Enamorados de Shakespeare

Arrolladora versión de "Macbeth" con Fassbender y Cotillard insuperables y una realización vibrante

De todas las obras de Shakespeare, es Macbeth la que más ha seducido a grandes cineastas, desde Orson Welles arreglándoselas como pudo con un presupuesto mínimo hasta Roman Polanski con una versión poderosa y pasando, por supuesto, Akira Kurosawa con su magistral Trono de sangre. El australiano Justin Kurzel no tiene el nombre esos ilustres predecesores (su primera y única película en solitario, la muy inquietante Snowtown, la han visto cuatro gatos) pero, lejos de arrugarse ante la magnitud del empeño, muestra una ambición estética y un vigor dramático digno de todo elogio y, por qué no ponderarlo como merece, admiración.

Cierto es que sus pretensiones pictóricas rozan en ocasiones el exceso, pero es un pecado venial cuando se pone en la balanza con sus logros, que no son otros que una arrolladora tensión en el ir y venir de pasiones humanas al borde siempre del abismo, un tratamiento de los personajes que los aleja de forma concluyente de cualquier peligro de corsé teatral y un dominio casi insolente de los cimas y simas de la historia para que la misma fluya contagiada por el espíritu genial de Shakespeare, un maestro indiscutible en el arte de mantener en vilo a los espectadores con sus vaivenes sentimentales y sus piruetas emocionales iluminadas por el don de la palabra exacta y evocadora. Siempre sabia.

Al excelente resultado de la propuesta contribuyen el talento mayúsculo de un Michael Fassbender con todas las papeletas para ser el mejor actor de su generación y una Marion Cotillard que, para no variar, ofrece un recital interpretativo en el que no sobra ni falta nada. Las escenas de batalla, para quitars el sombrero.

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