La chaqueta es la reina indiscutible del otoño. En esta temporada más que nunca, debido a la ausencia de frío, al menos hasta la fecha. El abrigo ha quedado relegado a un segundo plano y la blazer toma su lugar sin ningún tipo de complejo.
Lo que de verdad se lleva es que la chaqueta parezca como "robada" del armario masculino. Están a la última los cortes desestructurados, las formas amplias y el tejido Príncipe de Gales. La chaqueta pierde rigidez y deja de ser una prenda asociada a las ocasiones formales y al mundo del trabajo.
Cada diseñador hace su propia versión. Marc Jacobs ajusta ligeramente la cintura y añade cuellos de pelo; Victoria Beckham reduce las solapas a la mínima expresión y Alexander Wang se decanta por el "oversize" que tanto se llevó en los años ochenta.
Realmente las nuevas chaquetas resultan cómodas y prácticas y se llevan con pantalones y con faldas midi. Ante todo "visten" y componen la silueta, aportando siempre un toque elegante.
Esta fascinación de las mujeres por la chaqueta no es nada nueva. Los orígenes de la sastrería femenina se remontan a principios siglo XIX, cuando el estilo masculino era un rasgo característico en la ropa de montar femenina. Las amazonas usaban trajes oscuros que los sastres confeccionaban inspirándose en las levitas y chaquetas masculinas. Hacia 1870 empezó a imponerse el estilo sastre en el vestuario femenino.
La mayoría de las chaquetas estaban adornadas con detalles militares, los galones eran uno de los motivos decorativos que más se usaban y estaban inspirados en los uniformes de los regimientos militares.
En esos años la compañía Messrs Redfern y Co. Confeccionaba trajes sastre femeninos, chaquetas deportivas y chaquetas de paseo, con cortes irreprochables.
Más tarde llegaron las solapas anchas con los filos pespunteados y bolsillos de tapa. Poco a poco la chaqueta fue adaptándose a las formas femeninas. Claro que eso era antes. Ahora cuanto más masculinas parezcan, mucho mejor.