Tino Pertierra

Crítica

Tino Pertierra

Extraña en el paraíso

La radicalización desde la inocencia de una joven y su camino al desengaño en una obra de eficaz sencillez

Layla es una joven holandesa de origen marroquí que, en principio, está muy lejos de ser una candidata a ser abducida por la máquina radical de lavar cerebros. Viven en una sociedad aparentemente tolerante como es la holandesa, su familia de clase media está razonablemente integrada y no tiene problemas de convivencia ni pasa apuros con los estudios. Una chica absolutamente normal, alejada de cualquier estereotipo. Nada de monstruos. Cuando un suceso aparentemente banal como es una discusión en un partido de fútbol la pone en contacto directo con un racismo soterrado, Layla comienza un proceso de ruptura con lo que hasta ese momento era su vida tranquila y previsible. Poco a poco, su pensamiento se va cargando de sombras, desconfianzas e incomprensión. Desde su fuerza naturalmente bondadosa no entiende que no pueda expresar su credo religioso, incluyendo la vestimenta que desee, sin que la miren mal. Sin que se lo impidan. Empieza entonces a romper puentes. Con su padre. Con su entorno habitual. Con sus compañeros y amigos. La islamofobia que late con creciente pujanza en Europa, y Amsterdam no se libra de ella, la vuelve más fuerte en su rebeldía y también más vulnerable a las presiones de quienes la intentan captar para su causa. La magnífica escena de su enfrentamiento con su padre con el burka como barrera infranqueable es un momento decisivo en la evolución de una muchacha que, en su camino hacia la madurez, se encuentra expuesta a manipulaciones de todo tipo. Cuando el amor entra en su vida, el horror se aproxima a pasos agigantados. Enamorada de un yihadista encantador y cariñoso, Layla no duda en seguirle Jordania donde conocerá la otra cara de la moneda: una sociedad machista en la que la mujer es una sirvienta de los hombres. Se fue de Europa porque no respetaban su forma de entender y practicar la fe religiosa y llega a un país donde no respetan su forma de ser mujer libre e independiente. Y a esa decepción creciente se une el conocimiento de las actividades terroristas del yihadismo: qué gran escena cuando ve a su amado visionando imágenes terribles de tortura. Alborozado.

Sin llegar al fondo de las candentes cuestiones que plantea, y mostrándose superficial en ocasiones a la hora de mostrar las contradicciones de uno y otro bando, "Layla M." muestra sus mejores virtudes en la naturalidad asombrosa con la que se acerca a unos seres que la actualidad convierte en estereotipos de trazo burdo. La historia de amor de Layla y su marido está contada con sensibilidad y humor, las escenas familiares tienen una espontaneidad admirable (una cena de colisión frontal, una charla emocionante con la madre, el desencuentro con el hermano?) y en ningún caso se olfatea el maniqueísmo que suele estropear propuestas así. Lo mejor, en cualquier caso, llega al final con ese plano sostenido de Layla y el nacimiento de unas lágrimas que puede significar muchas cosas. ¿Dolor? ¿Decepción? ¿Derrota? ¿Hastío? ¿Desengaño? De todo un poco: magnífico colofón para una obra que, desde la sencillez arropada por un reparto extraordinario en el que la protagonista regala instantes impagables, formula preguntas que no siempre tienen respuesta. Esas lágrimas, no lo olvidemos, también son nuestras.

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