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El horror que Kubrick no pudo profetizar

"La naranja mecánica" mostraba episodios de violencia feroz y gratuita, pero no adivinó que hoy, además, se grabarían y difundirían

Una escena de "La naranja mecánica".

Cuando el gran cineasta Stanley Kubrick estrenó La naranja mecánica en 1971 (en España, cuatro años más tarde, aún estábamos bajo la bota franquista) se montó un gran escándalo por la visión despiadada que ofrecía de una sociedad futura en la que una banda de criminales sin escrúpulos se movía como tiburón en el agua. Especial eco tuvo la secuencia, altamente incómoda de ver, en la que el grupo salvaje entra en la casa de un matrimonio, da una paliza al marido y viola a la mujer. Kubrick, como antes el autor de la novela, Anthony Burgess, acertaban de pleno en su crónica de una ciénaga tan degradada que algunos de sus habitantes podían encontrar un placer indescriptible en el mero hecho de causar daño a gente inocente. Porque sí. Por diversión, mientras suena hermosa música clásica y sin que haya el menor atisbo de remordimientos o dudas. Pero se quedaron cortos en su profecía.

Lo que no acertaron a adivinar director y escritor es que varias décadas después ese momento terrorífico de su película, o cualquier otro (la paliza a un mendigo, por ejemplo, como una especie de juego diabólico), ha perdido vigencia e incluso utilidad como profecía maldita porque falta algo esencial en lo que vemos en la pantalla: los teléfonos móviles superinteligentes con los que grabar con alta calidad de imagen y sonido el episodio de crueldad infinita. También faltan las redes sociales o las aplicaciones de mensajería instantánea en las que se puede compartir luego la "hazaña" con los secuaces.

Las fechorías de aquellos matones sin conciencia no tenían público dentro del entramado de la ficción. Ahora, en el campo minado de la realidad más cotidiana, las cosas han cambiado. Ahora nos sorprendemos cada cierto tiempo (la sorpresa siempre acompaña a los gestos de violencia gratuita y feroz) con noticias que vienen acompañadas por imágenes de los hechos grabadas por alguno de los culpables, o nos enteramos de que un puñado de desalmados abusa de una chica y luego se reparten las imágenes como si fueran un trofeo, alardeando de su condición inhumana. O vemos que un vídeo que muestra la ejecución de prisioneros recibe un número acongojante de visitas.

A Kubrick le habría parecido que se quedó muy corto a la hora de mostrar el grado de degeneración al que puede llegar una sociedad cuando algunos de sus miembros convierten las nuevas herramientas de comunicación en instrumentos de tortura, en armas cargadas de rencor, en territorios donde manda la ley del más intolerante. Y se habría quedado a cuadros entrando en Twitter, por ejemplo, para pasearse por algunos escenarios donde la calumnia, el insulto y el linchamiento virtual son moneda de curso fecal y los rumores pasan a ser alimento de comentarios amartillados y listos para ser disparados sin vacilar. A quemarropa. Un lugar donde hay gente capaz de desear la muerte a un niño enfermo porque quisiera ser torero de mayor o a una niña por ser hija de un guardia civil.

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