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JUAN JOSÉ OTEGUI | Actor

"Al llegar a Madrid lo pasé tan mal que sentía el estómago como un corcho, de no comer durante días"

"El catedrático Aparicio me dijo: Si recita en junio 'El cheque y sus efectos' como recitaba ayer su personaje en el teatro, le apruebo los dos Mercantiles"

Otegui, en un programa de televisión.

Juan José Otegui Martínez (Oviedo, 1936) nace en el barrio de Teatinos y evoca cómo pasó los primeros meses de su vida refugiado con su familia en un sótano, para esquivar los embates de la guerra. "Me contaron que cuando salí mis ojos tardaron en acostumbrarse a la luz natural", una reacción lógica que vendría a ser el prólogo de una vida que nunca se acostumbró a escuchar "el sonido del telón cuando sube al comienzo de una obra". Esa impresión, ese "susto", como él mismo dice, se repitió 107 veces, en cada uno de los estrenos con los que subió a los escenarios. Retirado en 2010, y celebrado ese año en el Campoamor con los honores de un grande de la escena, Otegui relata sus "Memorias" para LA NUEVA ESPAÑA en esta entrega y en otra más mañana, lunes.

Figos del Campo de los Reyes. "Nací en Oviedo, el 9 de marzo de 1936, y a los pocos meses estalló la Guerra Civil, así que según me contaron me pase un montón de tiempo en un sótano y cuando no había bombardeos mi madre, Joaquina Martínez, lavaba con el agua que podía encontrar en la calla. Los biberones que yo tomaba eran de agua y azúcar, no había más. El caso es que me llamaban 'el angelín del sótano', porque no lloraba, pero mi hermana siempre me dice: '¡Cómo ibas a llorar si no tenías fuerzas para nada!'. Mi padre, Juan Otegui, era de ascendencia vasca. Mi abuelo, Miguel Otegui, vino a Asturias con la construcción del Ferrocarril Vasco Asturiano. En Trubia conoció a una asturiana y decidió quedarse. Tuvieron nueve hijos, entre ellos mi padre, que nace en la misma Trubia, y se va a Cuba desde los 14 a los treinta y tantos años. Con unos ahorrillos que trajo montó una tienda de ultramarinos en la calle Bermúdez de Castro, número 60, en Teatinos, junto al Campo de los Reyes y la vía del tren. Cuando en la guerra salimos de Oviedo hacia Cartavio, Coaña, se la destrozaron y a la vuelta no encontró más que escombros. Pero la recompuso más o menos y allí nacimos los cinco hermanos: Juan José, Miguel Ángel (ya fallecido), Paco y Quique, que son gemelos, y Pilar. Cuando mi padre ya fue mayor, con unos 70 años, dejaron la tienda y se fueron a vivir por la zona de Foncalada, a Los Avellanos. Allí vivieron y después, cuando él falleció, mi hermana Pilar y mi madre se fueron a vivir a la calle Alarcos. Mi madre murió hace unos 14 años. En el Campo de los Reyes había un patio enorme, con una higuera; nunca volví a comer figos como aquellos, nunca. Por la mañana estaban cubiertos de rocío, fresquinos y riquísimos. Ingresé a los 8 años en el colegio Fruela, en la calle Cimadevilla, que era posiblemente el más prestigioso de los que no eran de curas. El Fruela tenía unos profesores extraordinarios y me enamoré de la filosofía por cómo hablaba don José Mendoza. Me quedaba maravillado y decía que me iba a dedicar a aquello. Fue una época feliz, aunque no era consciente de que había una represión que no dejaba respirar, y una devoción impuesta. Se iba a misa de doce, pero esa misa estaba llena de personas que luego explotaban a los obreros. Tengo ciertas tendencias al rojerío y a la rebeldía".

Dieciséis asistencias. "Hubo ejercicios espirituales en la Catedral para los colegios de la zona. Yo estaba jugando con un equipo de Segunda regional, el Buenavista, y tenía entrenamiento ese día, así que me escapé de la fila con la idea de volver antes de que acabaran los ejercicios. Cuando vuelvo, me coloco silenciosamente de rodillas al fondo y en ese momento oigo decir al cura que estaba en el púlpito: 'A ti te digo, joven'. Ostras, pensé. 'Sí, joven, ¿de dónde vienes??'. Y a punto de levantarme para decir: 'Fui a un recado', en ese momento añade el cura: '... Y ¿adónde vas?'. Entonces me di cuenta de que era el sermón, y que no iba conmigo directamente. Me senté tranquilo, pero ¡qué ridículo hubiera hecho si le contesto! Termino el Bachillerato con matrícula de honor en todas las asignaturas, pero entro en la Universidad a estudiar Derecho y me despendolo. Fue lamentable. Me dije: 'Aquí no pasan lista y si no voy a clase nadie se entera'. A pesar de todo, en primero saque dos aprobados, dos notables y un sobresaliente en Derecho Penal, que lo daba don Valentín Silva Melero. Me llamó a su despacho y me dijo: 'Su examen escrito roza la perfección, pero no le doy la matrícula porque he repasado la lista y usted no ha venido casi nunca a clase'. (Don Valentín empezó anotando las faltas, pero al final sólo anotaba las asistencias y yo tenía 16 en todo el curso). Lo que había pasado con el examen es que, preparando yo los finales, había ido a la biblioteca, cogí un libro y tenía un capítulo, 'Relaciones de causalidad', que empecé a leer y me entusiasmó. Lo devoré y fue el tema del examen; escribí doce folios. Y don Valentín me decía: 'Puede usted presentarse a otro examen para matrícula'. 'No, no, déjelo usted así'".

Ligar con el teatro. "Estaba pasando una crisis y no tenía una preparación adecuada para pasar del Bachillerato a la Universidad, aun con ambiente de mayor libertad. Y ni yo pedí ayuda, ni nadie me la ofreció. Además, yo quería ser jugador de fútbol y estuve a punto de fichar por el Vetusta, el filial del Oviedo, pero mi padre no me dejó. Yo jugaba de interior y la centraba bien. Jugué con Chuso Herrera, que en paz descanse, el hijo del famoso Herrerita, que luego fichó por el Madrid. Todo aquello produjo un poco de tsunami dentro de mí y empezaron a quedarme asignaturas colgadas, así que en tercero o cuarto iba con un tren de mercancías detrás de asignaturas pendientes. Un día, el director del TEU (Teatro Español Universitario) me dijo que me había oído en un programa universitario de radio y le interesaba mi voz para una obra que estaban leyendo. Entonces no se representaba y en las lecturas estabas en una mesa con un flexo, que lo encendías y eso significaba que tu personaje entraba a escena, y cuando se iba apagabas la luz. Le dije: '¿Yo teatro? ¿Qué dices? Eso es dificilísimo'. 'Es un papelín, una frase al final'. Me convenció y era 'Luz de gas', de Hamilton. Yo era un policía que decía: 'Queda usted detenido', y apagaba y me iba. Y resultó que al día siguiente, en la Universidad, yo, que era feo y no ligaba nada, me encuentro con que todas las chavalas de Filosofía venían a decirme: '¡Qué bien te vimos ayer, qué actorazo!'. Me dije: 'Coño, con esto del teatro se liga', y de esa manera tan frívola encontré una vocación".

Recitar "El cheque y sus efectos". "Me di cuenta de que el teatro era lo mío y estuve dos años haciendo lecturas (alguna un poco escenificada), pero después hubo recortes, como los hay ahora, y no se hizo teatro durante un tiempo. Entonces, lo eché mucho de menos. Un día estrenamos una obra de Alfonso Paso y asistió el catedrático de Derecho Civil, don José Aparici, hijo de una famosísima actriz sevillana. Al día siguiente me paró en el claustro y me dijo: 'Le he visto a usted y estuvo excelente', y eso que Aparici me tenía suspendido en Civil I y II, y porque todavía no estaba en el III. Cada vez crecía en mí que eso podía ser mi vida. Al año siguiente estrenamos en el teatro Principado, en la calle Cabo Noval, una obra del catalán Rodríguez Méndez, 'Los inocentes de la Moncloa'. Yo hacía de protagonista, un opositor que recitaba en escena párrafos de leyes y entraba la dueña de la pensión y me reñía. En fin, los conflictos de una pensión para estudiantes. A los dos días, el catedrático de Mercantil, don Julián Aparicio, me dice: Si usted me recita en junio 'El cheque y sus efectos' como recitaba ayer su personaje, le apruebo los dos Mercantiles; enhorabuena, porque ha estado magistral'. Y en el Albabusto, don José Aparici fue cuando me dijo esa vez: 'Está clarísimo, usted tiene que dedicarse al teatro'. Me despedí de Oviedo con 'La última cinta', de Samuel Becket, en un local que tenía la Caja de Ahorros en la Escandalera".

Autoestopista por toda España. "Y me vine a Madrid con un truco para que mis padres no se enteraran: hacer las prácticas de la Milicia Universitaria. Como no había terminado la carrera, en vez de alférez yo era sargento y pedí plaza en Madrid. Me la dieron y vine pensando en hacer contactos. Y los hice y empecé a conocer a gente. Incluso llegué a trabajar por esta época, en mayo, en la plaza Mayor, en 'El caballero de Olmedo'. Decía 18 letras. Era la Sombra y salía al final: 'Don Alonso, don Alonso', decía. Y al año siguiente ya quemé los barcos y me vine definitivamente a Madrid. Pero antes hubo en Tarragona un cursillo de teatro organizado por el Frente de Juventudes, o algo así, y me propusieron ir de ayudante de un director de teatro muy falangista, Modesto Higueras, que sin embargo había sido el ayudante número uno de García Lorca en 'La Barraca'. Quince días antes se pone enfermo Higueras y los que dirigían aquello me encargan dar el cursillo. Me compré 'La formación del actor', de Stanislavski, me lo leí y me fui a Tarragona. Fueron tres o cuatro semanas y me pagaron 3.000 pesetas, pero en vez de venirme a Madrid, buscar pensión y empezar a organizarme, me fui de autoestopista por toda España. Cuando volví a Madrid entré con una peseta, que era lo que costaba el billete de metro. Pasé unos días muy malos; sentí cómo el estómago se convierte en un trozo de corcho porque no segregaba jugos (bueno, alguno al principio, cuando mirabas los bocadillos de calamares en un bar), y lo único que te apetece es beber agua. Pero aguanté en Madrid, porque la vocación podía con todo".

Una estrella con hambre. "Estaba pasándolo francamente mal, pero no me gusta hablar de eso porque parece lo de los presidentes de EE UU, que todos empezaron vendiendo periódicos en la Quinta Avenida. Estaba de aquel modo y llegó José Luis Merino de vacaciones. Éramos muy amigos de Oviedo, él había sido jefe del SEU (Sindicato de Estudiantes Universitarios), y yo había presidido el Club Universitario. Me invitó a comer a un sitio de Argüelles donde sólo daban ensalada y pollo. Comí ensalada, pero ya no pude atacar el pollo. Merino me propuso hacer en el Colegio Mayor Covarrubias 'La última cinta', la obra con la que me había despedido en Oviedo. A partir de ahí empecé, como se dice en Asturias, a espolletar. García Pavón, un periodista del 'Arriba', escribió al día siguiente: 'Se ha descubierto un actor, un actor que sabe escuchar, que es lo más difícil que hay encima de un escenario', porque la obra consistía en un viejo que escuchaba una cinta magnetofónica con recuerdos que tenía grabados. Después del estreno estuve en casa de unos amigos esperando toda la noche a que saliera el periódico, como hacían en EE UU cuando se estrenaba algo. Leímos la crítica y mis amigos me dijeron: 'Ya está, ha nacido una estrella', pero no pasé hambre ni nada después de aquello. Había 35 teatros en Madrid, pero ni un solo director me llamó para hacer una prueba. A todo esto, subsistía a base del gran apoyo de Merino. No entiendo a la gente que dice: 'Me he hecho a mí mismo y no le debo nada a nadie'. No me lo termino de creer y ni dos vidas que viviera como ésta que tengo serían suficientes para dar las gracias a tanta gente que me ha ayudado".

Cuatro o doce frases. "A todo esto, conocí a mi mujer, Carmen Gutiérrez Navarro, una actriz excelente con una gran vis cómica. Yo había ido a Madrid en 1962 y nos casamos en 1965. Tuvimos hijos muy pronto: María, que trabaja en atrezo del Teatro Real, y Javier, que es actor. Cuando conocí a mi mujer estaba haciendo yo 'Dulce pájaro de juventud', con Amelia de la Torre y Arturo Fernández. Antes había ido a una academia privada de teatro porque unos amigos de la pandilla me habían conseguido una beca. La academia me pareció un bluf, salvo por un profesor americano, mister Leyton, que enseñaba el método Stanislavski. Y estando en esa academia, un compañero mío que estaba trabajando en el teatro Eslava, dirigido por Luis Escobar, en 'Dulce pájaro de juventud', y que sabía de mis pobrezas y de mi hambre, me dijo: 'Queda un papel libre, son cuatro frases', pero se quedó de piedra cuando le dije: 'Yo no hago cuatro frases'. Él debió de pensar: 'No tiene para comer, pero no hace cuatro frases'. Y a los quince días vuelvo a verle: 'Ha quedad otro papel, éste tiene doce frases', me dijo como asustado. Y yo le respondí: 'Bueno, vale'. Y ahí entré en la compañía. En aquella época había 14 funciones a la semana, es decir, que no había descanso ni de un día ni de una función. Antes de terminar la obra ya me contratan para la siguiente, y de la siguiente a la siguiente, y ya empecé a ir respirando un poco. Pero sólo un poco porque fue una época muy bohemia. Ganaba cien pesetas diarias; cobraba los lunes y el domingo ya no tenía un duro. Claro, con 26 años te comías el mundo".

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