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Escapadas

Ibias, el gran desconocido

Secretos del concejo más suroccidental de Asturias

Hórreo con cubierta vegetal en Cecos. MARA VILLAMUZA

"Recorrer los montes de Ibias, muchas veces por senderos raramente transitados por el hombre es una aventura no exenta de sorpresas", dicen María del Roxo y Alberto Álvarez en su guía (Calecha ediciones) sobre el concejo más suroccidental de Asturias que se recupera poco a poco del brutal incendio de octubre. Pero no todo resultó afectado, afortunadamente sólo fue un pequeña parte de la inmensidad de sus montes y sus vacíos pueblos en los que descubrir "el ensordecedor ruido del silencio". Es Ibias uno de los tesoros naturales y etnográficos de Asturias, pero también el gran desconocido, al que todos prestan escasa atención, empezando por los propios asturianos, en cuyos planes raramente figura un lugar "que queda muy lejos". Pero en la actualidad no existen distancias y ahora más que nunca sus pocos habitantes y los que han apostado por trabajar en su territorio necesitan algo de atención, por ejemplo, transformada en visitantes dispuestos a dormir en sus agradables alojamientos rurales, a saborear una cocina tradicional y realmente auténtica, a pisar por los senderos por los que pasan los osos y los urogallos y a apreciar ese ruido ensordecedor, quizás insoportable para los lugareños pero todo un lujo para los ajetreados residentes de las ciudades.

Un pequeño madrugón, no excesivo, y dos horas en coche bastan para alcanzar la capital ibiense, San Antolín, desde el centro del Principado. No hay prisa, porque las carreteras son las que son, pero también porque sólo yendo despacio se puede detener la vista en la apabullante naturaleza de un concejo con territorio en la Reserva de Muniellos (Valdebueyes o Valdebois, ibiense, es el único pueblo integrado en el espacio protegido) y el Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias. Mención merece el recóndito Ríodeporcos, al que se accede sólo a pie y con algunos servicios hosteleros para calmar la sed y el hambre. De ahí se puede ir al desfiladero del Bustelín o tirar hasta Sena y Os Cuotos, con una gran concentración de teitos (cabañas con cubierta vegetal). La arquitectura tradicional (paredes de piedra gris, techos de pizarra negra) es visible en cada núcleo, donde el tiempo parece haberse parado, pero no la ruina que acecha a las construcciones. Aún así Ibias ofrece una gran muestra en pueblos como Busante, Tormaleo, Cecos, Uría, Morentán o Valvaler. No hay que olvidar las pequeñas construcciones del campo, molinos, pajares que aquí son palleiros, colmenares que son cortines, en Alguerdo, Omente o Villarcendías. La cultura castreña también tiene su presencia; y los palacios (Tormaleo); o las iglesias y capillas, una prácticamente en cada pueblo, pero destacadas la de San Antolín o Taladrid; o la cultura tixileira de los cunqueiros (Sisterna, El Bao y El Corralín). El visitante debe ver más allá para imaginarse el verde donde ahora está el negro del fuego. Y pensar que al igual que dónde un día hubo prósperas minas y hoy la implacable vegetación las engulle, con el daño de las llamas sucederá igual.

"La sabia naturaleza termina por vencer cualquier esfuerzo del hombre por domesticarla con el arma más poderosa de todas: su eterna e infinita paciencia", señalan en la guía, en una suerte de optimista sentencia María del Roxo y Alberto Menéndez. Pues eso, paciencia.

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