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¿La hora de la Asturias mediterránea?

Las actuales "islas" de vegetación termófila, caracterizadas por la cubierta de encinas, carrascas y alcornoques, encuentran una oportunidad para prosperar con el cambio a un clima más cálido y seco

¿La hora de la Asturias mediterránea?

Asturias contiene "islas" mediterráneas, vestigios de la cubierta vegetal del Terciario. Son paisajes relictos de un tiempo lejano, pero también pueden ser un presagio de la vegetación que dominará en los nuevos escenarios ambientales que plantea el cambio climático, apreciable desde hace décadas en un ascenso sostenido de las temperaturas que favorece a las especies termófilas y potencia la expansión del bosque en altitud.

Los bosques de encinas y carrascas, los rodales de alcornoques, las matas de madroños y otras formaciones afines aparecen en el paisaje de Asturias en estaciones de suelos calizos, secos y bien drenados, de orografía abrupta y con exposiciones soleadas, tanto en cuetos interiores y valles fluviales encajonados y aislados de la influencia oceánica como en acantilados costeros. Los mismos huecos que en el Terciario les dejaba la laurisilva, un tipo de bosque umbrío y húmedo que ha pervivido en Canarias y en las otras islas de Macaronesia, y que ahora les cede el bosque caducifolio templado dominante de hayedos y robledales. Entre medias, la vegetación mediterránea del Cantábrico ha superado varios cambios climáticos, de frío a calor y viceversa, incluida la última Edad del Hielo cuaternaria, durante la cual su área de distribución sufrió sucesivas contracciones (en las etapas glaciales) y expansiones (en los períodos cálidos interglaciales). Para sobrevivir al frío, las encinas se arrimaron a la costa, mientras que carrascas y alcornoques, más tolerantes hacia las condiciones extremas, se replegaron hacia el Sur. Hace unos 5.000 años, en el Holoceno Medio, tuvieron oportunidad de medrar, amparadas en un calentamiento del clima que permitió tanto su expansión por la costa caliza oriental (encina) como su penetración por los puertos de montaña y, sobre todo, los valles fluviales más abrigados (el ejemplo paradigmático es el del río Navia), donde se hicieron fuertes y han prosperado.

Ahora esos reductos podrían ser su punta de lanza para reconquistar una Asturias que los modelos climáticos vaticinan más calurosa y menos lluviosa, un perfil que ya dan las observaciones de los últimos años. Así, la serie de datos meteorológicos recogida entre 1970 y 2009 muestra un descenso brusco en las precipitaciones y un aumento paralelo, más gradual, de las temperaturas, en invierno, primavera y verano, uno y otro más acusados en las zonas bajas y en los valles del centro de la región. La tendencia de ambas variables es más difusa en el otoño.

El año 2070 es señalado por los científicos como el horizonte crítico a partir del cual se apreciarán con mayor claridad los efectos de esa evolución del clima. Según las predicciones, y sin acudir a los modelos extremos, durante la época estival el calor se acentuará y se reducirán notablemente las lluvias (lo cual implica una mayor frecuencia y duración de los episodios de sequía), mientras que los inviernos serán más atemperados y las primaveras, menos lluviosas. Estas condiciones benefician a especies arbóreas como las carrascas, que toleran fuertes contrastes térmicos y resisten bien las sequías gracias a sus profundas raíces, al tiempo que fuerzan la migración en altitud del bosque caducifolio para huir del calor y la sequedad. Y no es sólo teoría: un reciente estudio sobre la vegetación del macizo del Montseny, en Cataluña, ha apreciado que desde 1945 se ha producido una progresiva sustitución de los hayedos y otros ecosistemas templados por los mediterráneos (encinares), y al mismo tiempo los hayedos se han expandido en las cotas altas, en torno a 1.600-1.700 metros.

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