La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

ALBERTO MANGUEL | Escritor, ensayista, director de la Biblioteca Nacional de Argentina

"Nuestra inteligencia natural ha de ser borrada para convertirnos en consumidores"

"Los libros no nos alejan de la vida, nos ponen de bruces en ella, nos abren las puertas de la realidad y nos dan las palabras para nombrar nuestra experiencia"

Alberto Manguel, en la calle San Francisco de Oviedo. E. Lagar

Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) es el lector de lectores. Escritor, traductor y ensayista, ha firmado libros de culto para amantes de los libros, como "Una historia de la lectura", "Guía de lugares imaginarios" o "Leer imágenes", todos ellos en Alianza Editorial. Recientemente pasó por Oviedo, su primera visita a Asturias, para celebrar un encuentro con sus lectores asturianos. Hace pocos meses fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Argentina, un cargo que ocupó Jorge Luis Borges, a quien Manguel conoció con 15 años, pues trabajó para él leyéndole libros. La entrevista se desarrolla en el hall de un hotel de la capital asturiana, donde hay una gran pantalla de televisión sin voz. Manguel pide sentarse de espaldas a esa pantalla. Dice que la televisión está por todos lados. "Parece que está reemplazando al Espíritu Santo".

-Parece que le molesta la tele.

-Es insoportable, es insoportable. Es como una campaña contra la inteligencia. Porque no podemos conversar, no podemos pensar tranquilos, nos imponen la música, esta música tonta, o la imagen sin sentido. Porque nadie mira la televisión, no se escucha, son imágenes. Son para hacer que no pensemos y el resultado es que tenemos las situaciones políticas que tenemos en el mundo.

-¿La pantalla es la zanahoria del burro?

-Son máquinas para crear tontos.

-¿Cuánto ha cambiado la experiencia del lector con la lectura en pantallas?

-Un texto no existe en el vacío, existe en el soporte que le damos. La Epopeya de Gilgamesh, por ejemplo, no es la misma leída en una tablilla de arcilla que en un rollo de papiro, en un libro impreso o en una pantalla. El contenedor da ciertas características al texto que para el lector algunas son conscientes y otras inconscientes. Por de pronto, el lector determina por lo general la página que está leyendo, el espacio físico de la página. En la lectura en pantalla no se facilita tanto el comentario en los márgenes. El libro electrónico, además, es menos interactivo en el sentido de que usted puede ir a cualquier parte del texto electrónico pero no tiene un sentido físico de dónde está. Es lo que ocurrió cuando pasamos de la tablilla de arcilla al rollo de papiro. Las tablillas de arcilla permitían un corto texto en cada tablilla. Entonces, por ejemplo, un canto entero de la Epopeya de Gilgamesh ocupaba muchas tablillas que se guardaban en una caja abierta. Usted tenía un sentido muy concreto de lo largo que era el texto. Con el rollo de papiro, como con la pantalla, no se tenía un sentido de dónde exactamente estaba el lector. Tenemos que ser conscientes de que estamos utilizando un instrumento con sus propias características.

-Usted decía en "Una historia de la lectura" que una persona leyendo un libro en un rincón era el acto mayor de subversión posible. ¿Ocurre lo mismo con una persona en un rincón mirando una pantalla?

-Sí. La prueba está en que muchos de los movimientos políticos de nuestra época actual se han iniciado de esa manera, a través de una rebelión individual de un lector de pantalla sentado en un rincón. Por supuesto, como la censura corre paralela a cada acto intelectual, la creación de esta lectura electrónica ha resultado en la creación de una censura electrónica. Por ejemplo, la censura del Gobierno chino.

-Internet, dicen, es la mejor herramienta para difundir ideas libremente. ¿Es real esa libertad?

-En la biblioteca de Alejandría el lector estaba confrontado a un sinfín de documentación que resultaba inútil, a menos que encontrase una manera de ir hacia lo que estaba buscando. Por eso Calímaco creó el primer catálogo anotado, que indicaba cuáles eran las obras más importantes y por qué razones. Este instrumento de búsqueda, que, por supuesto, también es un instrumento de censura inconsciente, lo usamos nosotros para buscar en internet. Esos instrumentos, si bien son útiles y necesarios porque si no no podemos llegar a nada, son muy poco fiables en dos sentidos. Primero, porque está limitado por la coincidencia de palabras homofónicas. Usted busca "Pablo" y le da los miles de Pablos que tienen comercios de gallinas en Galicia y también San Pablo. El lector tiene que construir su método de búsqueda. Por otra parte, esta tecnología posee la calidad de la memoria. Nosotros confiamos mucha más memoria a esta tecnología que la que confiábamos a un texto impreso. Cuenta Sócrates el mito egipcio del dios Tot, que viene a regalarle al faraón el arte de la escritura. Y el faraón la rechaza porque dice que si tiene la escritura, la gente no va a usar su propio pensamiento para recordar. En cada etapa tecnológica hemos tenido la misma precaución.

-¿Todos los libros son iguales? ¿Es lo mismo Paulo Coelho que Stendhal?

-No, por supuesto, no. Ahora, lo que el lector construye con la lectura del texto resulta en texto. Eso era lo que Borges propone jocosamente en el relato "Pierre Menard, autor de El Quijote". Un párrafo con las mismas palabras supuestamente escrito por Cervantes es distinto de esas mismas palabras supuestamente escritas por Pierre Menard por el contexto que le damos. Si nosotros tomamos una página de Paulo Coelho y decimos que esto fue escrito por Shakespeare, de pronto decimos: bueno, fue Shakespeare en un mal momento pero fue Shakespeare. Tiene ese prestigio. No cambiamos las sandeces que dice Coelho, pero le damos otra calidad .

-¿Se lo preguntaba por si hay lectores de primera y segunda división?

-En la gastronomía una persona puede almorzar en McDonalds o en el mejor restaurante de Oviedo. Sí, come carne, come pan, come patatas, pero obviamente no es la misma cosa. El estómago reconoce algo distinto, como la mente reconoce algo distinto.

-¿Encuentra en sus hijos o nietos una actitud diferente ante la lectura de la que usted tiene?

-Por supuesto, son relaciones distintas. Mi hijo tiene 34 años, nació casi con la tecnología electrónica. Para él, usar un aparato electrónico es un gesto natural. Él puede, al mismo tiempo, estar marcando un número de teléfono, buscando información, leyendo las noticias del día, escuchando música y hablándome a mí. Y no puedo hacer todo eso a la vez.

-¿Tiene sentido seguir conservando bibliotecas en papel?

-Es como preguntar si ahora que tenemos tantos automóviles tiene sentido tener piernas. Yo creo que sí porque hace días yo vine a Oviedo desde Madrid y venir caminando me hubiera llevado mucho tiempo. Prefiero el automóvil. Pero ahora voy a recorrer Oviedo, esta mañana, y yo prefiero recorrerlo a pie.

-¿Qué le trasmite a usted la presencia de la biblioteca?

-Todo. Para mí la presencia de la biblioteca es lo que decía Quevedo: es la conversación con los muertos. Es mi manera de sobreponerme a esos obstáculos que tiene el hombre frente al espacio y el tiempo. De sentir que estoy rodeado de inteligencia y darme un poco de confianza en el poder la mente humana en estos tiempos de desolación, como fueron todos los tiempos, donde hay guerras absurdas, políticas absurdas, sociedades que no llegan a poder ser justas y felices. Los libros nos siguen diciendo que el ejemplo está, que la posibilidad sigue existiendo. Me alienta esa confianza.

-¿La presencia física del libro ayuda al lector a apegarse más a la historia que allí se cuenta?

-Sí y no. Porque si estamos hablando de esas calidades que da el soporte, leer un texto de Platón en una pantalla electrónica puede darle a uno la sensación de que Platón es más contemporáneo que si lo leyera en un rollo de papiro. Son impresiones. Las palabras siguen siendo las mismas, pero el soporte les da otra calidad. El libro físico para mí, pero es una cuestión de costumbre, tiene una calidez y un sentido de presencia física, de "lugar" en el que puedo estar, que no tiene lo fantasmal de la pantalla. Pero, como decía, para mi hijo es otra cosa. Él lo siente de otra manera. Supongo que para mis nietas el futuro será otro y verán estos gadgets con los que usted graba esta entrevista y dirán: ¿pero qué son estos vejestorios?

-¿Mientras se lee se pierde el paso de la vida?

-Flaubert escribió a una amiga: "Lee para vivir", le decía. Los libros no nos alejan de la vida, nos ponen de bruces en la vida, nos abren las puertas a la realidad y nos dan las palabras para nombrar nuestra experiencia. Una persona que no lee, que no se permite compartir el mundo intelectual de todos nuestros pasados, puede tener la experiencia de la vida pero no sabe lo que es. Nosotros que leemos tenemos la ventaja de ser Cervantes, de ser Platón, de ser Shakespeare, de ser Homero frente a las circunstancias de la vida. Frente a la guerra, "La Ilíada" me sirve para entender esto, frente al amor "Romeo y Julieta" me sirve para entender? La gente que no lee tiene que arreglárselas sola. Es como si todos si estuviésemos en la selva pero algunos tenemos mapas.

-Usted ha escrito una historia de la curiosidad. ¿La curiosidad que nos hace progresar está siendo reemplazada en la era digital por una curiosidad banal?

-Cuando Covarrubias, en el siglo XVI, en su Diccionario Etimológico, define la curiosidad empieza describiéndola como un estudio cuidadoso de algo. El cuidado que le damos al detalle. Curiosidad tenía ese sentido en el principio. De cuidado, "curiositas". Pero en un anexo a su Diccionario más tarde agrega que esta "curiositas" puede ser nefasta sin esta preocupación del detalle y cuando la aplicamos a cosas sin importancia, al chisme por ejemplo, a lo que hace el vecino. Desde siempre, la noción de curiosidad tuvo estas dos connotaciones. La connotación positiva de querer saber más sobre cosas de valor y la curiosidad negativa de querer saber lo que está prohibido, lo que no tiene importancia o lo que tiene importancia pero no debiéramos conocer, como, por ejemplo, cuando se critica a los biólogos que están buscando la forma de crear vida artificialmente. Se dice que se traspasan ciertos límites éticos. La curiosidad es siempre un cruce de límites y la consideración de esos límites depende de quien los pone. Entonces, para un Gobierno totalitario la persona que busca con curiosidad saber qué está en un libro prohibido se convierte en criminal. Tenemos que ver de dónde vienen esos límites que se imponen a la curiosidad. Pero esto ha sucedido siempre.

-¿Hay algo así como una conspiración universal para que dejemos de pensar?

-No creo en las conspiraciones universales. Simplemente, la mayor parte de nuestras sociedades son sociedades de consumo. Un consumidor no puede ser una persona inteligente. Esa inteligencia natural con la que nacemos debe ser deliberadamente borrada para convertirnos en consumidores. Para hacernos comprar cosas que no necesitamos. Para hacernos creer que seremos más hermosos y felices con tal automóvil, con tal par de zapatos. Esas estupideces solamente pueden ser creídas a partir del abandono de una cierta inteligencia que se realiza sistemáticamente proponiendo que los valores de una sociedad sean lo fácil, lo rápido, lo ameno. También rodeándonos de ruidos, de imágenes vacías. Todo eso contribuye a distraernos de nuestro propio pensamiento, de nuestra propia identidad y nuestra propia inteligencia.

-He buscado por internet y no he logrado averiguar cuál es su situación exacta actual en la Biblioteca Nacional de Argentina.

-No busque esa información en internet. Toda la información, o una buena parte, sobre mí en internet está equivocada. Umberto Eco obligaba a sus alumnos a buscar una información en internet y probar que esa información era falsa. La situación es ésta: a finales del año pasado, por el cambio de Gobierno del kirchnerismo al macrismo, el nuevo ministro de Cultura me pidió que fuese director de la Biblioteca Nacional. Yo había vendido mi casa en Francia hace dos años, había puesto mi biblioteca en un depósito y me había mudado a Nueva York porque mi compañero había recibido una oferta de trabajo interesante y me habían propuesto enseñar en Princeton (Columbia). Nos instalamos en Nueva York felices y me entonces llega esta propuesta que nos obligaba a volver a Buenos Aires después de 50 años de no haber vivido allí. Acepté la propuesta porque era una forma de cerrar el círculo. Yo había conocido a Borges en mi adolescencia y volver al lugar que él había ocupado, si bien tenía consciencia de que era muy presuntuoso, era una forma de terminar por donde había empezado.

-Es una historia muy novelesca.

-De una mala novela, de una novela de Paulo Coelho. Sí, soy muy consciente de eso.

-¿Qué país se ha encontrado?

-Mi experiencia de haber leído a lo largo de mi vida, desde mi infancia, "Alicia en el país de las maravillas" me sirve ahora muchísimo como guía para vivir en Argentina. Alicia se enfrenta en el país de las maravillas y luego en "Alicia a través del espejo" con un mundo esencialmente absurdo, donde los adultos le dicen cosas que su inteligencia de niña no le permite aceptar. Ella trata de enfrentarse a ese absurdo con ciertas nociones básicas de razón y se encuentra casi siempre derrotada por la fuerza del absurdo. Mi país es un país absurdo. Es un país que en este momento está dividido no entre dos fuerzas políticas sino entre dos hinchas de fútbol. Cada uno grita por su lado: muera el partido opositor y viva el mío. Esto hace que, por ejemplo, los opositores al macrismo ni siquiera critican el macrismo, simplemente ponen obstáculos a lo que alguien como yo quiere hacer en una entidad que no es política. Es una institución cultural que debe ser sobre todo republicana en el sentido de abarcar todos los partidos y todos sus lectores. Pero los opositores traducen cada acto de la biblioteca en un acto partidario y no les interesa el bienestar de la biblioteca ni de ninguna otra institución del país. Lo que les interesa es poner obstáculos al avance de la vida de esa institución. Pero, al mismo tiempo, hay muchísima gente que trabaja muy bien, con gran experiencia, y creo que entre todos, si nos dejan, podremos al menos poner las bases para una biblioteca que será prestigiosa y universal.

-¿Y qué pensaría Borges de internet? Parece un invento suyo.

-Él escribió "La biblioteca de Babel", una biblioteca en la que está todo libro escrito o por escribir. Todo libro posible, basado sobre la combinación de las letras del alfabeto, de los signos de puntuación y el espacio. Por supuesto, una computadora funcionando durante casi una eternidad podría computar eso que se refleja en internet. Pero olvidamos que Borges concibió esa biblioteca como una pesadilla, como un sinsentido donde para encontrar una frase que fuese coherente tienen que pasar varias generaciones de bibliotecarios. Volviendo a lo que decía: sin instrumentos de búsqueda toda acumulación de información es inútil. Tener todo es como no tener nada. A menos que sepamos qué es lo que buscamos.

-Usted dice que muchos de los datos que aparecen en internet sobre usted son falsos. En cierta manera usted es ahora un personaje de ficción.

-Sí, sí lo soy. No es que el libro impreso no tuviera errores. Alguien calculó que internet tiene menos errores que la Enciclopedia Británica, pero a partir de la información de la Enciclopedia Británica uno puede detenerse a reflexionar y a controlar ciertos datos. Internet se presenta como una información tan rápida que es casi inmediata, entonces no vamos a ir en contra de esa calidad y después de encontrar un dato pasar tres semanas confirmándolo. La prueba está en el periodismo de hoy. No quiero insultar su profesión, pero ahora en Argentina, por ejemplo, los periódicos, sobre todo los de la oposición, se permiten decir cualquier cosa. Entonces, por ejemplo, escribirían así este encuentro: "Manguel, frente a seis vasos de vino y un coñac carísimo que hizo pagar a la Biblioteca Nacional", y no tengo manera de decirles que esto es un vaso de agua. Esa información ya queda arraigada y seis meses después alguien va a decir: "Manguel, que se permitía gastar el dinero de la Biblioteca Nacional en su coñac favorito...". Y seguimos de ahí en adelante. Esta profusión de datos falsos hace que la noción misma de documento sea nada, y esta destrucción de fronteras de género que quería hacer Borges entre ficción y no ficción la está haciendo el periodismo.

-Un periodismo alimentado en fuentes de internet.

-Claro. Ciertos instrumentos tienen una calidad particular y una de las calidades particulares de internet es que su inmediatez permite la aceptación de la información sin reflexión. El periodismo se aprovecha de esto. Yo pondré en internet una nota en la que diré que usted tiene el pelo rojo y se viste con vestidos típicos de Asturias y, bueno, eso pasará a la historia.

-En internet he leído que su libro preferido ahora es "La Divina Comedia".

-El encuentro de un lector con su libro se hace por razones fortuitas. Los libros son muy pacientes, nos esperan. Pero no todos estamos hechos para un cierto libro. Yo quizá no merezca ser el lector de Paulo Coelho, me moriré y no lo seré. Tuve que esperar hasta hace unos diez años para ser lector de Dante. Lo había mirado algunas veces antes, conocía el argumento, conocía su importancia, no me privaba de decir que era una obra maestra sin haberlo leído verdaderamente. Pero desde entonces descubrí un libro inconmensurable, de una riqueza extraordinaria, de una belleza sorprendente, constantemente renovada. Yo leo un canto cada mañana y siempre descubro cosas nuevas. He recorrido con Dante el camino de los tres reinos docenas de veces y siempre me sorprende y siempre encuentro algo nuevo.

-Antes hablamos de Argentina, ¿qué opina de la situación política en España?

-Quisiera ser cortés, soy un huésped en este país. Pero no hay ningún país en el mundo que no tenga sus dosis de absurdo, algunos más trágicamente y otros menos. Pero la situación por la que está pasando España es una más de su dolida historia. Espero que salga bien.

Compartir el artículo

stats