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Aves que "migran" al Norte

La migración hacia el Sur sufre alteraciones por los cambios en el clima y en los usos de la tierra, que también están desplazando hacia latitudes más septentrionales las áreas de cría de muchas especies

Las aves migratorias viajan hacia el Sur. Así ocurre, con carácter general, en el hemisferio Norte y millones de ellas lo verifican cada año por estas fechas, en el movimiento que sucede al final de la temporada de cría y que se anticipa a la llegada del frío y del hambre. Ahora bien, las pautas de esa migración están cambiando, con el clima, que se calienta de forma sostenida al menos desde 1976, y con las nuevas prácticas agrícolas, que han modificado el mapa del reparto de alimento. Los viajes se acortan y especies como el zorzal real, el pinzón vulgar, la curruca capirotada, el petirrojo europeo y la lavandera blanca han reducido sus poblaciones invernantes en el sur de Europa (y, por tanto, en España), y el primero también se ha hecho más irregular. El ánsar campestre, hasta los años setenta del siglo XX un invernante común en los campos ibéricos, desapareció bruscamente y hoy es una rareza, y la grulla común muestra una invernada creciente en Alemania y en Francia, a costa de las áreas de refugio más meridionales. El estornino pinto ha variado su conducta migratoria de modo análogo.

Pero el cambio climático tiene otra repercusión tanto o más importante: un desplazamiento hacia el Norte de los territorios de reproducción de numerosas especies de aves. En algunos casos se trata de una ampliación del área de distribución, pero en otros es una traslación, pues conforme se produce la expansión hacia el Norte se registra una contracción por el Sur. Esta pauta está bien contrastada en las Islas Británicas, donde más de 120 especies, muy diversas, se han movido un promedio de 32 kilómetros hacia el Norte en los últimos 40 años, según datos del British Trust for Ornithology (BTO). Y lo han hecho en gran número. El trepador azul refleja bien la tendencia a la disminución en las regiones más meridionales y al aumento en las más septentrionales, en tanto casi ha desaparecido en el sur de las islas y, en cambio, ha comenzado a anidar en el norte de Inglaterra y en Escocia. Simon Gillings, el científico responsable de este estudio, señala al cambio climático como "factor clave" de esta redistribución poblacional, aunque matiza que "los cambios en el uso de la tierra también son importantes, pues están relacionados con dónde pueden encontrar alimento las aves en la época correcta".

La curruca rabilarga, muy sensible al frío, ha dejado de estar limitada al sur de Inglaterra, aunque, a diferencia del trepador, no ha desaparecido de estos territorios sino que ha aumentado y se ha expandido en ellos en paralelo a su difusión hacia el centro del país, como evidencian los trabajos de la Royal Society for the Protection of Birds (RSPB).

Estos cambios no están exentos de riesgos. La RSPB advierte de que es posible que se produzca una falta de correspondencia entre un clima y unos recursos apropiados con el tipo de hábitat donde se encuentran, lo cual podría frenar ese proceso y, aún peor, abocar al desastre a aquellas especies que se han aventurado a colonizar una "tierra de nadie".

En España apenas se han desarrollado estudios sobre estos fenómenos, aunque sí se han constatado evoluciones análogas a las registradas en las Islas Británicas, como en el caso de la curruca cabecinegra, que en dos décadas se ha asentado en toda la franja costera cantábrica y en las tierras interiores de clima más suave o de mayor influencia mediterránea. Paralelamente, han menguado las poblaciones costeras de las currucas rabilarga y zarcera, probablemente no por competencia de la recién llegada sino como consecuencia de las mismas alteraciones de las condiciones que han beneficiado a aquella.

Un trabajo realizado en encinares mediterráneos sobre la relación entre el aumento global de las temperaturas y la fenología de las aves (sincronía entre su ciclo biológico anual y el calendario) indica que se han producido importantes variaciones en las fechas de inicio de la reproducción, en el tamaño de la puesta y en el éxito reproductor (porcentaje de pollos volados) en las comunidades de paseriformes. No se conoce bien, en cambio, la influencia de esos cambios en la biología invernal, aunque, dado que la supervivencia de los pájaros pequeños está determinada por la combinación de las bajas temperaturas y la escasez de comida, un aumento de las temperaturas puede determinar una menor mortalidad invernal y favorecer la residencia, un fenómeno que cobra particular relevancia en latitudes muy norteñas y en los hábitats fríos, como los bosques de montaña. A su vez, esta circunstancia puede perjudicar a las especies migratorias a larga distancia, pues aumenta la competencia y pueden encontrar su lugar ocupado cuando regresen.

Las temperaturas más cálidas han adelantado la llegada de muchas especies migratorias (una media de dos o tres semanas en las Islas Británicas en las tres últimas décadas), lo cual implica una reproducción igualmente más temprana. Y esto plantea un problema porque también se producen antes la floración y los picos de abundancia en las poblaciones de insectos, y unos y otros adelantos no están sincronizados. Es decir, los pollos de las aves nacen después de los períodos de máxima disponibilidad de alimento, lo cual hace que sus padres no hallen suficiente comida para criarlos debidamente.

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