Las manos barajan las cartas y el mago embauca al espectador con su don de la palabra. Baraja y baraja, habla y habla, hasta que capta la atención de todo el auditorio. Lo hipnotiza con sus juegos y las miradas se clavan allí donde el prestidigitador quiere. Y de repente, el imposible. La carta, ese siete de corazones, se ha convertido en un as de picas. "¿Cómo es posible?", se pregunta uno, "si me he fijado en todo para desvelar el truco".

El ilusionista madrileño Miguel Ángel Gea explicó ayer en el centro municipal integrado de La Arena, con motivo del Festival de Magia e Ilusionismo "Ilusiona" de Gijón, el vínculo existente entre la magia y la neurociencia. "Llevamos siete u ocho años colaborando con la doctora Susana Martínez-Conde, una experta en neurociencia visual gallega residente en Estados Unidos. Se dieron cuenta de que los magos somos grandes expertos en el control de la percepción y de la atención", explica.

El hecho es que algunos de los métodos que se utilizan en el campo de la neurociencia llevan siendo aplicados por los magos desde hace siglos. "La magia, desde tiempos ancestrales, ha ido descubriendo los comportamientos cerebrales. Todo ello sin tener en consideración los procesos cognitivos ni neuronales, a través del ensayo y del error. Esas técnicas las hemos utilizado para lograr el engaño. Son trampas para el arte mágico", apuntó el ilusionista.

Una de esas técnicas atiende a la imposibilidad que tiene el cerebro de descodificar toda la información que le llega. "Los magos nos damos cuenta de estas cosas. El espectador se centra en un punto y, pese a creer que está atendiendo a todo, le es imposible descifrar el bombardeo al que se le somete", añadie Gea, quien explicó también que los recuerdos influyen y mucho a la hora de ser engañados. "La memoria es horrorosa y, obviamente, también nos apoyamos en ella. La memoria transforma nuestro recuerdos por mil factores. Por ejemplo, en función de nuestros intereses. El cerebro filtra la información según nos convenga", indica.

Y así, con la mente amordazada y a merced del ilusionista, llega el hermoso engaño de la magia. "Si caemos bien al público y controlamos su atención, las personas se dejarán engañar. Lo que el mago hace es poner en duda las leyes de la naturaleza. Nosotros siempre damos la suficiente información para que el espectador saque sus propias conclusiones", revela Gea con cierto misterio. "Controlamos la interpretación del cerebro a través de la información que damos", subraya Gea, quien deleitó al público de La Arena con diversos juegos de cartas, predicciones y transformaciones, "juegos sencillos y antiguos pero que tienen los mismos principios de hoy día".

El motivo por el que el engaño mágico siempre tiene éxito radica en las limitaciones humanas. En concreto, de recursos mentales disponibles. Es imposible prestar la misma atención a todos los elementos que en ese momento se perciben. Por ello resulta muy sencillo caer en las redes de los magos, que no dudan en emplear su repertorio de tretas para desconcertar a un público que se delata por sí mismo al acudir a este tipo de espectáculos muy dispuesto a ser seducido por el misterio.

Así, cuando el mago desvía la atención hacia lo que realmente le interesa, al cerebro no le queda otro remedio que intuir lo que ha ocurrido en el otro plano. Un plano que no ha visto y que, por supuesto, le ha dejado totalmente desconcertado. La mente busca comprender y para ello traza una ruta ficticia que le permita conectar los hechos. Es decir, la acción y la reacción que sus ojos acaban de observar.

Para entender todas las cosas que suceden es fundamental que exista una continuidad. Y el cerebro, limitado por ese bombardeo al que es sometido, es capaz de crearla aún a sabiendas de que no ha visto todo lo que ha pasado. Es víctima de lo que algunos científicos denominan "ceguera por desatención". "No podemos transformar las cartas, pero hacemos que el cerebro piense que eso es precisamente lo que ha vivido", señala el ilusionista madrileño.

Para conseguirlo, los magos redirigen la atención del público hacia otras cosas u otros lugares para, de esta manera, poder ejecutar la maniobra mágica -o el engaño-. Un consejo para no caer en la trampa pasa por no fijar los sentidos en objetos que resulten muy llamativos por sus formas, colores o movimientos, ya que ese será el estímulo que el mago utilizará para que nadie pueda descubrirle.

No pasa nada si no se caza al genio, pero hay una serie de consecuencias que afectan de manera divertida al cerebro. Al no observar todos los pasos del juego de magia y no saber exactamente qué ha pasado, la mente humana activa unos automatismos que completan por sí misma los vacíos de información que no han llegado al cerebro.

Esos vacíos se llenan a base de interpretaciones de una realidad que no siempre tiene por qué ser real, aunque sirven para encontrar una explicación al hecho que se acaba de presenciar. De ahí que a uno no le quede más remedio que considerar mágica una chistera de la que sale un conejo. La magia ha servido a la neurociencia -y viceversa- para saber cómo se puede engañar a la mente y para conocer los recursos del cerebro. Unos, desde el laboratorio. Y otros, sacando conejos de chisteras o haciendo desaparecer monedas.