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La enfermedad que desenchufa la vida

Unos cuarenta asturianos que padecen en algún grado síndromes de sensibilidad central huyen de la radiación electromagnética y de los químicos en un viaje sin salida que los incapacita y aísla socialmente

La enfermedad los ha desenchufado de la vida. No pueden usar aparatos que emitan ondas electromagnéticas (y muchos ni siquiera aquellos que requieren electricidad) en un mundo cada vez más dependiente de esta tecnología. Los afectados por el "síndrome de sensibilidad central" (del sistema nervioso central), que también incluye la sensibilidad a los productos químicos, se sienten "en una prisión al aire libre", porque sus barreras no se ven, pero les provocan desde dolor de cabeza hasta insomnio, pasando por cansancio crónico, dolor muscular, náuseas y problemas digestivos. Éstos son sólo algunos de los síntomas con los que tienen que lidiar las alrededor de cuarenta personas que mantienen algún tipo de contacto con la Asociación de Enfermos de Síndromes de Sensibilización Central de Asturias (ASESSCA).

Hay quien mejora sólo con quitar el teléfono inalámbrico de su casa, apagar la wifi y reducir el uso del teléfono móvil (quizás abandonar cosméticos y otros productos como los suavizantes de la ropa si la sensibilidad es también química), pero entre ellos abundan las historias de los que han tenido que abandonar sus casas en busca de lugares con menor radiación. Es el caso de Blanca Blanco, que dejó Gijón para establecerse en Poreñu (Villaviciosa) o de Luis González, que vive a caballo entre Siero y Aranjuez, en la zona rural de la comunidad de Madrid. J. M. M. está en la treintena y se ha tenido que mudar a una cabaña de piedra y madera en el concejo de Cudillero, y A. B., de 46 años y uno de los primeros casos que se identificaron en Asturias, ha encontrado en un pueblo de Siero un lugar para establecerse. Padecen "una disfunción producida en el sistema nervioso central ante la dificultad de adaptación y respuesta a determinados estímulos ambientales o internos, que por alguna razón aún desconocida hace que el sistema nervioso no sea capaz de recuperar los balances del equilibrio homeostático". La descripción es de Ceferino Maestu Unturbe, director del laboratorio de Bioelectromagnetismo de la Universidad Politécnica de Madrid. Estos estímulos ambientales de los que habla Maestu (que además preside la Sociedad Española del Síndrome de Sensibilidad Central) tienen fundamentalmente tres orígenes: los productos químicos, los alimentos y sus procesos de conservación y almacenamiento y los campos electromagnéticos, que han crecido de forma exponencial en la última década. El científico asegura que se desconoce "con precisión cuáles son sus efectos para la salud", pero ya empiezan a tener nombres y apellidos: el síndrome químico múltiple, el síndrome de fatiga crónica, la fibromialgia, las intolerancias alimentarias y la hipersensibilidad al campo electromagnético tienen sobre todo una realidad de carne y hueso que duele mucho, tanto como el aislamiento social al que se ven abocados.

Buscan sitios donde aliviarse, pero sus males no remiten, ya que tanto pueblos como ciudades están atravesados por la radiación y fenómenos como "el internet de las cosas" están haciendo del wifi una tecnología omnipresente. Se adentra en contadores de la luz, en la calefacción y en todo tipo de electrodomésticos, pasando por los marcapasos de los enfermos de corazón. "La tendencia es a quitar cables y poner todo por ondas", lamenta A. B., convencida de que nunca mejorará "porque no dejará de haber teléfonos móviles. Lo cierto es que no sé qué parte de mi malestar se debe a que empeoro o a que la radiación cada vez es mayor", apunta la enferma, quien diseñó su casa de forma que puede escuchar a lo lejos la televisión, a veces su única conexión con el exterior.

Aclaran que no quieren "volver a la Prehistoria", no están en contra del progreso que han traído las nuevas tecnologías, pero agradecerían que las administraciones les reservasen "un hueco para estar", espacios sin radiación para vivir o zonas para realizar una gestión administrativa, pues encuentran wifi en ayuntamientos, hospitales y en todo tipo de edificios públicos. "Me pregunto qué será de mí el día que tenga que ir a un hospital", plantea Blanco. Maestra jubilada, desde hace un año (cuando le instalaron la wifi en casa) no puede escuchar la radio ni ver la televisión, por supuesto no tiene teléfono móvil ni tampoco fijo, de forma que la comunicación con ella es a la antigua usanza: cuando la pillan en casa. Estos enfermos no pueden ir al cine, no pueden viajar en tren, en autobús ni en avión: aunque durante el vuelo las redes no estén operativas los aeropuertos están repletos de dispositivos emitiendo radiación. Tomar un café en un establecimiento es casi impensable y en general casi cualquier actividad que implique una socialización, en la actualidad empapada de continuo por los campos electromagnéticos.

Al ovetense Luis González la sensibilidad electromagnética le sobrevino cuando aún trabajaba como profesor. "Empecé a ver que me mareaba. Cambiaba de ordenador pensando que era la pantalla, pero no funcionaba", explica el docente ahora retirado, quien "nunca había oído hablar de esto". Con un fuerte dolor en la parte posterior de la cabeza y la pérdida de fuerzas González emprendió un viaje por médicos y pruebas para descartar un posible tumor o una enfermedad de Alzheimer, pero no supo lo que tenía hasta que dio con estos síndromes de sensibilidad central. "Estando con un alumno empecé a sentir unos acúfenos (pitidos en los oídos) muy fuertes. Era una zona en la que no había nada. Le pregunté si por casualidad tenía un móvil encendido y me dijo que sí y que acababa de recibir una llamada en modo silencio. 'Ya me fastidiaste' dije, 'no soy de creer en estas cosas'". Por aquel entonces, hace unos cuatro años, el profesor participó en un grupo de trabajo para estudiar la relación entre el uso de tecnologías y la exposición a radiación con el rendimiento escolar entre más de 500 alumnos de toda la región.

González aclara que lo dañino es internet por wifi, no el cable. Se trata -explica a través del teléfono fijo- de una enfermedad "incapacitante" para la que necesitan médicos formados que sepan a lo que se enfrentan. El año pasado se hizo en Asturias un curso sobre sensibilidad química múltiple al que se apuntaron treinta médicos y que se repetirá este año debido al éxito que tuvo. La formación sanitaria era uno de los puntos incluidos en la iniciativa parlamentaria que presentó Podemos y que salió adelante en la Junta General del Principado.

Son pasos hacia adelante que los enfermos viven entre la esperanza futura y la dureza del presente. "Hay gente que vive en cabañas en el monte y otros que tienen que dormir en su furgoneta cuando la contaminación, que también afecta, sube en sitios como Avilés", explica González, quien propone que se diseñen políticas de vivienda para estos enfermos. J. M. M. es uno de los que se ha tenido que mudar a una cabaña, en este caso en el concejo de Cudillero. "No hay prácticamente cobertura móvil, en mi cabaña ninguna, ni ningún tipo de contaminación química", explica el joven, que está a la espera de juicio para conseguir la incapacidad laboral, otro de los graves problemas a los que se enfrentan estas personas. En su caso se suman tantos factores y tan agravados que apenas puede moverse de la cama la mayor parte del tiempo y tiene "graves problemas de agotamiento neuroinmune al mínimo esfuerzo, tanto físico, como neurocognitivo", explica.

Al igual que J. M. M., la yerbata Ana Velasco también padece sensibilidad química y está empezando con la electromagnética, pero ella no ha tenido que moverse de San Julián de Bimenes, donde nació. Ha estado enferma desde que tenía 2 años, aunque el diagnóstico le llegó cumplidos los 50, cuando su hija oyó hablar por la radio de estos síndromes. Entonces empezó una peregrinación por varias clínicas privadas nacionales y pagó de su bolsillo los 1.500 euros de unos análisis en un hospital de Londres. "He estado aspirando durante muchos años los productos químicos al planchar y al limpiar", explica antes de repasar la enorme cantidad de radiación entre la que ha vivido. "Si hubiera sabido esto antes quizás hoy podría seguir trabajando", lamenta Velasco, quien no pierde la sonrisa.

Los afectados por los síndromes de sensibilidad central piden empatía a la sociedad e investigación a la ciencia y a cambio ofrecen, de forma totalmente involuntaria, ser los "canarios de la mina", los animales que detectaban la presencia de grisú bajo tierra. "No hay manera de pararlo si no es con millones de personas concienciadas", sentencia A. B., poco esperanzada en que la sociedad pueda reducir el uso de un aparato que tiene otros síndromes, como el de la dependencia.

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