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Alfredo, el caricaturista de las ciudades, realiza con escritura y dibujos sus desmemorias

El artista asturiano, que fue humorista en "La Codorniz" y "El Papus" e ilustró a Umbral y a Carrión, expone sus dibujos en Madrid

El padre de Alfredo, que siempre leía LA NUEVA ESPAÑA en alto y por la que supo del lanzamiento de la bomba atómica.

Después de 84 años de vida Alfredo González escribe y dibuja el relato de su vida en "La ventana de atrás. Alfredo, desmemorias de un dibujante", que publica Treseditores (a la venta en Amazon). Son 240 páginas impresas en rojo y negro y cubiertas por tapa dura. El Museo Abc del Dibujo y la Ilustración de Madrid (calle Amaniel, 29-31) expone los originales hasta el 11 de junio, comisariado por Mauricio d'Ors, uno de sus editores.

Alfredo no quiso quedar en Agüeria porque necesitaba conocer mundo; no quiso ser dominico porque le gustaban las mujeres; no pudo ser dibujante de animación en los Estudios Moro pero fue ilustrador, humorista gráfico en "La Codorniz", "El Papus", "El Jueves" y en prensa diaria y pintor.

Tiene el Premio Nacional de Dibujo Penagos-Mapfre de 2003 y ha hecho una treintena de libros, entre ellos "Teoría de Madrid", a cuatro manos con el escritor Francisco Umbral, y "De Moscú a Nueva York", con el periodista Ignacio Carrión. Eso es lo que luce en las solapas de los libros. En las "desmemorias" aquí se cuenta mucho de lo demás.

Hay dos tramos de trece años que marcan la vida primera del dibujante.

La infancia es una sucesión de travesuras en un relato con sustrato social y estupenda escritura donde resuena un asturiano fetén que sigue en la cabeza y en el corazón: cuando se va de Agüeria al internado de Villaba (Navarra) deja atrás "la mi camina".

En el relato de los trece años de estancia entre dominicos no hay línea de resentimiento. Hay mucho compañerismo, mucho de ese humor frailuno, bachiller y naïf; orden y picardías, crecimiento personal, intelectual y artístico, pulsión y represión sexual, dudas religiosas, mentiras piadosas, piedad mentirosa.

Hoy se define como un agnóstico. En su relato y en su conversación resuena una humildad de fraile y en algunos de sus textos hay una sobrecarga de culpa. Trece años de inmersión no pasan en balde.

"Por fin en junio llegó la dispensa papal y colgué los hábitos. ¡Qué injustificada la trascendencia de esa frase! Colgué los hábitos detrás de la puerta, como hacía todas las noches al acostarme. Pero esta vez los colgué por la mañana, y eso era diferente".

Aunque fue ayudado en la salida al mundo, donde la condena era trabajar, y aunque Alfredo nunca carga tintas, la experiencia parece estremecedora porque enfrenta a destiempo a un hombre de 26 años con un entorno del que ignora cosas básicas y que se rige por reglas diferentes y desconocidas.

Ni siquiera tiene un lugar al que regresar:

"Más que una vuelta a casa, mi llegada fue una intromisión. Mi familia me veía ya encauzado y, de pronto, se les metía en casa un mocetón de 26 años y noventa kilos de peso y, además, sin oficio ni beneficio".

Ese regreso a Agüeria, al escenario de la infancia, es un desorientado descanso temporal:

"Por las mañanas desayunaba bien y me largaba hasta la hora de la comida, mientras mi padre, siempre con miedo, seguía metido en la mina".

En ese tiempo acabó su devoción y empezaron algunos de sus acercamientos a la vida: "Me sentaba arriba, en algún prado sobre el pueblo, y trataba de desentrañar un librito sobre dibujo animado que había comprado en Madrid. Las noches -más bien los fines de semana- me los pasaba de juerga, del brazo de mi primo Milo y del amigo Corsino, con su taxi, un Ford verde rabioso de los años veinte. Salíamos de jarana y siempre terminaba tumbado en el asiento de atrás, dándome cabezazos contra la puerta en cada curva de la Manzaneda cuando volvíamos de Oviedo, ellos oliendo a puta y yo apestando a alcohol".

Con los ahorros de sus padres se fue a Madrid en 1959 donde trabajó una temporada como peón por Usera y empezó a relacionarse y se convirtió en galerista del grupo El Paso (Antonio Suárez, Saura, Viola, Canogar...). Encontró su pan en la publicidad en la agencia Clarín, trabajó para L'Oréal, H. G. Morrison, Extensa Publicidad y McCann Erickson, fue free lance desde su estudio de Legazpi y tuvo una novia aburrida porque creyó que era como tenía que ser. Hasta que un día conoció a Marisa y cuando salieron le dijo:

-Me gustas mucho -habló el coñac-, pero hay un problema: tengo novia -hablé yo.

Y Marisa le contesto:

-No importa, sales con las dos y a ver qué pasa.

En 1965 Alfredo y Marisa se casaron y se instalaron en Moratalaz. Tuvieron tres hijos, Alfredo, Luis y Araceli. En 1971 emigraron a Caracas (Venezuela) con un contrato de una agencia publicitaria. En esos cuatro años y medio en Venezuela realizó seis exposiciones. Regresaron a España en 1976, por Barcelona, donde trabajó en publicidad y colaboró en las revistas satíricas "El Papus" y "El Jueves".

Se instalaron definitivamente en Madrid en 1977 y ahí empezaron sus colaboraciones en periódicos y revistas como "Pueblo", "El País", "Diario 16", "Cambio 16", "Abc", "El Independiente", "Actualidad Económica", "Interviú", "El Mundo".

A comienzos de los años ochenta sus dibujos para "Teoría de Madrid", escrito por un Francisco Umbral en sazón, convertido en la mejor prosa de la columna en un momento de mucha competencia, consagran a Alfredo como dibujante de ciudades cuando no había "urbansketchers".

Su dibujo acelerado hace la caricatura de la ciudad. En un instante captura sus rasgos más característicos y en otro los plasma llenos de viveza. Hay en su "lapizscope" un gran angular con el que retrata Nueva York o Santiago de Compostela y en el que contiene una realidad que le desborda, que supera su campo visual. El movimiento de las ciudades de Alfredo es el barrido que hace la mirada de hombro a hombro, la exploración hasta las fronteras de los 180 grados de horizonte, comprimido en la visión frontal, a la velocidad del boceto en un panel tan dinámico que hasta la firma se está dando a la fuga. Da envidia el hombre que se adueña de lo que mira atrapándolo en planchas y cuadernos a vuelapluma torcaz.

Dibujar ciudades le llevó a la URSS, a Nueva York y le hizo recorrer el Camino de Santiago. Se jubiló en 2000 y desde entonces, en estos tiempos en que la lucha contra el libro electrónico ha hecho resurgir al libro ilustrado, ha puesto su arte a "Seis barbas de besugo", de Ramón Gómez de la Serna, en 2007, y a "Poeta en Nueva York", de Federico García Lorca, en 2013.

Las desmemorias de Alfredo se leen a paso ligero. En las páginas, siguiendo su trayectoria, van apareciendo personajes conocidos del arte, la publicidad y el periodismo, que quedan retratados física y psicológicamente con una prosa que remeda su lápiz rápido y hay vidas de aventureros internacionales, de profesionales liberales y de curas exclaustrados buscándose el pan que, resumidas en un párrafo, brillan como destinos mitológicos.

Alfredo escribe de sí momentos de mucha intimidad con una sinceridad y sencillez que son difíciles de leer en alto.

Para consumo interno, digamos que es un asturiano desconocido en Asturias y, sin embargo, en su libro se nota que es muy ejerciente y, en cierto sentido, muy esencialmente asturiano. Sé que esto es terreno resbaladizo, pero creo que podemos reconocer una manera de contar que no es graciosa pero es humorística porque rebaja el dramatismo, resume destacando los rasgos más característicos y se trata quitándose importancia.

Escribo la frase final de estas desmemorias por si es útil para alguien. Está haciendo el balance de su presente de 84 años:

"El éxito de cada día es amanecer vivo, y, como cualquier mamífero, cumplir con los más humillantes actos del hombre: cagar y mear".

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