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El número de jugadores por internet creció un 18% en España el año pasado

La adicción al juego suele traer asociados problemas como la depresión y comienza por causas múltiples como hacer frente a la ansiedad o por sentirse solo

¿Cuántos córneres habrá durante la primera parte del partido entre el Athletic de Bilbao y el Leganés de esta noche? Hay unas grandes posibilidades de que la respuesta, hablando claro, le importe un bledo. Pero en España hay miles de personas que estarán contando cada uno de los saques de esquina de un partido en el que, seguramente, no van con ninguno de los dos equipos. Sufriendo con cada balón que salga por la línea de fondo y llevando las cuentas a rajatabla. Ésa es una de las apuestas estrella que permiten las nuevas páginas de juego on-line y que, desde hace unos años, permiten apostar por asuntos de lo más variopinto sin moverse del sofá. Euro a euro, cada trimestre, los españoles vienen apostando 889 millones de euros en algún evento deportivo, generalmente fútbol, al mismo tiempo que el partido se está disputando.

Muchos de estos jugadores (los que están en su casa, no sobre el campo) no sólo estarán pendientes de los saques de esquina, también se puede apostar al número de tarjetas, al de faltas o al minuto en el que se van a producir los cambios. Incluso también se puede apostar a cuánto suman los números de las camisetas de los goleadores. Un ejemplo, si esta noche el Athletic gana 2-0 al Leganés con dos tantos de Aduriz (que lleva el 20 a la espalda) el ganador es el que haya apostado por el 40.

Sólo en España había registrados 676.322 jugadores on-line, durante el último trimestre del año pasado. Son un 11,87% más de los que había en el mismo periodo del año anterior. El número no ha parado de crecer desde que allá por 2013 se legalizaran los casinos on-line. De forma constante e imparable.

Pero no sólo de fútbol vive el jugador por internet. La oferta es amplísima. Hay casinos virtuales, apuestas hípicas, timbas de póquer o bingos. Todo sin necesidad de salir de casa. Aunque, para los que son más activos, los antiguos recreativos se han remozado en lugares donde ya no hay tragaperras ni billares, ahora hay ordenadores y grandes pantallas en las que se retransmiten en directo eventos deportivos para que los clientes puedan elegir entre vastísimas opciones de apuestas.

El juego se ha amplificado, con él también han crecido las posibilidades de que el juego acabe convirtiéndose en una adicción. Es decir, en algo patológico.

Sólo durante los últimos tres meses del año los españoles apostaron on-line 3.555 millones. La cifra marea un poco. Más cuando se comprueba que es un 18% más que durante el último trimestre de 2016.

La línea que separa al jugador enganchado del que tiene un problema con el juego es finísima, y muchos la cruzan sin darse cuenta. El jugador, según una de las primeras definiciones que aporta el mundo psicológico, atraviesa por norma tres fases. La primera es la de las ganancias, en la que aún juega poco, y es habitual que consiga algún que otro premio. Luego, llega el de las pérdidas, en el que la cantidad que se invierte en el juego va subiendo, el jugador se endeuda, y suele acabar distanciándose de sus amigos y familiares. La última es la de la desesperación, según la distinción realizada hace ya unos años por el psicólogo Robert L. Custer. En esta fase el jugador acaba ya desbordado por las pérdidas y trata de ocultar por todos los medios su adicción a sus allegados y acaba sepultado en un montón de mentiras con las que trata de escabullirse del problema. Puede, incluso, cometer algún que otro acto ilegal, nada violento, para conseguir más dinero.

Es aquí cuando el mundo del jugador se desmorona, el juego le desborda y acaba metido en un callejón del que parece no haber salida.

También es el momento en el que el jugador empieza a sentir un gran malestar, que suele acabar desembocando en problemas psicológicos. Es habitual que estos jugadores tengan depresión y que, incluso, algunos de ellos lleguen a coquetear con el suicidio.

Todo porque el jugador ha caído en la trampa y es, ahora, incapaz de controlar sus impulsos. Los llamativos colores de las webs, los mensajes que apelan a las emociones y las promesas de enormes ganancias son un gancho irresistible para quien ha adquirido la adicción. La variedad de refuerzos que recibe el jugador es tan amplia como las ilusiones de éxito, de riqueza o de poder que va moldeando en su mente cada vez que hace clic para enviar una apuesta.

Llegados a este punto, en el que el juego es ya algo patológico, los jugadores suelen tener ciertas creencias e ideas irreales para minimizar el impacto que les produce perder una vez tras otra. Suelen sobreestimar el control que tienen sobe el juego, aplicando algunas supersticiones, por ejemplo, pensando que si se viste una determinada camiseta van a tener más posibilidades de llevarse el premio. Cuando, evidentemente, se trata de dos hechos que no tienen ninguna relación.

También hacen atribuciones psicológicas en función de los resultados. Si hay suerte y ganan lo achacan a su propia habilidad y al control que tienen sobre el juego. Pero, por el contrario, si pierden excusan el mal resultado apelando a factores externos, como puede ser la mala suerte.

Lo que no está aún del todo claro es cuáles son los cauces psicológicos que llevan a una persona a engancharse al juego. Aunque, la teoría general asegura que no es un hecho exclusivo el que empuja al jugador a apostar. Son varios caminos que acaban confluyendo. Entre ellos, hay, por ejemplo, factores personales. Es decir, el jugador utiliza las apuestas como una válvula para escapar de algún tipo de problema. O puede usar el juego para animarse cuando está pasando por un estado de ánimo deprimido, de rebajar algún problema de ansiedad o una forma de dejar de sentirse solo.

Sorprendentemente, hay estudios que ligan la posibilidad de caer en la adicción al juego y determinados factores biológicos. Lo estudió y acabó proponiéndolo a través de una completa teoría científica el psicólogo Anderson Brown hace ya unos cuantos años. Mucho antes de que comenzara a poder apostarse por internet. Su modelo asegura que el juego ayuda a compensar unos bajos niveles de actividad fisiológica, es lo que se conoce como arousal. Esto podría venir a explicar, por ejemplo, que estos jugadores puedan tener el síndrome de abstinencia cuando no juegan.

Los momentos de crisis económica suelen ser un terreno abonado para que crezcan las patologías ligadas al juego, gracias a las expectativas y las promesas de conseguir grandes premios. Para muchos la suerte está echada.

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