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El filántropo que salvó un tesoro prerrománico

Hace ahora cien años, la generosidad de Fortunato Selgas, que invirtió 75.000 pesetas de su bolsillo, permitió descubrir y salvar las pinturas de Santullano, orgullo de Asturias y Patrimonio de la Humanidad

El filántropo que salvó un tesoro prerrománico

Hace justamente ahora cien años, la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados acababa de salir de una rigurosa rehabilitación (1912-1915) y estaba en pleno proceso de convertirse en monumento nacional. Lo conseguiría en junio de 1917, tras el insistente empeño de la Comisión Provincial de Monumentos y la generosidad y dedicación del filántropo, historiador y arquitecto autodidacta Fortunato Selgas Albuerne (Cudillero, 1839-Madrid, 1921). Gran admirador del arte y poseedor de un conocimiento sobre restauración de monumentos que cultivó en sus viajes por el mundo, su crucial intervención, costeando las obras de su propio bolsillo, devolvía entonces a la iglesia el esplendor de la época alfonsina que hoy, un siglo después, vuelve a tambalearse.

Si en 1912 Fortunato Selgas tuvo que aplicar sus conocimientos y su fortuna para salvar Santullano ante la apatía y la falta de compromiso de la Administración estatal, hoy, a pesar de haber pasado un siglo -cien años en los que la sociedad avanzó más que en todo lo vivido desde que el Homo sapiens salió de África-, las cosas no son muy diferentes y el monumento padece casi el mismo desamparo que aquél contra el que clamaban los círculos intelectuales a comienzos del XX.

Tras años de promesas incumplidas por todas las administraciones, Santullano sigue esperando la recuperación de sus pinturas murales -un conjunto excepcional en la historia artística de España y de Europa, como muy bien señalaba Vicente Lampérez, arquitecto y académico de la Historia, en el informe dirigido en 1917 a la Real Academia de la Historia para destacar la "extraordinaria y singular" decoración del templo-, así como otras mejoras que contribuyan a devolverle el esplendor con el que nació hace justamente ahora doce siglos.

Sin ser la misma, la actual situación del templo tiene similitudes con lo vivido a comienzos del pasado siglo. Aquel capítulo, que no está de más recordar, tuvo un final satisfactorio gracias a la intervención de Fortunato Selgas, un erudito desprendido al que Santullano debe buena parte de lo que es y al que, tal vez, se le reconoce menos de lo que se merece, porque si Alfonso II el Casto encargó la construcción de la iglesia en el siglo IX como parte de un conjunto palatino del que es lo único que se conserva, Fortunato Selgas fue su salvador en la segunda década del XX.

Los siglos habían hecho mella en la construcción y aunque en los albores del año 1900 se mantenía en pie -demostrando la excelencia de la arquitectura medieval-, las lesiones del tiempo, las intervenciones y los añadidos sufridos a lo largo de su historia la alejaban de lo que había sido su imagen original.

Selgas consiguió frenar y poner fin a ese deterioro. Contó para ello con el apoyo intelectual y la amistad de importantes figuras, entre ellas Fermín Canella, rector de la Universidad de Oviedo, que siguió muy de cerca las obras.

El de Santullano no era un caso único, estamos en un momento en el que la decrepitud era el denominador común de los monumentos de la monarquía asturiana, un problema que la región nunca ha conseguido solventar del todo y que ya en aquellos años traía de cabeza a los círculos asturianistas, muy preocupados por la necesidad de recuperar una parte de la mejor historia de Asturias.

En dicha tesitura, la iniciativa de Selgas fue acogida con todo tipo de parabienes por las clases mejor posicionadas que, como bien explica la profesora Pilar García Cuetos en su estudio "El Prerrománico asturiano. Historia de la arquitectura y restauración (1844-1976)", eran firmes defensoras de recuperar "los elementos más destacados de su cultura, sus señas de identidad".

Nada fue fácil, pero el ambiente favorable contribuyó a poner en marcha la empresa que iba a devolver el esplendor original a la iglesia. Tras más de tres años de obras y una inversión de 75.000 pesetas de entonces, costeada íntegramente por Selgas, el que está considerado uno de los primeros edificios prerrománicos recuperó su imagen, convirtiéndose así en paradigma de lo que debía conseguirse en todas las construcciones de la monarquía asturiana.

Ahora que como entonces se viven tiempos de crisis, son muchos los que ansiarían encontrar un filántropo como el generoso prócer que recuperó la imagen altomedieval del templo, el amante del arte que después de embarcarse felizmente en dicha hazaña rehusó, entre otros honores, el título de conde de Selgas. Su empeño y peculio le permitieron llevar a cabo un sueño que no pudo ser posible en los monumentos del Naranco, a los que en un principio había dirigido la mirada. San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco eran ya por esas fechas monumento nacional, una distinción de calidad que obligaba a consensuar con Madrid cualquier intervención sobre ellos.

Fue la puerta abierta para Santullano, pero la restauración de la iglesia, que hoy da la bienvenida desde el borde de la autopista "Y" a todo el que entra en Oviedo por dicha vía, tuvo también sus más y sus menos. No todo el mundo estaba dispuesto a aceptar los cambios. Como suele ocurrir con toda obra que altera la imagen habitual, la retirada de algunos elementos que habían sido añadidos en los últimos siglos (se derribaron la sacristía, bóvedas y pórtico del siglo XVIII, entre otras reformas) supuso la crítica de grupos que no consideraban acertado devolverle el aspecto arquitectónico inicial ni admitían modificaciones estéticas.

Se trataba de partidarios de mantener los muros exteriores revocados y pintados de gris y blanco -como estaban en aquel momento-, lo que, según el arquitecto Vicente Lampérez, le daba un aspecto de "vulgarísima iglesia pueblerina". Así costaba en el informe que realizó para la solicitud de monumento nacional.

La controversia por los cambios hizo mediar también a la Comisión de Monumentos, que se refería a dicha polémica de la siguiente forma: "Los humildes feligreses, desconocedores naturalmente de las exigencias de estas obras de significación histórico-artística, más preferirían las bárbaras agregaciones y restauraciones de pésimo gusto, y hasta contemplan con pena los interesantes trabajos allí realizados...".

Con más aplausos que quejas, las obras concluyeron a finales de 1915. Se inicia entonces el camino hacia la declaración de monumento nacional, para lo que fue decisivo el informe de Lampérez en el que, además de ensalzar el valor histórico-artístico de Santullano, subrayaba las virtudes de Selgas en su apuesta por salvar los monumentos.

Finalmente, el templo, libre de adiciones y revocos, obtuvo el reconocimiento al que aspiraba en junio de 1917. Hay que señalar que a ello debió de contribuir de manera determinante la riqueza de las pinturas murales descubiertas durante las reformas, un hallazgo que sorprendió a todos porque su naturaleza confirmaba la subsistencia de la tradición romana. En Asturias, la presencia de decoración pintada se reducía hasta entonces a muy pocos fragmentos en la Cámara Santa, Lillo y Valdediós.

También debió de ayudar la actitud firme y crítica de la Comisión Provincial de Monumentos, que en sus misivas a las autoridades no ocultaba su malestar con el Estado, al que responsabilizaba de no preocuparse de la restauración y conservación del monumento. Como contrapeso a los reproches destacan, elevada casi a título de hazaña, la intervención llevada a cabo por Selgas, al que se refieren como: "Un ilustre y doctísimo asturiano, benéfico y espléndido en obras de cultura, pedagogía y beneficencia", que tuvo "el generoso arresto de acometer a sus expensas la restauración...".

De todo aquello ha pasado un siglo y San Julián de los Prados reclama desde hace décadas una intervención que la vuelva a salvar, que recupere sus extraordinarias pinturas prerrománicas de la desaparición.

Hasta el momento, los proyectos anunciados para esa restauración -siempre supervisada por el Instituto Nacional de Patrimonio, dependiente del Ministerio de Cultura- no se han materializado, lo que a decir de los expertos supone un grave revés para una decoración mural que poco a poco se va desintegrando. Así las cosas, y ante la falta de compromiso formal de las instituciones con esta joya del Prerrománico, hay quien lamenta que hoy ya no existan figuras como la de Fortunato Selgas.

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