La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Salud

El Estado y las decisiones

La Administración que provee buenos servicios sanitarios descarga a los ciudadanos de la elección de la contratación de complejos seguros privados

El Estado y las decisiones

Se dice que una de las profesiones en las que más decisiones se toman es la de médico. Cómo se toman ha sido y es objeto de estudio. Ya en la década de los setenta del siglo pasado se intentó modelar para desarrollar sistemas informáticos de apoyo o incluso de sustitución. Entonces se pensaba que el proceso era totalmente racional. Con el reconocimiento del papel de las emociones en el proceso, se fueron creando modelos más complejos, entre los que se cuenta el del aprendizaje profundo. Algunos predicen que con esta tecnología se podrán suprimir algunos puestos de médicos. Lo interesante de todos estos estudios, no sólo en médicos, es que nos muestran que el proceso racional estructurado no es ni el único ni el fundamental en la toma de decisiones. Es una cuestión de economía de supervivencia. Nadie se asombra si se le dice que nuestro cerebro, de forma silenciosa y oculto a nuestra conciencia, está continuamente tomando decisiones que regulan nuestro metabolismo. Sería un disparate que a nuestra conciencia llegara toda la información que transporta el sistema nervioso, también la sangre, sobre el estado del organismo y que ante cada situación tuviéramos que elegir qué hacer. Algo más sofisticado, y menos entendido, es el sistema emocional como herramienta para tomar decisiones inconscientes. Lo importante o la lección de la fisiología es que los organismos complejos distribuyen sus tareas y dejan cierta independencia a los diferentes sistemas. Es una cuestión de economía de supervivencia.

Cuando la Reforma devolvió al individuo la responsabilidad de salvar su alma lo obligó a examinar su conciencia para distinguir el bien y el mal, él como juez. El catolicismo lo imitó, hasta cierto punto, en el Concilio Vaticano II. Una señora a la salida de misa, poco después del Concilio, le decía a otra: "A mí que me digan lo que está bien y mal y lo que tengo que hacer para salvarme". Quería el amparo de la Iglesia para estos asuntos como queremos el amparo del Estado para otros.

España es un país afortunado en muchas cosas, desafortunado en tantas otras. Entre las primeras, debemos celebrar nuestro sistema sanitario, aunque tenga esas demoras en la atención que tanto irritan y que algunas veces producen daños. Gozamos de una extraordinaria y difícil de igualar oferta, aquí se da todo para todos, o casi todos, pues se excluyen, injustamente, algunos colectivos, una envidiable accesibilidad geográfica y una notable calidad de los servicios. A esto debemos agradecer que no tenemos que hacer complicadas elecciones administrativas.

Para incentivar la competencia y de esta forma controlar los precios, algunos países han decidido que el ciudadano pueda elegir entre diferentes prestadores de seguros que ofrecen, además del paquete básico, otros beneficios. Esto supone un reto intelectual grande, pues tienen que leer y entender un texto largo, tedioso y difícil, más que de entender de juzgar: ¿cuánto me beneficia el que me den esto y no lo otro? No estoy considerando que el ciudadano esté incapacitado para estas decisiones, lo que digo es que hay decisiones que es más cómodo que hagan otros. El resultado es que pocos ejercen ese derecho de elección, pocos cambian de seguro.

Donde la participación activa del ciudadano en la elección de un prestador de servicios es más exigente es donde el Estado decide que todo el mundo debe estar asegurado, para ello define una serie de apoyos financieros, y es el ciudadano el que tiene que salir al mercado a comprar su seguro médico. Cuando Obama logró que se aprobara su ley, fue tal la confusión y tensión generadas que tuvieron que poner a disposición de los compradores personas especializadas en navegar por las ofertas. La lista de lo que se ofrece y de lo que se veta es extensa y precisa: se trata de evitar reclamaciones. ¿Cuántos días de hospitalización aseguro?, ¿y de cuidados intensivos?, ¿cuántas intervenciones por año?, ¿me interesa tener acceso a ésta o esta otra terapia?, ¿contrato hospital de media estancia?, etcétera. Cada paquete ofrece un catálogo que lo distingue, como lo distingue el precio. Una tortura de la que nos hemos librado.

Hay una tensión entre un Estado grande proveedor de muchos servicios que por tanto se ocupa de resolver buena parte de las necesidades y otro mínimo que deja que sean los ciudadanos los que elijan cómo satisfacerlos. Las pensiones es otro buen ejemplo. Aquí, y eso nos quita una preocupación, es el Estado el que se ocupa de ello. Podría inhibirse y dejar al arbitrio individual la contratación, o no, de un plan. ¿A qué edad contratarlo?, ¿cuánto invertir?, ¿con quién?, ¿ qué pasa si quiebra esa empresa?, etcétera. Y lo que es peor, ¿qué pasa con las cigarras cuando llegue la vejez?, ¿ las rescata el Estado? ¿ Obliga a todos a tener un plan de pensiones? ¿De cuánto respecto a su salario?...

Tener en tus manos tu vida es estupendo. Pero yo prefiero dedicar mis pobres facultades de toma de decisión a otros asuntos.

Compartir el artículo

stats