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Brigitte Trogneux, la nueva revolución francesa

La esposa y principal asesora del presidente Emmanuel Macron, de la que se enamoró cuando era su maestra, será una primera dama con un influyente papel político que combatirá por la educación de los jóvenes

Brigitte Trogneux.

Primero fue su maestra. Luego, su esposa. Después, su mejor asesora. Ahora es, además de todo eso, la gran triunfadora de las elecciones francesas y, pronto, una primera dama con mando en plaza. Brigitte Trogneux, esposa del presidente electo de Francia, Emmanuel Macron, centrado y centrista, tiene en casa lo que muchos de sus colegas de altos vuelos contratan a precio de oro entre los mejores profesionales de la comunicación política. Brigitte, a sus 64 entusiastas años y que se toma con humor los comentarios cítricos sobre la diferencia de calendario, tiene mucha responsabilidad en el fulgurante ascenso de su marido, al que dobla la edad. Un dato que, a la inversa, se repite en el caso de Donald Trump, que lo manda todo, y su esposa, que ni siquiera vive en la Casa Blanca.

Brigitte Trogneux, Bibi para sus amigos, no está ahí solo para sonreír con cara de suprema dicha y aplaudir o hacerse la simpática con los posibles votantes: corrige los discursos de Macron -Manu en la intimidad- le da oportunas clases de dicción para que se entiendan bien todas y cada una de sus palabras cuando habla en público y, llegado el caso, le proporciona las citas literarias justas y necesarias para afinar la puntería en su cacería de votos. "Si él no la ve durante una hora, la llama", dijo un colaborador de ambos. Incluso le dice lo que tiene que vestir. ¿Quiere usted hacerse una foto con Macron? Pregunte por Brigitte.

La escena era insólita en las noches electorales europeas: miles de personas coreando "¡Brigitte! ¡Brigitte! ¡Brigitte!". No había un ganador sino dos por el precio de uno. Una pareja que, como el propio Macron señaló en su día, no es muy común ni muy normal, "pero una pareja que existe". ¿Y de dónde viene esa excepcionalidad reconocida por el propio político? De cómo surgió la relación. Muy teatral en el fondo y en las formas. Se alza el telón: él tenía 16 años pero su madurez intelectual era mayor. Un joven precoz, un estudiante prodigio. Un amor prodigioso. Ella, heredera de una empresa de chocolates, tenía 40 años y le daba clases de teatro y francés en La Providence, una escuela privada jesuita en Amiens.

"Me abrumó la inteligencia de este chico", diría al hablar de esos momentos de conocimiento e interés mutuo. La historia es digna de una película típica francesa con elementos dramáticos y otros de vodevil: ella estaba casada con el banquero André Auzière y tenía tres hijos, Sébastien, Laurence y Tiphaine, los dos primeros de edad parecida a la del alumno aventajado de su madre. Los padres de él, médicos de profesión, se percataron de que su hijo bebía los vientos por una mujer pero estaban convencidos de que la afortunada era una compañera de clase, no su propia madre. Su diagnóstico de la situación fue negativo y le mandaron a París a estudiar. Pasó el tiempo pero los sentimientos se mantuvieron intactos. "Tenía una obsesión: vivir la vida que había elegido con aquella a la que amaba. Y hacer todo lo necesario para conseguirlo", contó el político en un libro. A los 17 años, cuando ella se había divorciado, Macron prometió a su amada que se casaría con ella. "Hagas lo que hagas, ¡me casaré contigo!", relató ella. "Poco a poco venció todas mis resistencias", admitió ella. Y Bibi y Manu se casaron. Oh là là!

Así fue una década después. A diferencia de los romances polémicos y tragicómicos que escoltaron a Sarkozy u Hollande, el de esta pareja compenetrada al milímetro es perfecto incluso en sus zonas de menor confort. Por ejemplo, la madre de Macron ve a su nuera más como una buena amiga, la excompañera de clase del político que ahora lo tiene de padrastro ha defendido con ardor su candidatura y otra hermana fue una incansable trabajadora en su campaña. Macron tiene tres hijastros y siete nietos. Y todos derrochaban y descorchaban felicidad en las celebraciones del Louvre mientras la feliz pareja simbolizaba la unión europea perfecta con las manos cogidas y las miradas engarzadas.

La fe en su marido hizo que Brigitte Trogneux abandonara su profesión como maestra para convertirse en la persona de confianza del entonces ministro de Economía con el gripado partido socialista. La promesa nada fácil de cumplir de Macron de que la mitad de los candidatos de su partido ¡En marcha! en las próximas elecciones legislativas de junio sean mujeres seguramente tuvo una inspiración guiada por la asesora con la que desayuna cada mañana. El presidente electo ha dejado claro que el papel de su esposa no será decorativo: "Si soy elegido -no, perdón, cuando seamos elegidos- ella estará allí, con un puesto y un lugar", dijo en una entrevista, subrayando un plural muy significativo. No estará detrás, no estará escondida. No estará en Twitter como Valérie Trierweiler, despechada expareja de Hollande. Ella ha demostrado tener claras sus prioridades: "Como profesora, conozco bien a los jóvenes. Mi combate será la educación. Si les abandonamos, habrá una explosión social", advirtió en una entrevista el año pasado dejando bien claro que era consciente de que en esa situación envenenada la ultraderecha tiene muchos anzuelos con los que pescar votos.

En estos tiempos revueltos donde Europa sufre la amenaza de la desunión bajo la sombra neblinosa del Brexit y las tormentas populistas que buscan inspiración en la América de Trump, esta familia poco común que habitará el Elíseo podría aportar soluciones poco comunes para resolver los problemas. Brigitte tendrá su propio estatuto de primera dama no solo porque su marido reconoce que "sin ella no sería quien soy", sino porque, como ha dejado bien claro en esta inesperada victoria que ha servido para sacar del escenario momentáneamente a la tóxica Le Pen, su punto de vista, alejado del papel mojado en el que se ha escrito siempre la historia de las primeras damas francesas, tal vez aporte ideas nuevas para la revolución política, social y económica que Francia -y Europa- pide con el silencioso pero ensordecedor grito del voto que quiere guillotinar el derrotismo y la desilusión. Vive la France! Vive Bibi?

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