LA NUEVA ESPAÑA de Avilés cumple tres décadas informando de esta comarca que, durante este tiempo, ha visto, como en Asturias y el resto del mundo, una auténtica revolución, tecnológica y social.

Al mismo tiempo que el periódico inauguró la edición, se disolvía el Pacto de Varsovia. A muchos lectores les sonará a chino, pero es una fecha importante porque rubricaba el fin de un mundo de bloques enfrentados o, al menos, eso contaban entonces. 1991 fue un año de cambios reales y virtuales. Internet daba sus primeros pasos y nada nos indicaba el profundo cambio que sufrirían los medios de comunicación, y es ahora con la inmediatez y profusión de medios digitales, cuando más tenemos que valorar proyectos como el de LA NUEVA ESPAÑA en aquel ya lejano año 1991.

Y, en tan poco o tanto tiempo, esta edición se convirtió en uno de los notarios de la actualidad hecha ya historia, hasta el punto de que hoy difícilmente podríamos entender la comarca avilesina sin revisar sus páginas.

Al igual que en estos días, con la incertidumbre y el temor ante la descarbonización y el cambio de modelo energético, en 1991 nos enfrentábamos a la reconversión industrial. Un año después, la Marcha de Hierro llevó la voz de la clase trabajadora, desde Asturias y País Vasco, hasta Madrid, para exigir un cambio en los planes que supusieron el fin de la vieja Ensidesa y el germen de lo que hoy es ArcelorMittal. La historia no se repite y, sin embargo, como entonces, estamos en un proceso de cambios con grandes paralelismos sobre el lugar en el que estamos y a dónde nos dirigimos.

Si miramos atrás, creo que nadie podrá negar que, en este tiempo, se han producido grandes avances para nuestra comarca, para Asturias, para España también, en lo tocante a la calidad de vida, gracias a procesos en los que tuvimos que repensar cómo afrontar lo que fueron auténticas revoluciones tecnológicas. La lucha contra el cambio climático no empezó ahora, aunque quizá entonces no la llamábamos así: las reconversiones, con la implantación de procesos productivos más eficientes energéticamente hablando y más respetuosos desde la perspectiva medioambiental, están en el origen de esta nueva etapa en la que estamos inmersos y que, más allá de la amenaza, debemos afrontar como un tiempo de oportunidades para nosotros y para las futuras generaciones.

La reconversión industrial fue posible por el compromiso de toda la sociedad, con planes para proteger a las plantillas afectadas. Hoy estamos en la misma encrucijada, con un cambio en el modelo energético y productivo que exige esa misma capacidad y voluntad de acuerdo para garantizar que cada empleo suprimido llegue con otros en nuevas actividades. En los 90, la sociedad en nuestra comarca y en toda Asturias luchó con uñas y dientes para defender su industria. De esa defensa de nuestro modelo productivo, aprendimos que la unión hace la fuerza, una lección que sigue vigente: no podemos decir no a la transición energética, pero debemos aprovechar todas las líneas de ayudas estatales y europeas, y todos los plazos, para asegurar nuestro futuro y el de las futuras generaciones.

Como Alcalde, reconozco que este tiempo ha sido de mejoras en muchos aspectos, pero también de sacrificios, con una pérdida global de empleo que, ahora, no podemos permitirnos si queremos que la Comarca de Avilés y Asturias tengan futuro como pueblo. Debemos afrontar la revolución energética de la descarbonización como una oportunidad, con una sociedad cohesionada y fuerte, para asegurar que nuestro futuro, como nuestro pasado, sea industrial. La industria es la mejor herramienta para lograr un empleo de calidad, que es la mejor alternativa para frenar la pérdida de población y superar el reto demográfico.

Noticias como la milmillonaria inversión de ArcelorMittal deben ayudarnos a mirar hacia adelante con confianza y optimismo. En Illas siempre hemos defendido nuestra industria y luchado contra las deslocalizaciones. La pandemia nos ha dado la razón: debemos recuperar producciones perdidas, por razones de empleo y medioambientales –necesitamos una apuesta por la economía circular y de proximidad–, pero, también, de seguridad nacional. En los próximos 30 años, ese será el reto.