El mito de la fiabilidad de la técnica alemana está en entredicho por un monumental fraude automovilístico que, en la cuadrícula de los estereotipos, se ubicaría a ciegas en el Sur trapacero antes que en el Norte riguroso. Aunque ninguno tenga la escala de lo ocurrido con Volkswagen, hay, sin embargo, precedentes de que los teutones aleccionadores comparten con el resto de la humanidad la tendencia a la chapuza, como ese nuevo aeropuerto de Berlín cuya entrada en servicio estaba prevista para 2010 y quizá llegue a estrenarse en 2017. El consuelo de ver socavado su pedestal no debe hacernos perder de vista que el poderío técnico alemán se sustenta sobre una sociedad que valora el conocimiento hasta el extremo de que el plagio de una tesis doctoral puede arruinar una carrera. Ése es el auténtico núcleo de su rigor, una consideración social del saber que aquí nos llena de extrañeza. De hecho, si empezaran a depurarse tesis doctorales, resulta muy probable que incluso el estamento académico sufriera una severa merma.