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Crítica / Teatro

Un villano de cine

Excelente trabajo de la compañía de Eduardo Vasco y del actor Arturo Querejeta con el clásico de Shakespeare

Tanto pesa la pieza de Shakespeare que ya a los historiadores les cuesta desmentir la imagen de Ricardo III como truculento y deforme asesino en serie que se abre paso hacia el poder. En realidad parece ser que no fue tan malo y que apenas tenía taras, sólo una escoliosis severa revela el esqueleto encontrado hace cinco años y enterrado en 2015 con los honores de un gran monarca en Leicester. Aunque lo que se pierde en rigor histórico lo gana la literatura y el teatro en la construcción de un mito insuperable en villanía, amoralidad y escarnio. A pesar de su enmarañada trama "Ricardo III" es una de las piezas más representadas del bardo inglés, debido a la seducción e impacto de algunas escenas, que nos recuerdan a Tarantino y los hermanos Coen. Sobremanera cuando se apura el símil al presentarnos a los verdugos con pasamontañas y gabardinas negras.

La propuesta de Eduardo Vasco -el quinto Shakespeare que emprende con su compañía Noviembre- presenta una escenografía realizada con baúles y al fondo una verga con su vela, como si estuviéramos en un puerto y a punto de embarcar, que yo no acabo de entender muy bien, aunque tampoco molesta, en un trabajo que bebe del cine negro y gansteril y acierta al vestirse con la iconografía bélica del Führer. La imagen es tan evocadora como la escena final de "Casablanca" y la reina Isabel bien pudiera ser la Gilda de Rita Hayworth. Un piano en escena subraya los momentos más dramáticos y apoya las estrofas cantadas de manera brechtiana: "El mundo está vuelto del revés. Tiene la cabeza donde deben estar los pies". Pero la gran baza de esta versión es la incorporación de un coro que representa al pueblo y al público, testigo y cómplice de las fechorías del villano. La iluminación está basada en el claroscuro con unas candilejas que acentúan el tenebrismo en la caracterización de los personajes.

La interpretación magistral de Arturo Querejeta hace honor a la etimología del adjetivo "cínico", ya que es "perruno" tanto en sus movimientos como en su voz rasgada, cuando se transforma en ladridos. Ricardo III es un cínico descomunal que brilla por su ironía cruel y macarra, con la que consigue arrancar la sonrisa del espectador en medio de tanto horror. Su caracterización física, sin joroba ni prótesis, sólo retorcido en cuerpo y alma, casualmente coincide con lo que reflejan los estudios sobre su cadáver. Aunque ya está todo dicho sobre su perfidia, aquí su maldad se acentúa atribuyéndole un crimen más, el de su hermano el rey Eduardo IV, que en Shakespeare no aparece. Las escenas más brillantes, donde hace gala de su capacidad de seducción, elocuencia perversa y cinismo demoledor son las de Lady Ana al comienzo, ante el féretro de su suegro el rey Enrique VI (no de su marido, como muchos críticos se empeñan en decir) y la de la reina Isabel, ya al final, tras haber asesinado a sus hijos y osar pedirle la mano de su hija. En ellas consigue hacer pasar a sus víctimas del odio y la repulsión al hechizo y la seducción, todo un reto interpretativo que tanto él como Cristina Adúa e Isabel Rodes cumplen con creces. Los 11 actores del reparto están muy ajustados y se transforman en escena con gran eficacia en los más de treinta personajes del original. La versión de Yolanda Pallín se ciñe a lo esencial al comprimir en poco más de hora y media los desatinos del último rey de la casa de York, que con su muerte pone fin al conflicto de la Guerra de las Dos Rosas. Lástima que no hubiese más público para disfrutar de este excelente trabajo.

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