Aragón es tierra de gaita como Asturias, y Chabier Lapiesa (Teruel, 1975), lo sabe. Por eso este verano cogió carretera y manta en busca de inspiración y se plantó en Boal. Y es que este aragonesista de corazón, al que nada le puede hacer más ilusión que le llamen hijo de Labordeta, que bien pudiera serlo por el amor a su terruño, a su Teruel, a su gaita, lleva dos años queriendo bautizar a su gaita aragonesa pero no acababa de darle con el nombre, faltaba inspiración y un buen pálpito, que acabó siendo certero, le dijo que en Asturias llegaría ese nombre.

Pero ¿por qué a Boal y por qué al Occidente? Pues porque si Teruel existe, el occidente también. Chabier, Javier en aragonés, explica muy bien qué le llevó a recuperar el sonido de la gaita y ese amor por su tierra que tiene reminiscencias del amor que los asturianos del occidente tienen a su Asturias. "Yo me siento muy aragonés, toda mi familia es de Aragón, pero no soy independentista ni mucho menos, pero en Aragón aún hay gente que no valora lo que tiene y hay mucha dejadez. Yo nací en Teruel, y si en Aragón hay ese sentimiento de inferioridad dentro de España pues eso se ve afianzado aún más en Teruel dentro de la comunidad autónoma. Tenemos que dejar de pensar que somos menos que los de fuera porque tenemos un potencial maravilloso", explica Chabier Lapiesa, en un discurso que bien podría ser de un boalés que reivindica el valor del Occidente dentro de Asturias.

Así que con el sentimiento a flor de piel, y la gaita al hombro, Chabier se plantó en Boal, buscaba un lugar donde "bautizar" a su gaita, y encontró el Occidente de Asturias, una zona que le evocaba sentimientos similares a los suyos por su tierra. La gaita aragonesa que se enfunda en un vestido de mujer estuvo a punto de caer en desuso y es gracias a gente como él que hoy vuelva a sonar. "Cuenta la leyenda que la gaita en su origen no tenía vestido pero que en alguna parte de Aragón vivía un gaitero que era ciego que tenía una niña enferma que murió. Y fue aquel gaitero el que para poder recordar a su hija enfundó su gaita en un hermoso vestido de su niña, así cada vez que la tocaba abrazaba a su niña. Los demás gaiteros aragoneses al conocer la historia sucumbieron al encanto y a la ternura de aquel relato y por imitación siguieron la tradición hasta hoy", explica el aragonés.

Pero a pesar de la hermosa historia esa falta de amor a lo "nuestro, a la tierra y a las tradiciones", como explica Chabier, hizo que la gaita casi dejara de sonar allá por los setenta. Fue el empeño de los enamorados de la tierra como él, lo que ha logrado que el instrumento recupere el lugar del que nunca debieron de sacarle. Sin embargo; Chabier siempre quiso dar nombre a esa gaita "tan nuestra, pienso que necesitamos diferenciarla, darle entidad para que se conozca y fue aquí subido a las montañas de Boal donde me llegó el nombre, abrazándola como si fuera mi hija, allí llegó la inspiración; la Moncaya", sentencia. Ése es ahora su nombre.

Esa conexión entre Asturias y Aragón, entre el Occidente tantas veces olvidado y un Teruel que también reivindica su lugar, sus costumbres, sus bailes? "ahora se está recuperando el aragonés que dejó casi de hablarse pero que ya se está impartiendo en algunas escuelas del Pirineo y a algunas academias de Zaragoza. Nos falta mucho apoyo de las instituciones, porque los partidos políticos se toman el apoyo a la cultura, al idioma como una guerra política y se olvida de que lo que importa es recuperar nuestros valores culturales, preservarlos y mantenerlos". Chabier, nieto de jotero, recuerda que escuchaba a su abuelo Vicente Torrijo cantar jotas en Luco de Jiloca, un pequeño pueblo turolense. Después descubrió que Arangón era mucho más que jotas; "la dulzaina, el paloteao? tenemos tantas cosas de enorgullecernos, tanto que mostrar. Ahora están oficializando en aragonés los nombres de los pueblos del Pirineo y a mí me emociona", seguro que a Vicente Torrijo le hubiera emocionado también. Eso, y saber que La Moncaya ya tiene nombre y que es ahora su nieto el que la hace sonar de nuevo.