La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

JOSÉ ANTONIO LÓPEZ-FOMBONA | Empresario y corredor de rallies

"Me estrellé ocho veces en dos años porque me apasionaba la velocidad y buscar los límites a mi 850"

"En los años en que emigramos a Perú nos mudábamos a donde había pesca y eso me impidió conservar amigos, algo que me dejó huella"

"Me estrellé ocho veces en dos años porque me apasionaba la velocidad y buscar los límites a mi 850"

-Nací en la calle San Luis de Gijón, el 3 febrero de 1951. Tengo una hermana, Begoña, cinco años mayor. Mi padre era practicante. Por la escasez de médicos después de la guerra, ejerció prácticamente como tal en un hospitalillo de San Juan de la Arena. Ahí conoció a mi madre con la que luego se casó. Mi madre era ama de casa.

-Primeros recuerdos.

-Cuando me soltaron en una bicicleta sin ruedines en una pequeña cuesta, mantuve el equilibrio y aprendí a andar en bici. Vivíamos al lado del lagar de Zarracina y me gustaba ver la producción de la sidra champán. A los 3 años cogí el tranvía, llegué a El Musel y mis padres me encontraron viendo barcos.

-¿Cuándo empezó a estudiar?

-A los 4 años en el colegio San Vicente. Era travieso y recibí algún castigo. Era muy inquieto, me gustaba aprender, tenía buena retentiva y me aburría en clase porque me parecía que íbamos despacio.

-¿Qué ambiente había en su casa?

-El normal de familia media española de los años 50. Mi padre estaba poco en casa, donde teníamos una sala de curas para heridas sangrantes. En mi infancia fue muy importante mi abuelo paterno, que regresó de México en 1956 tras 20 años de exilio.

-¿Cómo se llamaba?

-José María López Fombona. Había sido vicealcalde de Gijón en la República, alcalde accidental de Alicante durante la guerra y fundador de la logia masónica Gran Oriente español en Gijón. Un personaje. Era fornido, de gran mostacho, siempre de traje con sombrero y bastón y me llevaba con él a los cafés Dindurra y Oriental, donde jugaba al ajedrez y a las damas.

-¿Cómo era su padre?

-Tenía mucho carácter, con un pronto explosivo, infatigable en el trabajo y un gran lector que dejó 50.000 volúmenes que ninguna biblioteca quiso.

-¿Qué relación tuvo con él?

-Difícil. Entre los 8 y los 18 años yo no era fácil de manejar.

-¿Cómo era su madre?

-Vive. Se llama Guiomar, bellísima persona, madre amantísima, excelente cocinera y la pacificadora entre mi padre y yo.

-¿Y su hermana Begoña?

-Tenemos una buena relación, pero en mi infancia coincidimos poco. Ella regresó del Perú para cuidar de los abuelos y, al volver a encontrarnos, nuestras mentalidades estaban muy alejadas.

-¿Emigraron a Perú?

-Un día de 1958 mi padre llegó a casa y nos dijo que tenía ahorradas 60.000 pesetas con las que podíamos comprar un Seat 600 o marchar a Perú a probar fortuna. Parte de los 12 hermanos de mi madre, de San Juan de la Arena, habían emigrado años antes, habían triunfado en el negocio de la pesca y nos animaban por carta a ir allí. Perú era el primer país pesquero del mundo, se capturaban 15 millones de toneladas de anchoveta para hacer harina de pescado que se exportaba a Europa. Allí fuimos los cuatro.

-Viaje.

-Salida de Santander en el "Reina del Mar", un barco de pasajeros de la compañía británica Cunard. Para mí fue un mes y medio en un parque de atracciones con una dieta abundante y variada de comida a la que no estábamos acostumbrados. Tocamos muchos puertos y me quedó grabada a fuego la escala en La Habana.

-¿Por qué?

-Llegamos de noche y desde muy lejos se veía una luz muy intensa y un punto muy alto que fue resultó ser el hotel Habana Hilton, hoy Habana Libre. Había guardias barbudos. Pasada la aduana creímos llegar al paraíso: el lujo de los coches, la anchura de las avenidas, las casas, la iluminación. Quedamos boquiabiertos.

-¿Qué le pareció luego Perú?

-La primera impresión en el puerto del Callao fue que era desordenado y sucio, pero Lima era una ciudad muy bonita, limpia, con grandes avenidas y bonitos parques.

-¿Cómo se abrieron camino?

-Llegamos sin dinero. Nos alojó una hermana de mi madre. Mi padre se asoció con unos sobrinos en el negocio de la pesca para construir un barco nuevo: "La Maite". Se hizo armador.

-¿Y usted?

-A estudiar en los maristas de Callao, en un colegio fantástico y bilingüe. El inglés que sé viene de entonces. Yo era un "gringuito" que "las liaba pardas". Cuando volví a España, 5 años después, en el Corazón de María un cura al mando me bautizó como "el inca". Aún me llama así algún compañero.

-¿Perú le sirvió?

-Mucho. Vivimos en Lima, Callao y Chimbote porque el negocio era la pesca y se iba donde se concentraba. Nunca pude conservar amigos por largo tiempo y eso me privó de esas relaciones normales de juventud. Eso me dejó alguna huella.

-¿Cuál?

-Seguramente me hizo más individualista. Mis primos, ya mayores, tenían coches impresionante. Recuerdo un Ford Galaxy 500 y un Thunderbird de 1957 en los que me pasearon. Me impresionó cómo corrían los coches y cómo conducían ellos e influyó en mi afición a las carreras.

-¿Qué pasó en Perú para que volvieran?

-Los primeros años fueron un éxito. Con los beneficios, mi padre fue comprando la parte a los parientes. Cuando logró la propiedad completa, "La Maite" se hundió. Fue un golpe durísimo. Mi hermana había vuelto a Gijón a cuidar a los abuelos. Mi abuelo había muerto y mi abuela nos escribía cartas lacrimógenas pidiéndonos que volviéramos porque se creía al borde de la muerte.

-¿Cómo regresaron?

-Repatriados en el "Penélope", un barco de carga y pasaje perteneciente al Vaticano, donde nos trataron maravillosamente y me hice muy aficionado a la pasta y a la pizza. Mi mayor tristeza fue dejar en Perú un gran danés, "Rol", casi humano para mí.

-¿A qué se dedicó entonces su padre?

-Volvió a ser practicante. En 1966 se encontró en la playa de San Lorenzo con un compañero de pupitre en el Instituto Jovellanos, Enrique Acuña Vega, gijonés, radiólogo en Madrid. Por casa, mi padre era cien por cien republicano y Acuña, falangista, lo que no impidió una fantástica relación hasta final de sus vidas. Mi padre le hizo ver que en Asturias había ortopedias, pero no una empresa dedicada al suministro de productos hospitalarios y le propuso crear una empresa así. Al año siguiente, en 1967, abrimos Acuña y Fombona.

-¿Fue bien?

-Desde el principio. De sus tiempos del hospitalillo de San Juan de la Arena tenía muchos conocimientos de equipos, aparatos y dispositivos necesarios en un hospital.

-Qué tal estudiante fue usted?

-Excelente hasta sexto y reválida. El paso a la adolescencia me resultó difícil. Era muy inquieto, no me podía concentrar y prefería andar por ahí a estar en clase.

-¿Billares?

-Sí, algún correteo detrás de chavalas, mistela y partida con amiguetes... sin más que lamentar que el tiempo perdido. Repetí, saqué la reválida y pasé a Preuniversitario. Comencé Medicina en 1971. En el primer curso iba renqueante.

-¿Por qué?

-Tenía novia y ganas de independizarme.

-¿Desde cuándo la novia?

-Desde Preu. Conchita Menéndez Díaz, a la que conocí en la plazuela San Miguel porque era hermana de unos amigos. Fue un flechazo. Tardé en conquistarla, pero estaba tan seguro de que era la mujer con la que me iba a casar que casi 45 años después sigo casado con ella.

-¿Acabó Medicina?

-No. Quería independizarme y entré con mi padre en su negocio, relacionado con la Medicina. Me casé en 1972. De estudiante ya iba a Oviedo a clase y llevaba los pedidos. Así nos libramos de un mediocre médico.

-¿Cuándo tuvo su primer coche?

-Al entrar en la Universidad tenía un flamante 850 para ir a clase y para el negocio. Me apasionaba la velocidad y buscar los límites del coche. Sabía cambiar sin embrague y estrellarme. Me estrellé siete u ocho veces en dos años. Pequeños choques y salidas.

-¿Cuándo empezó a correr rallies?

-Un íntimo amigo, Antonio Fernández, entonces hijo del director de la Escuela de Minas de Oviedo, construyó un Mini preparado para rally y me invitó a correr con el.

-¿Había tradición de rallies en Asturias?

-Por lo menos desde hacía 10 años. Los Gargallo, Emeterio, Melquíades... Había una gran afición. Deporte y entorno van aparejados: Asturias tenía carreteras endiabladas para conducir normalmente y una gozada para rallies.

-Su primera carrera.

-Mi ego se resintió. No quedé entre los primeros, contra lo que yo esperaba.

-¿Qué hace falta para ser bueno?

-Como en cualquier otra disciplina, entrenamiento, dedicación, ganas de triunfo y reflexión. En dotes naturales: sentido del equilibrio, reflejos condicionados, capacidad de medir el riesgo... Un gran piloto retirado, Walter Röhrl, que fue campeón del mundo, decía que para ser buen piloto había que frenar un segundo más tarde que tu rival y acelerar diez metros antes. En unos límites muy estrechos, sólo algunos virtuosos son capaces de hacerlo. La gente se pregunta qué hace que en Fórmula 1 haya cuatro mejores que los demás. A ese nivel son todos buenísimos y estos cuatro tienen ese pelín de virtuosismo que les hace un poco mejor.

Compartir el artículo

stats