran cosa, es una reivindicación amable de la dignidad y reconocimiento que se merecen nuestros mayores, fruto de la experiencia vital del autor americano, aunque de origen escocés, criado en las reservas de los indios navajos, donde se les otorga un valor especial a los ancianos, a diferencia de lo que ocurre en nuestra sociedad mercantilista. Se hace necesario recordar que en España existen autores de igual valía con textos parecidos, aunque las productoras optan siempre por los éxitos de Broadway o del West End londinense.

El final, muy poético, con una salida por el balcón, apunta a una huida "eutanásica" de madre e hijo convertidos en cómplices y aliados frente a la incomprensión y la presión de una sociedad utilitarista y coercitiva. El público aplaudió puesto en pie.

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