El hippismo, el punk y Joe Strummer nacieron en una misma clase social, la burguesía. Hijo de familia diplomática, el futuro líder de «The Clash» sufrió una infancia dickensiana (internados, suicidios, desamparos) en la que sólo se podía sobrevivir a base de hostias e imaginación. De la mezcla de esos dos factores distantes y constantes surge un joven cabreado con el mundo, un chiquillo rebelde que Julien Temple exorciza en su nuevo documental.

Desde la suciedad de la adorada Newport a los lustrosos estadios norteamericanos, la existencia del músico británico es tratada en el metraje como una perla (ahora frágil, ahora enloquecida) alrededor de la cual se arremolinan sus amigos en pequeñas hogueras. Ellos (algunos oportunos, otros de marketing) acuden a la figura de un creador de canciones definitivas, de LP esenciales y de dos grupos tan diferentes como propios («The Clash», «Joe Strummer y Los Mescaleros»). Tampoco, y eso se agradece, evita Temple las críticas ni las oscuridades del biografiado, por mucho que éstas se diluyan en una estrella cercana, en un padre cálido o en un líder celoso de la intimidad de su banda.

Joe Strummer. Vida y muerte de un cantante, remembranza folk de un hombre deseoso de música y anonimato, deconstruye al personaje que profetizaba el hundimiento de Londres o la gran revuelta blanca en lo alto del púlpito del rock and roll. Más allá de su propio alter ego, más allá de «The Clash», Joe Strummer aparece en la piel de una buena persona, de un hippie pre-punk que pincha canciones latinas para que sus amigos bailen, que celebra lo maravilloso de estar vivo.