¿Puede Schwarzenegger interpretar a Hamlet?

Narración pastosa que sólo interesa en el revoltijo inicial de presentación de personajes

En 2014 publiqué en la revista Ábaco, asturiana y esencial para interesados en las ciencias sociales, un artículo, "¿Puede Schwarzenegger interpretar a Hamlet?", que hacía referencia a esa escena antológica de "El último héroe de acción" (John McTiernan, 1993) en la que el musculado actor interpretaba con mucha comedia al príncipe de Shakespeare en un "remake" en clave de acción de la obra. No solo se trataba de eso, sino de explicar las causas de la aparición del cine de acción a principios de los ochenta, en pleno reaganismo, con cintas como "Comando", hasta estabilizarse y fundar un género con reglas propias y tan asentado que puede jugar a la autoparodia, como ocurre en "El último héroe de acción" o las recientes entregas de "Los mercenarios".

Otra vuelta del subgénero hace que los buques insignias del mismo, Schwarzenneger, Stallone o Van Damme, también lo intenten en otros registros. Pensemos en "Copland" de James Mangold o ese artefacto loco que se titulaba "JCVD" de El Mechri que colocaba a Van Damme como protagonista de su vida. "Maggie" resulta de otro intento arriesgado del actor austriaco para pasarse al drama, en este caso el drama fantástico. Después de una plaga vírica que convierte a los humanos en zombies, he aquí el terror más extendido en nuestras pantallas actuales, Wade Wogel (Schwarzenneger) descubre que su hija Maggie (Abigail Breslin) ha sido infectada y trata de buscar una cura. La primera película de Henry Hobson trata sobre la enfermedad y se aleja, menos mal, del horror, utilizando la infección zombie como excusa para hablar sobre el miedo a la muerte del hijo o, ya ocurría en la extraordinaria "The walking dead", sobre las relaciones personales durante el principio del Apocalipsis. Rodada con una extraordinaria sobriedad y con ideas muy interesantes (esa sangre negra que va poco a poco haciendo evidente el peligro), la película carece de esa profundidad que la serie de Robert Kirkman o en "La carretera" de John Hillcoat trabajan mediante la contradicción o el desarrollo de personajes. Más cercano al melodrama, donde Schwarzenneger se maneja correctamente, "Maggie" raspa la superficie de lo que quiere contar y no pasa de debut notable. Otra cuestión es si el culturista podría interpretar a Hamlet: lo que sí consigue, ayudado por Breslin, es mostrar a un padre que se niega a perder a su hija en la oscuridad de los tiempos.

La historia de los gemelos Kray, unos gángsters británicos que reinaron en la mafia del Londres de los 50 y 60, ya había sido llevada al cine en alguna ocasión pero no ha sido hasta recientemente cuando su historia se comienza a contar en superproducciones. La serie británica "Whitechapel", correcta y bien amueblada, dedicó toda una temporada a estudiar sus tropelías. Ahora, de la mano de Brian Helgeland, director de películas tan apreciables como "Paycheck" o autor de los guiones de "L.A. Confidential" o "Mystic river", llega esta "Legend" que trata de abarcar en tono de cine negro a estos dos personajes enormes. Y para atraparlos utiliza a un solo actor, el excepcional Tom Hardy, que interpreta a los dos hermanos: Ronnie y Reggie.

Desde el principio apuesta por una narrativa clásica de ascenso, poder y caída con homenajes al cine clásico de mafiosos. Ahí, en un solo actor, está la figura del doble: un gemelo inteligente y meditabundo por una parte y otro vacuo y muy agresivo. En Hardy recae el peso del largometraje porque Helgeland apuesta por una fílmica habitual, casi de artesano, que nunca consigue levantar. Aún así, con diversas potencias, Chazz Palminteri incluido, "Legend" se va desarrollando con la sensación de una oportunidad perdida con momentos, cómicos y dramáticos, muy efectivos. Con los arranques de uno y las dudas del otro se consigue no solo entender a estos dos personajes sino a una época en la que Londres florecía, los "Swingin' sixties". Como no es redonda, la película no acaba defuncionar pero sí nos permite entrar, gracias a su producción, en una época irrepetible donde esa cantidad de diversión se la tenía que cobrar alguien.

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