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La razón no está a salvo

La conciencia es sólo la punta del iceberg del cerebro, un órgano que ganó su posición en la vida gracias a su fiabilidad y utilidad

Cuando quise hacer mi primera comunión, un acontecimiento para mí, entonces, de extrema importancia, un canónigo tuvo la cortesía de examinarme del catecismo. Yo lo sabía de memoria, era tal mi deseo de atravesar ese umbral. Finalizada la prueba, preguntó de nuevo por mi edad. "Ah, lo siento, todavía no tiene uso de razón". Hube de esperar un año, a la edad que la Iglesia consideraba que se adquiría tal uso, porque al parecer con la razón se nace.

Hemos aprendido que somos seres racionales y que eso nos distingue del resto al mismo tiempo que nos da un derecho a usarlos a nuestro capricho. Para saber si se podía bautizar a los indios, Colón trajo una muestra de ellos para que fueran sometidos a examen por las autoridades eclesiásticas. Se dictaminó que tenían alma y por tanto deberían cristianizarse y, aunque no podrían tratarse como esclavos, por su naturaleza infantil e ingenua deberían someterse a la protección de un señor. En cambio, los negros como los otros seres salvajes, podían ser esclavos. Las mujeres, en opinión de muchos, incluido Erasmo, no estaban dotadas de razón, por eso las leyes franquistas mantenían que eran menores de edad en el matrimonio, sometidas a la voluntad del marido. Así que la razón, dependiendo de las circunstancias e intereses, no fue siempre un patrimonio universal del ser humano.

La razón reside en el cerebro, en la facultad de pensar y hacer juicios para tomar decisiones. Porque creemos que estamos al mando, que es nuestra razón, regida por el libre albedrío, la que elige, claro está, constreñida o impelida por las circunstancias. Pero no es así en las decisiones más pequeñas y elementales, y pocas veces es la razón pura la que informa las más importantes o complicadas.

Es esa parte de nosotros mismos, irracional, inasequible a nuestro pensamiento, la que rige en nuestras vidas. No podría ser de otra forma para sobrevivir. A lo largo de la evolución hemos ido automatizando la mayoría de las funciones vitales. Los animales multiorgánicos necesitan sistemas de coordinación y relación, son el sistema endocrino y nervioso. El primero fluye con la sangre y provoca respuestas lentas. El segundo circula a la velocidad de la electricidad y provoca respuestas instantáneas. Es más moderno y su complejidad se acrecienta con la del organismo; el nuestro está coronado por la razón. Pero es una reina cuyo mando es limitado y fragmentario.

El sistema nervioso se divide en dos, atendiendo a la funcionalidad: voluntario y vegetativo. El segundo es el que se encarga de mantener las funciones vitales y adaptar los órganos a las necesidades que van surgiendo: acelerar el corazón para llevar más oxígeno a tal órgano, elevar la tensión arterial, respirar más rápido , mover el intestino para ayudar a la digestión, etcétera. El segundo tiene que ver con las acciones voluntarias: alcanzar ese bolígrafo, por ejemplo. La idea que tenemos es que en nuestro cerebro racional se forma un propósito que envía a esa otra parte del cerebro donde residen las palancas del movimiento y desde allí se ordena a los músculos, por una corriente que circula por la médula espinal hacia los nervios periféricos, que se contraigan de la forma y secuencia que el cerebro imaginó. Pero ya sabemos desde hace muchos años, mediante estudios aún elementales, que la acción precede a la voluntad de hacerlo. Es decir, nuestro cerebro, una vez comprobado que hemos actuado, justifica dicha acción. Siempre hemos sabido que somos seres muy dotados para justificar nuestros actos, para encontrar motivos que nos salven de un juicio devastador, el que sin piedad ejercemos sobre los otros. Ahora se ha comprobado con resonancia magnética que también lo hacemos con los actos más sencillos. Conectados al aparato se pedía a los voluntarios que tomaran alguna decisión y la anunciaran; por ejemplo, presionar el botón con la mano derecha o izquierda o sumar o restar cantidades en función de ciertas pistas. Las investigaciones, con cierta consistencia entre ellos, demuestran que el cerebro ya había actuado unos segundos antes de que el sujeto lo decidiera conscientemente. Por las zonas activas del cerebro se podía predecir qué harían con un acierto superior al 60%. No es ni mucho menos perfecto, como tampoco lo es la resonancia para decirnos qué está haciendo el cerebro en ese instante, pues se basa en el flujo sanguíneo y el cerebro actúa a la velocidad de la luz.

La conciencia es sólo la punta del iceberg del cerebro, un órgano que, como todos, ganó su posición en la vida gracias a su fiabilidad y utilidad. Sin embargo, la razón, creo, es menos fiable biológicamente que el cerebro inconsciente. Pero en este mundo donde nos desenvolvemos, en el que la cultura cuenta más que los genes, la razón, aunque imperfecta, es la que nos sostiene. Por eso los seres humanos erramos tanto; y acertamos tanto.

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