Eduardo Lagar

Elogio de la guiri perfecta

A primera vista, Mary Beard es la guiri perfecta. Se baja del Audi que la trae del aeropuerto con un libro para aprender "easy spanish step by step". Lo trae en una mano, está manoseado y parece que lleva una página marcada con un dedo, como si hubiera venido repasando apresuradamente en el coche. El libro, quizá pensado para esas urgencias de guiri ("¡chiringuito, sangría y una de chopitos!") le sirve a Beard para proclamar a los periodistas que la están esperando a la puerta del Reconquista que está encantada, que está feliz. Lo dice en español de guiri, como el que usaba Arévalo en los chistes, pero al cabo es español y eso es un signo de mucho civismo y humildad. Y además proclama su contento tan sinceramente que resulta contagioso. Y luego posa tan mal para las cámaras que resulta irresistible. Por fin una mujer real que no hace la Kardashian cuando toca "photocall". ¿Por qué se la llevan ya los de la Fundación y no nos la dejan un poco más para que nos cuente lo que quiera de este mundo o del antiguo? Mary lleva deportivas doradas, una malla negra, una melena blanca, una risa fácil de dientes largos, un collar rojo de fantasía, un blusón con tachones y es una mujer feliz de ser como es. Viene de la isla de la niebla y los sandwiches de pepino, pero es un rayo de sol, un bocadillo de jamón.

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