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JOSÉ LUIS POYAL | Exjefe de prensa de Ensidesa, exjuez sustituto de Avilés y exabogado civilista

"Ensidesa fue, en cierto modo, un frontón de rebote político"

"A mí al principio Avilés me deprimió mucho, pero me integré muy pronto: en lugar de salir con gente de la empresa, iba con el doctor Graíño"

"Son unos bárbaros los que dicen que Ensidesa tenía que haber salvado a Asturias. Yo digo qué hubiera sido de Asturias sin Ensidesa. Es una empresa que la han utilizado para todo. Y eso también traía un efecto repulsivo, porque la compañía se metía en todo. Se aplauden, por ejemplo, los clubes sociales, pero eso fue en perjuicio de la Atlética Avilesina", reflexiona ahora José Luis Poyal Costa, que trabajó en la compañía siderúrgica desde 1956, cuando llegó a Avilés, hasta 1990, cuando se jubiló. Entre medias contribuyó a modernizar la organización laboral del gigante siderúrgico y también abrió las puertas -o trató de hacerlo- de la empresa a la sociedad y a través de la prensa.

Es evidente que Ensidesa fue crucial en la historia contemporánea de Avilés, pero no sólo por haber cambiado su urbanismo, también por la creación de un parque de Bomberos, por la puesta en marcha de un centro médico profesional... "A Ensidesa se le pedía de todo y, entonces, ni lo hacía todo bien, ni lo hacía todo tan mal", explica Poyal. "Ensidesa fue, en cierto modo, un frontón de rebote político", concluye ahora Poyal, a sus 87 años, pero aún con tiempo suficiente como para, con Garcilaso de la Vega, pararse a contemplar su estado y ver los pasos que le han traído hasta el presente, una aventura que comenzó en un bufete de abogados civilistas de Granada y pasó por un departamento entero dedicado a la comunicación corporativa -dos términos que, en época de Poyal, sonaban a chino-. Y es que el protagonista de estas Memorias fue nombrado jefe del gabinete de prensa de Ensidesa en 1974, un puesto en el que se mantuvo hasta el día de su despedida de la vida laboral por cuenta ajena. "Me ofrecieron un gran banquete", dice.

Hasta llegar a esa comida, sin embargo, hubo de pasar también por la jefatura de prensa de la rama siderúrgica del antiguo Instituto Nacional de Industria (INI), por los Juzgados de Avilés -fue juez sustituto-, por la redacción de un periódico local... Es miembro de la Asociación de la Prensa de Oviedo y de la de Profesionales de la Comunicación de Avilés. En estos últimos años colabora de forma habitual en LA NUEVA ESPAÑA.

"Me lo he pasado muy bien, aunque, claro, he tenido altibajos. Ahora tengo uno muy gordo. Se trata de mi mujer. No es Alzheimer, pero es algo parecido", confiesa. Poyal dicta sus Memorias en el salón de su casa, rodeado de libros, revistas y fotografías. En una de ellas saluda al Rey anterior; en otra, al actual... José Luis Poyal ha tenido una larga vida que comenzó un frío mes de febrero de 1930, en Estella, en la provincia de Navarra. Es hijo de un oficial de complemento del Ejército que se alistó en el bando nacional y, como teniente, estuvo a las órdenes del general Emilio Mola al comienzo de la Guerra Civil. Terminó en Marruecos, en los Regulares, como capitán; en aquel momento, bajo el mando de otro general de nombre sonoro: Francisco Franco. Se llamaba Julio Poyal Sola. "Lo jubilaron pronto, a los cuarenta y tantos. Se hizo constructor en Marruecos", cuenta ahora su hijo, mientras apura el café con leche que tiene sobre la mesa. Se había casado años atrás, en Navarra, con Ana Costa Vilaseca, la madre de Poyal y de sus dos hermanas.

"A los 15 años nos trasladamos a Marruecos. Cuando me tocó ir a la Universidad elegí Granada. Allí estudié Derecho y en seguida comencé a ejercer como abogado, porque había estado como pasante con un gran profesional, Fermín Camacho", recuerda. Tras su etapa como civilista, pasó al INI y, de ahí, a Ensidesa, donde comenzó a trabajar en 1956 y no dejó de hacerlo hasta 1990, que fue cuando se jubiló, pero también cuando retomó su profesión de letrado.

Cuenta Poyal que su llegada al sector público se produjo gracias al empuje que le dio Lolín Cáliz Cueto, su mujer, la madre de sus seis hijas. "Sólo supe hacer niñas", bromea. "Quería que nos casáramos y que encontrara un trabajo bueno", apunta. "Entonces se veía venir la independencia de Marruecos. Yo ejercía en Melilla y también en Tetuán, pero me di cuenta de que mi futuro no estaba allí. Había ahorrado, le dije a mi madre que me iba a Madrid a preparar oposiciones a abogado del Estado, con tan mala suerte que las convocaron ocho meses después, así que no estaba preparado. Aprobé el primer ejercicio, pero ya no aprobé ninguno más", dice. Sin embargo, el joven casadero no se desanimó.

Había dejado sus pleitos en África y también el asesoramiento legal al Banesto en el protectorado, pero "al poco surgió una oportunidad en el INI", apostilla. Se trataba de unos cursos de modernización de empresas. "Como consecuencia de los acuerdos de Franco con los Estados Unidos se habilitaron unos fondos de formación que administraba la Comisión Nacional de Productividad Industrial. Era como un máster. Lo aprobé y al cabo me ofrecieron dos oportunidades: las celulosas o la siderurgia. Elegí esta última, elegí Asturias", cuenta Poyal.

"Avilés, al principio, me deprimió mucho. Lo que pasa es que me integré muy pronto. En lugar de salir con gente de Ensidesa, lo hice con gente de Avilés de toda la vida, como el doctor Graíño. Era gente que pensaba que iba a perder algo de su estatus traspasándolo a otra gente, pero al mismo tiempo pensando que la llegada de Ensidesa a Avilés era una bendición", reconoce ahora Poyal. En diciembre de aquel año tomó vacaciones, marchó a Granada y se casó con Lolín Cáliz, que terminó siendo maestra. "Es más joven que yo y bastante más guapa", sonríe. Se establecieron primero en Gijón, aunque Poyal trabajaba en las oficinas centrales: en Trasona primero y después en La Marzaniella. "Después nos fuimos a Doctor Graíño, a Cabruñana. La empresa luego me asignó un piso en los Ingenieros", cuenta Poyal señalando las paredes del salón en el que se desarrolla esta conversación.

"Desde el principio me hicieron responsable de aplicar en Ensidesa la 'Job Evaluation', que era un catálogo de puestos de trabajo para definir su retribución", cuenta. "Cuando llegué a Avilés me presenté a don Áureo Fernández Ávila, que era el presidente de Ensidesa. '¿Y usted quién es? ¿Y usted qué sabe hacer?' Le conté todo esto de la 'Job Evaluation', que lo había aprendido en el curso aquel que había hecho en la Comisión Nacional de Productividad Industrial. 'Muy bien, muy bien', me dijo. Y fue él quien me dijo que aplicara esa valoración de empleos a la empresa", explica. "Tenía un equipo excepcional. De veintitantas personas. No pagábamos las nóminas, eso lo hacía Contabilidad. Lo que hacíamos era valorar con un número cada puesto después de hacer su descripción correspondiente. Fue un auténtico trabajo de chinos", señala. La empresa contaba con 19.000 empleados y estaba comenzando a producir. "Me dieron la matrícula 5.316. Después de mí comenzaron a contratar vagones enteros de personas que llegaban de todo el país. Echaban a andar las baterías de coque, los talleres generales, los de fundición y carpintería... Los altos hornos no, no estaban. Tampoco laminación. El famoso decreto de Franco hablaba de un centro siderúrgico con algo más de 500.000 toneladas de acero. Todo estaba por hacer", dice Poyal.

Se esmeró en hacer el catálogo de puestos de trabajo, una manera de poner orden en un maremágnum de personal. "Ese catálogo luego lo aplicaron en el Ayuntamiento de Avilés y en otras tres empresas del INI. Y allí estaba yo, con el concejal Benito Fernández, dirigiendo su aplicación", cuenta.

Este esmero es el que otorga a Poyal patente para poder explicar que la empresa en la trabajó tantos años no cumplía alguna de las características de una sociedad comercial normal. "El hecho de que fuera una empresa pública, con presupuesto público, la va a condicionar mucho. El presidente de la empresa no es un presidente, es sólo un gestor. No tenía prácticamente autonomía porque el presidente dependía directamente del INI, éste, a su vez, de la Dirección General de Industria y ésta, en última instancia, del ministro", explica. Así no había manera de hacer algo a derechas en la compañía. "Su planificación fue a trompicones. En 1961 se plantea su proyecto de futuro. Lo mandamos al INI en 1962, que lo estudia durante un año y medio. Al final lo mandó al Consejo de Ministros y el Gobierno, en 1964, da de paso aquel proyecto, aunque muy capado", se lamenta Poyal. "Lo que sucede es que, en su compartimiento diario, Ensidesa estaba muy por encima de la empresa privada", cuenta. "Quizás había derroche y sé que había corrupción de pequeña cuantía: la gente sacaba fotocopias de las máquinas de la empresa, se llevaba alguna herramienta para casa...", reflexiona. "Además, los contratos se hacían por recomendación, del cura, de la Guardia Civil...", reconoce. ¿Y los jefes? "Detecté en un caso, en un mando superior, aunque no en un responsable. No hablo de ningún presidente, dependía directamente de ellos. Hablo de un director consejero que iba con demasiada frecuencia a un determinado restaurante. Yo tenía que dar el visto bueno a las facturas de restaurantes. Las de este director consejero no me gustaban: ni por ser de él, ni por la cantidad", se lamenta el abogado, aunque en ningún momento da el nombre del ejecutivo corrupto. "Hablé con él y me replicó. Le dije: 'Me vas a obligar a que vaya al presidente y le diga que no me atrevo a poner mi firma ahí'", apunta Poyal.

Mientras el exjefe de comunicación de Ensidesa se liaba la manta a la cabeza con esto de llevar un poco de aire reparador al gigante del acero, Poyal fue nombrado juez suplente en Avilés por la Audiencia de Oviedo y por recomendación del doctor Graíño, José María Malgor y otras personas conocidas de la ciudad. "Me recomendaron porque cumplía los requisitos: ser abogado y haber ejercido. Lo hice durante algunos años en Granada y, después, en Melilla y Tetuán, en mi propio despacho", admite Poyal. El pluriempleo en aquellos años era cosa común y el siderúrgico fue juez durante catorce años. "Faltaba dos horas al trabajo. Les dije a mis jefes: 'Cuando queráis, lo dejo'. 'No, no', me contestaron", señala Poyal. "Lo dejé porque ya no pude más". ¿Cómo se apañaba? "El oficial que tenía me llamaba. Me decía: 'Mira, Poyal, que todos los juicios los he juntado para el miércoles. ¿Puedes venir?' Las sentencias me las preparaba en casa y punto", cuenta.

José Luis Poyal es un hombre que nunca ha dejado de trabajar. Fue profesor asociado en la Universidad de Granada. "Me había ofrecido a un profesor mío. Le dije que me contrataran. Me dijo que sí, pero que pagaban poco. La verdad es que era una miseria. Lolín me dijo que eso no era suficiente para casarnos", reconoce. Ahí fue cuando comenzó a trabajar en su propio despacho, en Marruecos, llevando los asuntos de Banesto en el protectorado, "ganando mucho dinero". Y siendo un chaval. Poyal dice "guaje", que hace muchos años que eligió ser asturiano. O sea, profesor, abogado, administrativo. "En 1974 me nombraron jefe de prensa de Ensidesa. Me dieron mando sobre veintitantas personas, luego doce, luego ocho... Era un príncipe", sonríe. "Había que abrirse a la sociedad, entonces se había perdido el respeto a la empresa", apunta. "Así que había que explicar las cosas y hacerlo a través de la prensa. Los mayores problemas no los tuve con los periodistas, fue con dirección. Les decía siempre lo mismo: que si era mentira lo que habían leído, que por qué ocultarlo...", explica. "Tardamos tres meses en organizar la inauguración de la LD-III. Fue en 1989. Iba a venir el Rey", cuenta mientras señala una de las fotos que se hizo con el Monarca. "Al año siguiente me jubilé", concluye.

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