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CARLOS ÁLVAREZ DE BENITO | Orfebre, restaurador de las joyas símbolo de Asturias tras el robo en la catedral de Oviedo

"Frente a las cruces destrozadas de la Cámara Santa me temblaron las manos"

"Cuando vimos aquel expolio de 1977 mi padre pidió que no sacaran las joyas de Asturias 'porque las hacen nuevas y ni nos enteramos' "

El joyero, en una foto de hace algunos años junto a la imagen de los restos de la Cruz de la Victoria tras el expolio.

El 10 de agosto de 1977 Carlos Álvarez de Benito, hijo del joyero Pedro Álvarez, nieto del comerciante que fundó la razón social -la mejor joyería de España, se dijo durante décadas-, se encontraba de vacaciones en Alemania. "Fui a ver a unos conocidos que me dieron la noticia: habían robado en la catedral de Oviedo. Pero qué robaron, preguntaba yo. Y ellos: todo roto, todo roto. Así me enteré del expolio de la Cámara Santa. Las cruces las conocía bien, para mí fue un disgusto terrible".

Pero en aquellos momentos al orfebre Carlos Álvarez no se le pasó por la imaginación que las cruces símbolo de Asturias iban a ir a parar a sus manos, destrozadas, para una restauración que muchos juzgaron imposible.

La memoria de Carlos Álvarez se abre de par en par cuando relata ese episodio cumbre en su vida profesional, y también en la personal. "Se había creado una comisión para la restauración de las joyas. Siempre se dice eso de que, si no quieres que se arregle un problema, crea una comisión. Pero en este caso aquello, presidido por el arzobispo Gabino Díaz Merchán, funcionó muy bien. Llamaron a mi padre como asesor, y lo primero que hizo fue ofrecer el taller de la joyería y el personal que hiciera falta para los trabajos. Y gratis. Se hablaba de llevar las cruces a Alemania, pero mi padre se opuso. Les dijo: 'No saquen las cruces de Asturias, porque lejos y sin control, acaban haciéndolas nuevas y ni nos enteramos' ".

Carlos Álvarez de Benito, uno de los ocho hijos de Pedro Álvarez, trabajaba en el taller de la joyería desde hacía unos meses. "Era un recién llegado, después de estudiar Industriales en Zaragoza, un curso de técnico universitario de Ciencias de la Empresa, que se estudiaba en Oviedo, donde la Escuela de Magisterio, y tres años de Gemología por la Universidad de Barcelona. Llegué a la joyería de mi familia en 1977 y lo primero que me encuentro es con aquel desastre".

La joyería Pedro Álvarez ocupaba la esquina de Uría con la calle Argüelles, frente a la plaza de la Escandalera. Dato obvio para los ovetenses de más de 40 años. Tienda, trastienda y unos talleres en la cuarta planta del edificio cuyos habituales se beneficiaban de una espléndida luz natural. Al final se optó por montar un taller específico en la planta segunda.

"Los trabajos de restauración estuvieron dirigidos por el Instituto Nacional de Restauración de Obras de Arte. Madrid mandó a un representante, un paisano ya mayor, como de 70 años, que se alojaba en el hotel Principado y que vivió una temporada en Oviedo como Dios. Unas Navidades se marchó a la capital, allí le debieron de meter una bronca por algo y cuando regresó me dijo que se iba a hacer cargo de la restauración de las piezas originales. Y yo me puse a temblar porque aquel hombre no era un restaurador fino. Él insistió y yo me jugué el cuello. Le dije: mire esa caja fuerte. Ahí dentro están todas las piezas a restaurar y como yo sé la combinación esa caja fuerte no se abre".

Intervino el Arzobispado, "y el Instituto Nacional de Restauración desapareció de nuestras vidas. Jamás volvió a intervenir".

Carlos Álvarez recuerda aquel primer vistazo a la Cruz de la Victoria, o lo que quedaba de ella. Fue como un puñetazo al mentón, como una patada al hígado. "Rota, machacada, quemada. Era como tener delante un puzle, como si los autores del expolio se hubieran ensañado con la cruz. Y confieso que me temblaron las manos". La Cruz de la Victoria volvió a los talleres de Pedro Álvarez, aunque la primera vez Carlos aún no había nacido. La historia es bien conocida en el seno de la numerosa familia de joyeros. Una historia que le contó su padre.

Corría el año 1942, el del milenario de la Cámara Santa. El primer franquismo le sacó partido a la celebración. La Cruz de la Victoria estaba destrozada y hubo que arreglarla a toda prisa para que Francisco Franco se diera una vuelta con ella por la plaza de la Catedral.

"Había que ponerla guapa. A la cruz le faltaban muchas piezas y hubo que buscarlas donde fuera. Se llegaron a hacer piedras de botellas y escorias de calefacción, pero aún así quedaba mucho hueco por rellenar. Es entonces cuando surge la anécdota de esa señora que entra un día en la joyería con una cajina llena de piedras de colores con las que jugaban sus sobrinos. Mi padre las lleva a la trastienda y allí, sobre la cruz misma, comienza a rellenar. Esta piedra para aquí, esta otra para allí. No eran piedras buenas, pero la mujer cedió las que hicieron falta y no quiso ni dar su nombre. Cuando se supo la historia empezó a hablarse de la caja del milagro".

En el año 1977 la Cruz de la Victoria volvió al taller joyero de la familia Álvarez. Y los veteranos de la empresa ("llegamos a ser 26 trabajadores") se acordaban de aquella caja que se llevó la misteriosa mujer. "La echamos en falta, pero pensamos que era imposible localizar la caja. Y lo que son las casualidades de la vida. Un día en una excursión en grupo por la zona de Cangas de Onís surge la conversación y una de las integrantes de aquel grupo me dice que es una tía abuela suya, pariente a su vez de un canónigo de la Catedral. Y 35 años después recuperamos aquella caja con piedras, con las que quedaban, para la segunda restauración. Parece increíble, eh".

La Cruz de la Victoria fue devuelta a la Iglesia, como nueva, el 14 de septiembre de 1982. El símbolo asturiano sufrió callado el expolio del paso del tiempo. "Hay fotografías de principios del siglo XX en las que se ve que ya le faltaban muchas piezas, y cuando en el siglo XVII aparece por Asturias Ambrosio de Morales, comisionado por Felipe II para ver qué podía llevarse con destino al Escorial, en su informe ya dice que la cruz lucía 80 piezas y que le faltaban otras tantas. En total la Cruz de la Victoria tiene 172 piezas y yo calculo que originales deben de ser unas 35".

-¿Y la Cruz de los Ángeles?

-Llegó después. No hay palabras para describir cómo estaba. Es que además esa cruz es como un tapiz de filigrana; tardé tiempo en comprender cómo se arregló aquella gente para soldar en el año 808 las piezas. Hasta que una vez en Fráncfort encontré un libro que lo explicaba. Usaban chapa de oro, engrudo de arena y agua y carbonatos y sulfatos de cobre. Una técnica que no sabemos hacer ahora.

La Cruz de los Ángeles era un amasijo. "La palabra destrozada es muy suave. Así que la sensación inicial que tenía todo el mundo es que no era posible restaurarla y que había que hacer una réplica. Pero a mí aquello me dolía; quedarse sin esa maravilla por la acción de un chorizo... Fui a la Catedral, hablé con el secretario de la Comisión, que era Ramón Platero, y también con Demetrio Cabo, y les dije: 'Oigan, hay que intentarlo. Si se puede, perfecto, y si no se puede no perdemos nada'. Me permiten empezar por el rosetón central, que es oro casi puro. Perfecto, porque cuanto más puro, más maleable y dúctil. Y en un mes estaba restaurado. Ve usted la Cruz de los Ángeles y puede estar seguro de que no tiene nada nuevo. La entregamos en 1986 y yo, la verdad, descansé, porque desde el primer minuto tenía claro que si la restauración de las joyas de la Cámara Santa salía mal, las bofetadas iban a ir para mí".

La restauración costó dinero. Unos 30 millones de pesetas en total por nueve años de trabajo. "No fue tanto porque nos entregamos de cuerpo y alma. Yo soy muy de esta tierra y entendí que en esos momentos, cuando era necesario demostrar la asturianía, el trabajo tenía que ser de matrícula de honor. No se escatimaron esfuerzos. Después de la restauración de las joyas de la Cámara Santa todo el trabajo que vino después lo entendí como asunto menor".

La tercera joya afectada por el expolio fue la Caja de las Ágatas, y de nuevo la casualidad tiene papel protagonista, un afortunado golpe de suerte que demuestra eso de que la realidad supera a la ficción.

"El broche de la Caja de las Ágatas había desaparecido, y resulta que diez años después del robo unos gitanos encuentran la pieza en el cauce de un río en la provincia de Orense. Y se fueron a un comprador de oro orensano para venderlo. El hombre se lo compró y ya sabe que las piezas tienen que estar unos días en depósito para comprobar la procedencia y todo eso. Cuando el policía de turno, y fíjese qué casualidad, llega al establecimiento y ve el broche se da cuenta que es de la Caja de las Ágatas. Era un agente historiador de arte y además con muy buena memoria".

El broche estaba roto en cinco o seis pedazos y hubo que recomponerlo. "Trabajamos a toda prisa y se terminó para la exposición de Orígenes. Hasta el último minutos estuvimos con aquel broche".

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