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Las romerías: renovarse o morir

Las fiestas de prau, en la cuerda floja financiera y en lucha contra la SGAE y el "botellón", afrontan una reconversión cuya peor parte son los festejos perdidos, y del lado más positivo, la mayor movilidad de público favorecida por internet y la mejora de las comunicaciones

Las romerías: renovarse o morir

"Van subiendo los mozos / con los corderos al hombro / sube la gente contenta a la fiesta del patrono". Así comienza la canción costumbrista que estrenó Víctor Manuel en 1969 y que recrea estampas de una típica romería asturiana. Pero ni ya los mozos suben con los corderos al hombro ni hay pastores que quieran ser luz o campana para despertar a su amada; ¿a santo de qué pudiendo hacerlo con un wasap?

Las romerías ya no son lo que eran hace medio siglo, tanto que incluso el significado de la palabra -fiesta popular con meriendas, bailes, etcétera que se celebra en el campo inmediato a alguna ermita o santuario el día de la festividad religiosa del lugar- se ha desvirtuado y sirve para referirse a cualquier concentración festiva ya sea en el campo o en la ciudad, religiosa o laica, con comida de por medio o sin ella. Lo que coloquialmente se vienen conociendo en Asturias como fiestas de prau vuelven a ser noticia en vísperas del verano, su momento álgido, por el malestar que expresan sus organizadores con respecto a la excesiva burocratización de las mismas, por la creciente dificultad para que salgan las cuentas, por el daño que les hace el "botellón", porque los controles de alcoholemia de Tráfico restan afluencia y en algunos casos extremos por su desaparición... O sea, por motivos ajenos a lo suyo, que sería la fecha de celebración y el cartel festivo.

Sobre que las fiestas de prau están en crisis hay consenso generalizado entre quienes las organizan y quienes las disfrutan; la cuestión es si esto es una novedad, cuáles son las causas de la misma y hacia dónde evoluciona este formato festivo. Porque, bajas en el calendario festivo al margen, que de eso siempre hubo, la conclusión más evidente de lo que está pasando con las romerías es que, como cualquier otro sector, están en pleno proceso de reconversión, como si aún no hubieran digerido que ha llegado el siglo XXI y que la letra de "La romería" está alcanforada.

Por fijar un marco orientativo de la trascendencia de las fiestas de prau, baste decir que los cálculos más conservadores realizados en base a la recogida de opiniones entre profesionales que viven de ellas sitúan su número en unas 1.500, un tercio de ellas "de cierto relieve", en opinión de Ramón Mariscal, gerente de la empresa La Karpa, que hasta 2015 gestionaba un centenar de bares de romería cada año. Del mismo modo, el coste medio de organizar esos festejos se fija en 30.000 euros, lo que lleva a la estimación de un flujo económico de 45 millones, que es casi 30 veces lo que gastan las dos principales ciudades asturianas, Oviedo y Gijón, en sus festejos de San Mateo y Begoña.

A lo anterior hay que añadir la repercusión positiva, aunque incalculable por lo disperso, de las fiestas de prau en la hostelería y el comercio de las localidades que las albergan y el intangible sociológico derivado de la folixa, excusa para reuniones familiares y de peñas de amigos, atractivo turístico y motivo para el retorno a los pueblos de origen de quienes viven fuera.

Al margen de lo anterior, las fiestas de prau proporcionan los principales ingresos del año de las orquestas, hasta el 90 por ciento según fuentes del sector, y también generan negocio para empresas de vigilancia, feriantes, montadores de carpas, bares portátiles, suministradores de energía y firmas de iluminación, entre otras. "Es una actividad muy compleja y plagada de incertidumbres, pero del máximo interés por todo lo que lleva aparejado", señala el hostelero avilesino Miguel Villabrille, que desde hace quince veranos extiende sus negocios urbanos a los praos con barras de fiesta.

Ahora que son una rareza las comisiones de festejos que autogestionan la barra del bar, la principal fuente de dinero para pagar las romerías, de las personas como Villabrille depende la celebración de muchas fiestas. Estos empresarios aportan de 1.000 a 35.000 euros por la concesión del bar. La cantidad exacta está condicionada por multitud de factores: días de funcionamiento de la barra, la fecha de las fiestas, la popularidad de las mismas (lo que se traduce en mayor o menor afluencia de público) y las orquestas que tocarán.

Villabrille estima que el bar reporta "bastante más de la mitad" del presupuesto de una romería. Y las negociaciones, de un tiempo a esta parte, son tensas y la baja con las comisiones de festejos por un fenómeno sobradamente conocido y en apariencia dañino para las fiestas de prau: el "botellón". "Los que arrendamos los bares no siempre ganamos dinero; hay ocasiones de pegarte batacazos sonados. Antes influía sobre todo el tiempo, que lloviera o no. Ahora hay que contar con el 'botellón' y con la gran variedad de oferta lúdica existente, lo que provoca la dispersión de la gente. Ya no es como antes, cuando la gente del pueblo iba a la fiesta sí o sí; ahora te toca una orquesta de renombre en otra localidad y te puedes encontrar con el prado vacío", comenta el hostelero.

Esa inseguridad económica, el declive de las romerías en su formato tradicional y la falta de sintonía con algunas comisiones de festejos fueron los motivos por los que Ramón Mariscal, hasta hace dos años el "rey" de las barras de prau, decidió dejar el negocio y centrarse en el objetivo fundacional de su empresa: el montaje y alquiler de carpas. Y aun así, muchas veces no gana para disgustos con las fiestas de prau: "Las carpas sufren mucho en las fiestas, resultan dañadas y hasta quemadas. Y la parte económica es siempre un suplicio: las comisiones no ponen objeción en pagar a las orquestas 30.000 euros, pero discuten los 3.000 que puede costar el alquiler de la carpa u otros gastos menores". En opinión de Mariscal, "el sector está muy tocado; a este paso sólo quedarán las fiestas patronales que organizan los ayuntamientos y las de los pueblos cabeceros de comarca".

Mario Fernández, organizador durante varios años de las fiestas de Santiago del Monte (Castrillón), ha decidido junto al resto de la comisión de festejos que este año no habrá celebración, más allá de la misa y la procesión del santo, que eso nunca falta. Sólo el concejo de Castrillón ha perdido también las fiestas de Las Bárzanas -adonde llegaron a venir artistas de postín como David Civera-, Salinas y Naveces. Mario Fernández achaca la caída del calendario de festejos tan arraigados como los de Santiago -tres décadas ininterrumpidas celebrándose- a un cúmulo de circunstancias adversas que "mina la moral": ingresos por la barra del bar a la baja, menor implicación vecinal, el creciente papeleo (planes de seguridad, seguros, servicio de ambulancia...), la práctica imposibilidad de pagar el caché que piden las orquestas a tono con el prestigio de la fiesta y, el colmo, los pagos ahora exigidos por la Sociedad General de Autores (SGAE). "Entre pitos y flautas el presupuesto pasa de 20.000 euros, absolutamente inviable para una localidad de unos 300 vecinos como la nuestra", lamenta el portavoz de una de las comisiones de festejos asturiana que este año ha tirado la toalla.

La SGAE aparece últimamente como la "mala" de la película festiva, pero examinada su reclamación con frialdad no se puede deducir que la tasa que exige sea la razón última del ocaso de las fiestas de prau, si acaso otro clavo en su ataúd. La Sociedad General de Autores asegura que la tarifa que aplica -el 7% del presupuesto de las orquestas- es "legítima y justa".

Además, reseña que algunas comisiones de festejos han obtenido una bonificación extra que les permite pagar el 5,25% en vez del 7%, una medida extensible a otras comisiones en apuros.

"Por si fuera poco, facilitamos un plan de pagos accesible, con plazos de hasta dos o tres años, cuando la deuda acumulada supone un problema para el desarrollo de las celebraciones", añade un portavoz de la SGAE para dar a entender que la tasa por la difusión musical no es un gasto capaz por sí solo de echar por tierra unos festejos.

Al coro de lamentos también se suman los de encargados de poner la música al cotarro. Las orquestas de gran formato, lo dice Belarmino Nieto, que lleva desde 1978 "por los praos", "han tenido que renunciar a tener caché; salvo días muy señalados, la mayoría de las veces se cobra lo que se puede o lo que ofrece la comisión. Una orquesta hoy cuesta equis y mañana, la mitad. El mercado está loco". Nieto apunta en sentido contrario la "brutal inversión" que exigen estos nuevos tiempos de romerías: "El tráiler-escenario puede salir por 200.000 euros, que es una pasta. En instrumentos no metes menos de 30.000 euros. Añade un equipo de iluminación potente, porque ya no vale con colgar cuatro focos de colorines como antaño; los seguros... y suma y sigue".

Y todo esto, "haciendo la mitad de bolos que hace años y con cachés superajustados".

Los costes de contratar una orquesta asturiana para animar una romería oscilan entre los 300 euros que cobra como mínimo un DJ y los 12.000 que puede pedir una orquesta de élite en un fin de semana señalado. Fuera de catálogo, las orquestas gallegas que arrasan en Asturias, "París de Noia" y "Panorama" trabajan con minutas que van desde 15.000 a 25.000 euros, según la fiesta. Eso sí, la "troupe" de seguidores que arrastran suele garantizar el llenazo en el prau.

En un nivel más modesto trabajan solistas, dúos y tríos como "Brass", una pareja de músicos que en su día estuvieron en una orquesta que acabó disuelta porque las cuentas no salían positivas. "Aún me sigo preguntando cómo se arreglan las orquestas actuales para ganar dinero; estoy al tanto de lo que cobran, sé los gastos que tienen y no me salen los números", comenta la cantante Toñi Escaño. En el formato de dúo, Escaño y su pareja cotizan en una escala que va de los 250 euros el bolo invernal a los mil euros que piden por actuar el 15 de agosto, el día de las fiestas de prau por antonomasia en Asturias. Desde sus treinta años de experiencia festiva, la vocalista del dúo "Brass" relativiza la crisis que afecta a las fiestas de prau: "Eso lo llevo oyendo desde que empecé a cantar y sigue habiendo fiestas. Lo que ocurre es que han cambiado muchas cosas y hay que ir adaptándose".

Quizás Escaño da con la tecla en su reflexión: la clave es adaptarse al nuevo entorno, tratar de hacer de la necesidad virtud. Es lo que ha hecho, por ejemplo, la empresa de seguridad Provisa, que oferta servicios de control y vigilancia de fiestas y en su cartera de servicios tiene desde hace cuatro años una especialidad rompedora: un dispositivo para minimizar el impacto del "botellón". Consiste, siempre que el prau de la romería sea privado y por tanto se puede controlar el acceso al mismo, en derivar a los botelloneros a otro espacio alternativo de modo que no ensucian el prau del festejo y se evita la mezcla de ambientes, casi siempre molesta para ambas partes.

Habla el delegado en Asturias de la empresa, Jesús Gutiérrez: "Todavía no es ni mucho menos el tipo de servicio más demandado porque las comisiones de festejos aún lo ven como algo extraño, pero sí que cada verano crece el número de lugares donde prestamos ese servicio. Preveo que se acabará generalizando porque todo el mundo sale ganando: los que practican 'botellón' aceptan de buen grado tener un espacio propio, el prau de la romería se preserva limpio y a partir de cierta hora, ya sin 'botellón' por el medio, todos suelen acabar juntos delante de la orquesta".

Otro servicio novedoso y en boga relacionado con las fiestas de prau son los "folixabuses", autocares que llevan y recogen a la gente, fundamentalmente jóvenes y adolescentes, en las fiestas más multitudinarias de la región por precios que van desde 8 a 12 euros por persona. Los destinos de estos autobuses, con salidas de las grandes capitales asturianas, son romerías como el Carmín de Pola de Siero, el Xiringüelu de Pravia y San Timoteo en Luarca, entre otras. Curiosamente, festejos que viven sus mejores años justo cuando tanto se habla de la crisis del sector.

La peculiaridad de estas celebraciones es que, aparte de gran tradición, tienen un formato de lo más sencillo: basta llevar una caja de sidra al prau y tomarla con los amigos.

O sea que cobra total sentido el conocido lema minimalista "menos es más".

Algo que suscribe quien fue denominado el "llenapraos" asturiano, el cantante de Soto del Barco Vicente Díaz, quien en las memorias dictadas recientemente a este diario reseñó que a su juicio lo que está acabando con las romerías es "el exceso de espectáculo, las orquestas que, además de caras, son todo lucerío".

En defensa de un futuro halagüeño para las romerías asturianas se posiciona Juan Ramón Rodríguez, un vecino de Barcia (Valdés) que lleva diez años difundiéndolas de forma altruista en internet, donde gestiona el portal www.deromeriaporasturias.com, visita obligada para los folixeros y donde cada año son publicitadas las fiestas de más de un millar de localidades.

"Más que las romerías" -defiende- "yo creo que están en crisis las formaciones musicales. Fiestas hay a porrillo porque la gente se mueve más que nunca y está mejor informada, por no hablar de este fenómeno fan que se ha desatado con ciertas orquestas que tienen legión de seguidores. Lo que es una pena es que ahora los grupos sólo parecen saber tocar electroreggaeton y dejan de lado las canciones de fiesta de toda la vida, esas que ponían a cantar y bailar a todo el mundo".

Renovarse o morir, tal parece el sino de las fiestas de prau. Porque, fruto del voraz apetito festivo de los asturianos, sí que algo sigue vigente de la letra de "La romería": "Y la gente por el prado / no dejará de bailar / mientras se escuche una gaita / o haya sidra en el lagar".

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