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Desde Roma (2)

El impactante trampantojo de Borromini

El palacio Spada atesora la ilusión pintada más hermosa del Barroco romano, una perspectiva de un falso pasadizo que engaña al ojo

Patio En el interior hay un modesto patio con tres o cuatro árboles, un recinto de simplicidad.

Roma jamás deja de sorprender. Es tanta su belleza, tantos sus tesoros, que siempre hay uno esperando ser descubierto. Eso es lo que a mí me ha sucedido hace unos días al tener la suerte de poder contemplar una de esas maravillas que la ciudad guarda celosamente como si quisiera preservarlas de la vorágine turística.

Mil veces había oído hablar del palacio Spada y de su galería de arte de los siglos XVI y XVII y nunca lo había visitado porque Roma presenta innumerables atractivos y, como decía Stendhal, "cada mañana se deben programar las visitas y actividades del día según el género de belleza al que uno se sienta sensible al levantarse". Pero mi programa hubiese cambiado de inmediato para incluir este palacio, de haber sabido que en él se encontraba la Columnata de Borromini, un trampantojo modélico, una fuga en el espacio visual.

La información facilitada por un amigo, que a veces orienta mis pasos por Roma, me hizo cambiar inmediatamente mis planes para ir cuanto antes al palacio Spada.

La fachada renacentista del edificio es, posiblemente, una de las más ricas en adornos de toda la ciudad. Y, junto con la del palacio Farnese, la mejor conservada. Dentro de la exuberancia del estilo manierista, aparecen en estuco pequeñas esculturas en nichos y gran variedad de frutas, flores, festones y frisos.

El palacio Spada, construido por el arquitecto Casale Monferrato para el cardenal Girolamo Capodiferro en 1540, fue vendido setenta años después al cardenal Bernardino Spada, que es quien encarga a Francesco Borromini la realización de diversas modificaciones en el inmueble para poder adaptarlo a las nuevas corrientes del siglo XVII.

Más de treinta años duran las obras. Y es en ese tiempo cuando Borromini crea su gran obra de falsa perspectiva. La ilusión más hermosa del Barroco romano.

Después de escuchar los elogios que mi amigo hace de él, estoy deseando verlo y busco la entrada para poder acceder al inmueble, que no resulta nada fácil, porque el edificio fue comprado por el Estado a comienzos del siglo XX siendo en la actualidad la sede del Consejo de Estado. Por ello es necesario dar la vuelta a todo el edificio para localizar el acceso a la parte del palacio que permanece como Galería de Arte.

Una vez abonado el billete de entrada, manifiesto mis deseos de ver la Columnata y sorprendida me encuentro con la exigencia de que antes debo visitar la exposición. Me animo pensando en los interesantes cuadros colgados en las cuatro salas en las que se expone la colección del cardenal Spada, donde se atesoran obras de los autores más famosos de esos siglos (XVI y XVII), como Brueghel el Viejo, Durero, Caravaggio, Orazio y Artemisia Gentileschi, Andrea del Sarto, Tiziano... Y como dato de interés añadido me comenta el guía que se pueden ver los cuadros colgados a la moda del siglo XVII, es decir, marco con marco.

Confieso que tal vez por mis deseos de contemplar cuanto antes el trampantojo o porque sinceramente creo que esta forma de colocar los cuadros dificulta su visión, recorro rápidamente las galerías para dirigirme al jardín.

Entro en un patio interior, un espacio no muy grande, con tres o cuatro árboles. Sorprendida por la simplicidad del recinto, soy consciente, una vez más, de la hermosa realidad romana en la que lo grandioso y lo sencillo se dan la mano y conviven en una perfecta armonía.

Cuatro o cinco personas que miran a un determinado punto me orienta del lugar donde debo dirigirme. ¡Y oh prodigio! Allí está. Lo miras y es perfecto.

Es un bello pasadizo con arcos y columnas que no conduce a ninguna parte. Al final se ve la figura de un guerrero.

La Columnata de Borromini es una perspectiva falsa. Un divertimento. Un juego que nos engaña, sorprende e impacta.

La primera vez que disfruté con un trampantojo en directo (lo había visto en reproducciones) fue en la ermita de San Antonio de la Florida en Madrid, donde me quedé verdaderamente emocionada ante los frescos de Goya.

Uno de los últimos y que verdaderamente me impresionó fue el de la cúpula de la iglesia de San Ignacio de Loyola en Roma. Cúpula que, según algunos, no se pudo hacer por falta de dinero. Mientras, para otros, fue la protesta de los dueños de un palacio contiguo, a quienes no les gustaba limitaran su visión.

Pero nunca había visto un trampantojo en arquitectura, y realmente es impactante. Dicen que para realizar los cálculos de perspectiva de esta obra, considerada por muchos como una de las más importantes del ilusionismo arquitectónico, Borromini contó con la ayuda de un matemático, el padre agustino Giovanni María da Bitonto.

Parece ser que el efecto ilusorio se consigue haciendo que las columnas tengan un tamaño cada vez menor y también alzando un poco el suelo. Con ello la galería que aparece ante nuestros ojos semeja unos 37 metros de largo, cuando sólo tiene 8. Y lo realmente sorprendente es la escultura del fondo a la que vemos de tamaño natural, incluso acercándola con el objetivo de la cámara la muestra así, aunque no sobrepasa de 60 centímetros.

La emoción y el placer de los sentidos se manifiestan al contemplar esa otra realidad que el trampantojo nos muestra. Ciertamente, si no conociéramos su existencia, nos parecería real. Cuenta Giorgio Vasari, hablando de la precocidad de Giotto, que de niño pintó en la nariz de una de las figuras en las que estaba trabajando su maestro Cimabue una mosca tan real que, cuando el maestro reanudó el trabajo, intentó varias veces espantarla con la mano.

Me voy del palacio Spada contenta de haber visto esta maravillosa obra. Y me voy con una reflexión del cardenal Spada que figura al lado del famoso trampantojo: "Igual que las pequeñas formas pueden parecer grandes a causa de la "ilusión", así también las cosas del mundo, incluso consideradas grandes son en realidad ilusorias e insignificantes".

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