Las historias de fantasmas han estado ahí desde que el hombre es hombre, buscando retener a los muertos en su tránsito hasta el Más Allá. Pero en el país de la picaresca (España, claro), incluyendo sus más antiguos reinos (Asturias, siempre en cabeza), nunca han faltado vivos muy "vivos" dispuestos a invocar a los difuntos para, de paso, sacar tajada o reírse de los más crédulos. Porque el "gato por liebre" no distingue fronteras, épocas, ni dimensiones desconocidas. Ni allí... ni aquí.

Alto a la guardia civil. La mitología asturiana tiene en la "güestia" o procesión nocturna de ánimas una de sus más arraigadas leyendas. Desfilan de noche en hilera portando cirios (otros dicen que antorchas) y topársela es señal de malos augurios o muerte para quien se cruce en su camino. Aprovechando la "popularidad" de esta versión local de la Santa Compaña, una comitiva similar sembró el miedo por varias caserías de Candamo en agosto de 1968, en el tramo que va de Santoseso a San Tirso. Desde el puesto de la Guardia Civil de San Román se tomaron medidas y, al poco, los agentes detectaron una hilera de gente cargada con bultos a la orilla del Nalón. Al darles el alto, los aterrorizados espectros huyeron corriendo como alma que lleva el diablo, soltando sus pertenencias y perdiéndose para siempre en la noche. La "güestia" eran vulgares traficantes de tabaco que cruzaban el río desde el vecino concejo de Pravia, echando mano de terrores ancestrales para no ser pillados en faena. Que no llevasen antorchas, como toda Santa Compaña que se precie, quizá fuese para cuidar que la "mercancía" no ardiese. Eso es cariño por el trabajo.

Matadero de miedo. En los revueltos tiempos de la Transición, prensa y radio se hicieron eco de otra "aterradora" aparición, esta vez en las proximidades del antiguo matadero de Langreo. Según las hemerotecas, aquello se manifestó repetidas veces en noviembre de 1976, estando entre los testigos un confitero de La Felguera y el atónito vigilante del matadero. Ambos declararon que en la madrugada del 1 de diciembre fueron abordados por una aparición "toda de blanco, con dos linternas (sic) verdes en la cabeza" y que, para pasmo de ambos trabajadores nocturnos, "les ordenó rezar" entre amenazas y aullidos lastimeros. En este punto, tan kafkiano como berlanguiano, ignoramos si les exigía un padrenuestro, tres avemarías o la Salve Minera; de lo único que hay constancia es que, una vez más, todo acabó abruptamente cuando la Guardia Civil fue puesta sobreaviso. El teletipo de la agencia "Efe", con toda propiedad, indica que el fantasma "se esfumó" la misma noche en que se personó la benemérita.

Terror en Cancienes. Noviembre de 1991 fue un mes "caliente" para los amantes de los fenómenos "paranormales" en Corvera. Unos inquietantes testimonios avisaron de misteriosas y fugaces luces vaporosas al caer la noche en la carretera AS-17, entre Nubledo y Cancienes, cerca de la fuente de la Consolación, uno de esos lugares donde mana agua de propiedades supuestamente curativas. La historia de espectros estaba al caer, y así fue: no pasaron muchos días sin que unos mensajes -pintados, eso sí, con un muy terrenal spray- amenazaran a conductores y viandantes diciendo "soy el fantasma de Cancienes" sobre un par de señales de acceso a esta localidad. El asunto se saldó con varias noticias publicadas, alguna patrulla vecinal buscando -infructuosamente, que se sepa- la "aparición"... y deduciendo finalmente que las fantasmales visiones eran retazos de niebla del humedal de La Furta, que entonces se estaba embalsando a causa de unas obras emprendidas por DuPont. Las inusualmente altas temperaturas registradas aquel otoño propiciaban los bancos de niebla, algo que hoy, de puro habitual, a pocos sorprende en esta zona, aunque quizá no tanto en aquel noviembre ciertamente "caliente". Por cierto que el "fantasma", igual que vino, desapareció. Y hasta hoy.

Cuar tel sin futuro. La más célebre historia reciente de este tipo en Asturias, ampliamente explotada por un programa de televisión dedicado a las "ciencias ocultas", demuestra que cuando alguien vende como cierta una patraña, por inaudita que sea, nunca faltan ingenuos que se la creen a pies juntillas. Porque eso, que se sepa, es lo que ocurrió con la abandonada Casa Cuartel de la Guardia Civil de Aboño, en Carreño. Los hechos son perfectamente conocidos: en 2006, unos reporteros "científicos" se acercan al edificio en ruinas, avisados de "actividad paranormal" en el recinto junto a terroríficos testimonios de supuestos vecinos que no salen en pantalla. Dentro hallan abundantes restos de botellas, jeringuillas usadas y montañas de basura y escombros entre colchones sucios, muebles desvencijados y vigas quebradas con los clavos al aire. El decorado, deprimente a más no poder, lo rematan las ventanas con cristales rotos y una serie de pintadas "satánicas" junto a otras que no lo son tanto, incluyendo insultos al político de turno, consignas futboleras o chistes privados sobre la nula virilidad de "Koki" o la poca honradez de "Kika". La truculencia mediática, servida con indescifrables grabaciones de extraños ruidos a medianoche y algunos interrogantes lanzados como coartada científica, surte efecto y en un par de semanas el caserón gana una fama tan súbita como inimaginable. Sobre todo para el propietario, un constructor gijonés que había adquirido un año antes el local para rehabilitarlo, y que reprochó que la publicidad del "caso" echase atrás a los potenciales compradores por miedo a supuestas entidades de otros mundos que, naturalmente, ni se han manifestado ni parecen querer hacerlo. Una historia que invita a reflexionar si en la definición de "fantasmada" encaja el arte de mezclar sugestiones, leyendas y datos inconexos, para crear un relato más absurdo que terrorífico y que, al final, no pasa de ser un vulgar sainete disfrazado de periodismo divulgativo.