La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

ROSARIO ARECES GONZÁLEZ | Pintora

"Mi primera exposición naíf fue un éxito en París y el embajador de España me riñó por no avisarle"

"Trabajé de doncella para una señora francesa que se llevaba mal con el marido, y cuando cogía un berrinche, tiraba todo lo que tenía en el armario"

Pintando en su estudio de París, hacia 1976.

Si París ha sido durante décadas el centro del mundo en artes plásticas, dentro de la pintura naíf, espontánea, colorista, y de artistas autodidactas, reinó una asturiana a la que llegaron a llamar "Rousseau en mujer", en referencia al pionero de dicho estilo, Henri Rousseau. Rosario Areces González (Oviedo, 1929) -de nombre artístico Rosario- había sido descubierta por el crítico de arte Anatole Jakovsky, que la presentó en una exposición de 1965 que causó furor de ventas y de crítica. Sobre aquel éxito inesperado de una pintura que ella había empezado a realizar en su habitación de París para vencer "la tristeza y la melancolía" mediante la combinación de colores, Rosario dice: "He nacido dos veces, en Asturias y en aquella exposición". Después, durante décadas expuso sin cesar en diversos lugares de Francia, Yugoslavia, Italia, Alemania, Estados Unidos, Brasil, Bélgica, Checoslovaquia y también en Madrid y Asturias. Las medallas y galardones que ha recibido cubren una pared de su casa gijonesa. Son de Aix-en-Provence, Cannes, Deauville, Lyon, Niza, Colonia, Berlín o Charleroi. También recibió la Orden de l'Encouragement Public, en París, o la Cruz al Mérito con grado de oficial, en Bruselas, o la Medalla de Oro de la Academia de las Ciencia Humanísticas de Santo Domingo, o la Cruz y Título de Caballero de la Orden de la Cortesía Francesa, en París, o la Medalla de Vermeil de las Artes, Ciencias y Letras de París. Fue "Ponteína del año" en 1996 (Ponteo, San Claudio) y en 2004 fue galardonada con la Medalla de Asturias en su categoría de plata junto con otras artistas asturianas (Blanca Meruéndano, Covadonga Romero, Mercedes Gómez-Morán, Maruja Moutas, Pepa Osorio y Amparo Cores). Sigue pintando a sus 87 años y dicta sus "Memorias" para LA NUEVA ESPAÑA en esta entrega y otra más mañana, lunes.

Cuerpos de mujeres milicianas. "Nací el 14 de agosto de 1929 y soy Leo. Viví desde pequeña en Peña Nora, junto al río, en la parroquia de Loriana (Oviedo). La casa era de mi abuela materna, María Candelaria, y tenía un molino. Mi abuelo materno, Santiago, tenía tierras, y el otro abuelo, Benigno, casado con Ramona, era consumero, es decir, se encargaba de cobrar los consumos, los impuestos por el paso de mercancías. Además, estos abuelos tenían un bar. Nos cogió la Guerra Civil y de esos momentos recuerdo que marchamos de Peña Nora a San Claudio. Cuando empezaron las bombas nos fuimos de San Claudio a Las Caldas. Y de ahí marchamos a Morcín. Todo eso lo hicimos a pie. Éramos cinco hermanos, Rosario, Loreto (porque la había amadrinado Loreto Santullano, que tenía el palacio en Peña Nora), Nievines (que murió cuando la guerra, por el camino), Sagrario, Manolo y Ramón. Los cinco vivimos. Cuando acabó la guerra volvimos a Peña Nora y estaba todo deshecho. Salíamos al campo con las vacas y a lo mejor encontrábamos algún muerto, y también mujeres. 'Mujeres milicianas', nos dijeron que eran".

Maestro hornero. "Mi padre, Manuel Areces, murió a consecuencia de la guerra. Había sido maestro hornero, jefe del horno, en la Fábrica de Loza de San Claudio. Y mi madre, Rosario González, se encargaba de la casa y los chiquillos. Mi padre murió por envidias. Hubo después de la guerra ajustes de cuentas entre amigos que luego fueron enemigos o entre parientes. Antes de cumplir 10 años empecé a trabajar porque el dueño de la fábrica de San Claudio tenía en mucha estima a mi padre. Yo era la hija mayor y me llevaron para el aprendizaje de fileteadora. El fileteado es la banda que lleva una taza o una vajilla; puede ser en oro, en plata u otro metal y se hace con una torneta, un torno pequeño que con una mano vas haciendo girar y con la otra mano centras la pieza para poder hacer el fileteado. Allí estuve trabajando 10 años. Mi madre había quedado al cargo de nosotros, pero yo fui jefa de familia, tan pequeña, porque era la que trabajaba y llevaba dinero a casa, y los tiques del racionamiento y suministro, y tenía Seguridad Social, también para mi madre y mis hermanos. Vivimos unos años en Peña Nora y después fuimos a una casa de Fabarín. A continuación de San Claudio vine a trabajar a Gijón, a la fábrica de Cerámicas Telenti. Me habían dicho que había una plaza y que pagaban más. El cambio me pareció ventajoso, aunque al principio venía e iba a Oviedo. Más tarde, me establecí en Gijón con una familia que es como la mía propia. Sus hijos son como hermanos míos y de ellos queda Ana Mari Trabanco, a la que yo llamo 'mi hermana grande'. Esta familia nunca quiso coger nada del dinero que yo ganaba y se lo seguí enviando a mi madre".

Fábrica clandestina. "Con Cerámicas Telenti estuve unos tres años y después me marché a trabajar a Madrid, en Cerámicas Alba, donde se hacía el fileteado en plata. Allí estuve hasta el año 1953, cuando uno de mis hermanos tuvo un accidente de moto y estuvo gravísimo. Volví a trabajar en Telenti y estando un domingo en la playa de San Lorenzo entablé conversación con un matrimonio al que conocía de vernos alguna vez. Hablamos de una cosa y otra y me dijeron que tenía un taller de decoración en París y que seguramente iba a ser muy bueno para mí porque se ganaba mucho más. Me propusieron irme y así lo hice. En casa, en la familia de Gijón, no querían que me fuera: 'Hay que tener mucho cuidado por el mundo y si la cosa va mal, te vuelves', me dijeron. Era 1960 y llegué a París el día de Reyes. Sabía lo esencial del francés: pedir algo para comer o beber. Pero aquel taller de París era un negocio clandestino. La fábrica interesante era la de Limoges, pero para trabajar en ella se necesitaba carta de trabajo, carta de ciudadanía y hablar bien el francés. Trabajé como una esclava tras aquella invitación envenenada. Siempre me había picado el avanzar en lo mío, el no quedarme estancada. Me fui de aquel taller porque, además, si me cogía la Policía sin papeles me pondrían en la frontera en 48 horas".

Alta burguesía. "Conocí entonces a unas chicas de Navarra. Una era profesora, pero en París estaba trabajando en una casa de femme de ménage, empleada de hogar, chica para todo. Le pregunté en qué podía yo trabajar porque no quería volver a Asturias en la situación en la que había quedado. 'Puedes trabajar de femme de ménage o de femme de chambre, doncella, si te cogen; o ir la vendimia o a otras cosechas en el campo', me dijo. 'Yo, donde sea, porque así no quiero volver a casa'. Entonces ella me dijo: 'Mira, mañana vamos a presentar a una chica para trabajar en una casa, y vas a venir con nosotras para que veas cómo funciona'. Acudí a esa visita y a los cuatro días estaba trabajando. Llegué con esta chica a la que entendía muy bien, porque hablaba medio español medio francés. Pero la señora de la casa dijo que a quien quería era a mí. La chica le dijo que yo nunca había trabajado como doncella y que no conocía la lengua, pero la señora dijo: 'Bueno, nos entenderemos por señas'. No sé por qué aquella señora, Simone, me eligió. Supe que había tenido durante muchos años un novio español. Su casa estaba en la calle Cortambert, en el centro de París. Era una familia propietaria de varias fábricas y de la alta burguesía. El piso tendría 500 metros cuadrados. Tenían dos hijos y una hija casada que vivía aparte. La casa tenía cocinera, chofer, modista, empleadas de hogar? de todo. Yo sólo atendía a la señora y estaba interna".

El profesor Delpeche. "En ese trabajo me fue regular, no por ella, sino porque el matrimonio se llevaba muy mal y yo estaba siempre en el medio. Él le hacía a ella muchos reproches y la cosa iba mal. Cuando Simone cogía un berrinche, tiraba todo lo que tenía en el armario y, claro, había que recogerlo. Era una mujer caprichosa y a lo mejor se compraba un vestido sin que él lo supiera, y luego pisaba el vestido para decirle que los tenía desde hacía mucho tiempo. Un día me dije: 'Yo aquí me vuelvo loca'. Y caí muy enferma, de agotamiento, porque mi jornada empezaba a las siete de la mañana y el marido me esperaba señalando el reloj: 'Rosario, pasan dos minutos de la hora'. Así que cambié de trabajo. Hablé con Ana Mari, mi 'hermana', y le dije que viniera a París, porque había una plaza para ocuparse de una niña. Se vino y al llegar ella buscamos vivienda para independizarnos. En nuestro edificio conocí a una chica, Juana, que desde hacía doce años iba a una escuela de Bellas Artes. Para entretenerme, y para vencer la nostalgia de Asturias y la tristeza, yo hacía dibujos, cosinas con las que se quedó después la portera del edificio. Un día viene Juana, que vivía en la habitación que estaba frente a la nuestra, ve los dibujos y le pregunta a Ana Mari: '¿Quién hace esto?'. 'Rosario'. '¿Y por qué no viene conmigo a ver a un profesor mío, porque esto me gusta?'. Me lo dice Ana Mari y le replico: 'Hace 12 años que Juana va a cursos de pintura y resulta que no es pintora, ¿y yo voy a ser ahora pintora? No voy'. Pero ellas me convencieron y fui a ver al profesor Delpeche. Juana me comentó: 'No le digas al profesor que pintas por la noche y con luz artificial, y tampoco le digas que lo haces con la imaginación', y agregó: 'Te pones ahí y a ver lo que te dice'".

Crítico internacional. "Entonces me trajeron una naturaleza muerta, unos peces en un plato, y me dijeron que pintara aquello. Llega el profesor y me dice: 'Buenos días'. Era domingo. '¿A qué escuela ha ido usted?'. 'A ninguna, es la primera vez que piso una'. 'Pues tiene usted que dejar todo lo que está haciendo y venir conmigo'. Entonces pensé: 'Bueno, pues quedamos bien'. Pero él añadió: 'Lo que usted hace lo quisiera hacer yo, manejar los colores, pero no pude y por eso soy profesor'. También me dijo: 'Va a volver el próximo domingo y me trae todo lo que tenga'. 'Pero son todo papeles'. 'Es igual, viene y me los trae'. Cuando volví con mi hermana le dije: 'Ana Mari, si Juana está loca, su profesor es más loco todavía, mira que mandarme ir el domingo que viene con todos los papeles?'. '¿Qué más te da? Tú vete a ver qué te dice'. Volví al siguiente domingo y me cogió aparte. Estuvo mirando mis pinturas y dice: 'Éste se lo voy a comprar'. 'No, no, se lo regalo'. No, se lo compro por 15 francos'. 'De ninguna manera, se lo regalo'. Y así fue. Después comento: 'Mira, yo me puedo equivocar, pero te mando a una persona que es la más justa para juzgar lo que haces; es un crítico internacional de arte'".

Pies sobre la tierra. "Era Anatole Jakovsky. Le llamé y me dio cita para tres días después. Vio mis papeles y me dijo, sobre todo, tres palabras que recuerdo. Comenzó diciendo: 'Lo que usted hace vale, pero tiene que trabajar, trabajar y trabajar; y dentro de tres meses venga a verme con lo que haya hecho'. Así fue. A los tres meses volvía a verlo y le llevé mis trabajos. Estaba con su pipa, y aquella barba, y unos ojos pequeñinos y rasgados. Te imponía. 'Siga así y cada tres meses viene a verme'. El profesor Delpeche me había dicho que lo dejara todo, pero seguí trabajando. Yo me decía: 'Esto, a lo mejor, no sirve para vivir'. Yo tenía los pies sobre la tierra y siempre los tuve. No me creía artista, ni muchísimo menos. Así que por la mañana iba a planchar a una casa y por la tarde cuidaba a una niña. Y por la noche pintaba. Al principio pintaba sobre papel, pero después el profesor me dijo que pasara al lienzo, y al gouache, al pastel, a todas las técnicas y, finalmente, al óleo".

En 87 países. "Después en una de aquellas visitas, Jakovsky me dijo que no viera 'pintores, ni galerías, ni museos'. Que no viera nada de nada hasta hacerme yo misma, para no tener influencias de los demás. Así fue y así me presentó en 1965 en mi primera exposición, en galería Bénezit. Se vendió al completo a los pocos días de la inauguración. Presenté unas 35 obras que había pintado durante los meses anteriores. Los precios fueron desde las 10.00 pesetas el cuadro pequeño hasta las 40.000 el grande. Me sorprendí de la venta, pero más me llamó la atención la crítica, que era toda a mi favor. La exposición salió en el NO-DO, en las actualidades, en revistas y en periódicos de 87 países. El embajador de España, creo recordar que era Carlos de Miranda y Quartín, vino y me riñó porque no les había avisado de la exposición. ¿Y yo qué sabía?".

Compartir el artículo

stats