Son minúsculos, de menos de un centímetro de tamaño, pero tremendamente valiosos. Las apendicularias son unos animales translúcidos, primos hermanos de los vertebrados, que nadan por mares de todo el planeta combatiendo el cambio climático. Las burbujas gelatinosas en las que habitan son determinantes para reducir el flujo de carbono en el entorno marino. Además, el método que utilizan para absorber y desechar alimentos con su gran cola -antecedente de la columna vertebral- está siendo estudiada por ingenieros internacionales con el fin de imitar su extraordinario funcionamiento. El Observatorio Marino de Asturias (OMA), integrado por científicos de la Universidad de Oviedo, es uno de los pocos laboratorios del mundo que cultivan estos larváceos para observar su funcionamiento.
José Luis Acuña, profesor de Ecología y director del OMA, es el primero en maravillarse con el comportamiento de unos "bichos", que son "casi parientes nuestros". "Se les califica como procordados, porque su cola es un precursor de la columna vertebral, lo que les hace más próximo a nosotros que otras especies, como por ejemplo la mosca del vinagre", explica. Por sus pequeñas dimensiones, las apendicularias pasan desapercibidos a ojos de cualquier nadador o buceador. Pero lo cierto es que el Cantábrico está "plagado de ellas". "La burbuja de moco en la que viven, llamada casa, es la secreción extracelular más compleja de la naturaleza", precisa Acuña, rodeado de recipientes de agua donde quedan suspendidos estos organismos. "El aspecto es similar al de un espermatozoide", aclara.
Las apendicularias se conservan a una temperatura de 15 grados y necesitan de un sistema que remueva el agua para evitar que se acumulen en el fondo del recipiente y mueran. Cada seis días se reproducen y dan lugar a nuevas vidas. Una de sus características más sorprendentes es su capacidad para formar la burbuja de moco en la que viven. Esa estructura está formada por una elaborada construcción de canales y filtros, formados por celulosa y proteínas, que concentran el alimento para su posterior consumo. Para ello, explica el investigador, utilizan su cola, con la que generan corrientes que les permiten captar las partículas en suspensión y llevarlas a la boca.
Dejando a un lado el papel protagonista que cumplen en el cambio climático, las apendicularias constituyen una parte cuantiosa del material orgánico que se precipita al lecho oceánico y cuyas partículas son ingeridas por el zooplancton. "Son una fuente muy importante de alimentación para las larvas de las angulas", asegura José Luis Acuña.
Con este trabajo, el director del Observatorio Marino de Asturias pretende demostrar que la institución es "mucho más que la boya de Cudillero". Desde sus distintos departamentos, los científicos analizan día a día cómo el calentamiento global está modificando el paisaje del mar Cantábrico. Uno de los retos del OMA es conseguir colaboradores. "Nosotros no podemos llegar a todo, por eso necesitamos la ayuda de los ciudadanos. Sólo con mandar una foto geolocalizada de un pedrero ya nos ayudan. Porque a través de sistemas informáticos podemos comprobar qué organismos están presentes en esa roca", razona.
Acuña opina que ahora que la ciencia ciudadana está en auge, gracias a los teléfonos móviles, es el momento de aprovechar esa colaboración para obtener "una visión más en detalle de nuestro entorno". "A finales de este mes celebramos en la Universidad de Oviedo una Semana de biología marina, a la que asistirán expertos y aficionados a este mundo y ahí esperamos captar a los primeros colaboradores", comenta. Para ello, el OMA tiene abierto su correo electrónico o aplicaciones móviles, como ODK Collect, que permite a los usuarios rellenar formularios y subir imágenes. Por ejemplo, de una apendicularia.
